Sociedad
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El panteón, la casa de todos

“El recuerdo más alegre de mi vida es cuando mis padres me tienen en sus brazos. Tengo cuatro o cinco años. Me abrazan, primero mi padre y después mi madre. Siento sus abrazos, su cariño. 

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Y el más triste fue la volcadura allá, en Veracruz, más o menos a esa edad: mi papá que era militar y mi mamá murieron ahí, aplastados, yo me salvé porque me protegió una lámina. Desde entonces he andado sin familia, de acá para allá, haciéndola a veces de albañil, de peón, solo, muy solo, pero siempre ganándome la vida honradamente”, dice Fernando García Juárez, obrero, de 61 años de edad, veinte de los cuales ha trabajado en el panteón de La Leona como ayudante, enterrador y haciendo trabajos de albañilería.

Sentado sobre una cripta de un desconocido como la escultura de uno de esos ángeles tristes que acompañan los últimos restos de los muertos, Fernando dice que le gusta el silencio y la soledad de ese lugar. Antes venía al camposanto de vez en vez, pero ahora, desde hace un mes, viene todos los días, porque ya no puede trabajar como siempre. Hace aproximadamente dos meses una ruta lo atropelló y le fracturó el hombro que le inutiliza el brazo derecho –anda un cabestrillo–, la pierna y lo dejó ciego del ojo izquierdo.

- Era el mes de mayo de este año, como las doce del día, cerca del centro de la ciudad, iba yo en la esquina del puente Dos mil y México Noventa y Cinco. Fui a comprar material y llevaba en mi diablito dos bolsas de cemento. Tenía yo el verde y bajé la banqueta para atravesar la calle, pero dos rutas, la doce y la tres, venían echando carreras y no se dieron cuenta que tenían el alto y la tres me aventó contra la pared. De ahí me llevaron al Hospital Parres. Me salvé, pero la ruta me quebró el hombro, la pierna y me dejó ciego del ojo. Salí hace como un mes, me dieron de alta, desde entonces estoy durmiendo en un rinconcito en el IMSS de Plan de Ayala. Estoy fracturado y no puedo trabajar. Vengo al panteón porque a veces me ocupan para traerles agua o limpiarles y eso sí puedo, y me regalan unas monedas, pero trabajo pesado más no puedo. Hay veces que no como en días, pura agua, me mareo y me dan vahído. Ando malo todavía.

Como muchas personas que han sufrido accidentes por la imprudencia de los conductores de las rutas, Fernando García tuvo que costear sus propios gastos; no pudo identificar al responsable:

- El chofer se peló, no vi las placas, sólo que era una ruta tres. Llegó la policía y todo pero no alcancé a ver más que el número y la ruta, y cómo voy a andar identificando al chofer y a poner denuncias si apenas me da tiempo de hacer algunas cosas para ganarme unos pesos, no puedo hacer eso porque me muero de hambre. No hay justicia del hombre, sólo la divina, eso ya lo sé.

En más de dos décadas de trabajar en el cementerio, Fernando ha vivido y ha visto mucha tristeza.

- Los muertos pequeñitos es lo más triste. Los traen en cajitas blancas como si adentro trajeran zapatos. Y el agujero que hacemos es muy pequeño, no como los muertos grandes. Los chiquitos apenas es un huequito en tierra y los metemos ahí. A veces viene sólo la mamá con su llanto y su muertito, a veces la pareja. Algunas veces los dejan ahí y no vuelven jamás; hay otros que sí vienen y hasta nos contratan para que hagamos la tumbita y la cruz y todo, y cada año traen flores. Aunque son muy tristes esas muertes, ellos no sufren tanto, los adultos sí sufren: hay unos que sufren mucho antes de morir y hay otros que sufrimos toda la vida, ahí andamos por el mundo cargando con nuestra vida triste. La muerte de los niños es triste pero la de los adultos es sufrida.

En esta época el panteón hasta se ve alegre por las distintas tonalidades de verde y la explosión de rojos, anaranjados y azules de algunas flores silvestres, pero en este sitio con altas bardas para el silencio, sigue habitando la muerte y a Fernando le gusta; aquí puede recordar bien sus cosas “aunque esos recuerdos sean puras tristezas”.

- He andado por Cuernavaca, trabajando, pero siempre regreso al panteón. Me gusta estar aquí. Aquí con los difuntos. Aquí vienen de repente muchas personas acompañando al difunto. Sólo se distingue del difunto porque va en una caja, vestido de madera, parece que va adentro contento porque va a acompañado y lo quieren o le lloran. Pero cuando el cuerpo llega a la tierra comienza el camino solo, aunque en la vida el hombre no ande nunca solo, aquí sí. Yo estoy acostumbrado a la soledad, por eso me gusta el panteón, aquí estamos solos. Los que están debajo de la tierra y yo. Ahora, el camposanto es mi casa y tarde que temprano va a ser la casa de todos.

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Máximo Cerdio

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