Michelle no le teme al coronavirus; le aterra la parálisis laboral.
Entre los personajes que guarda en su memoria el Jardín Juárez está el mimo, a quien el coronavirus no se le acerca por temor a enfermarse, así como las sexoservidoras que sobrevivieron gracias a los pellizcos a las pensiones para adultos mayores que propuso Andrés Manuel López Obrador y que ahora son ley, las vendedoras de periódicos, algunos perros enfermos, las palomas y hurracas sobrevivientes a los humanos y Michelle.
Michelle Hernández Torres, es una muchacha delgada, de 28 años, que trabaja como entregadora de comida a domicilio, no teme a la muerte por coronavirus pero tiene mucho miedo a quedarse sin empleo.
Antes del 14 de marzo, que se podía salir como “Juan por su casa”, ella transportaba guisados en algunas calles del centro de la ciudad, a personas que no podían salir a comer porque estaban cuidando su negocio o eran empleados que por necesidad o comodidad no iban a los restaurantes o fondas; en realidad era poco el trabajo. Después de esta fecha todo cambió.
México supo del virus en diciembre de 2019 aproximadamente, cuando circularon por el mundo noticias de una enfermedad que había salido de la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, China; se vinculó el origen de la enfermedad al mercado de mariscos de Wuhan, sin embargo esta hipótesis sobre la ingesta de un animal y la portación del virus aún no ha sido científicamente confirmada. Las personas afectadas presentaban un cuadro con síntomas de neumonía desconocida y con alto grado de mortalidad, especialmente aquellos pacientes con comorbilidades como diabetes, hipertensión, sobrepeso, enfermedades de inmunosupresión o tabaquismo, un coctel tóxico que por desgracia son de las principales enfermedades que aquejan a los mexicanos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró como una pandemia global al covid-19 el 11 de marzo de 2020; el 14 de marzo el gobierno mexicano anunció las medidas sanitarias que se habrían de emprender y para el 18 de marzo se suspendieron las clases en los sistemas público y privado de los niveles educativos inicial, básico, medio superior y superior en todo el país, así como el cierre de actividades no esenciales para iniciar una cuarentena que se ha prolongado por varios meses.
Cuando llegó el covid-19 a Cuernavaca nuestra vida comenzó a depender de un semáforo epidemiológico y una gran cantidad de negocios de alimentos cerró. Muchas familias se fueron de la ciudad.
La fonda donde laboraba Michelle dio la voz de alerta: si no había ventas la cerrarían y despedirían a los empleados por falta de dinero. Acostumbrada a caminar y conociendo a sus clientes, esta muchacha propuso llevar alimentos a domicilio, que se ofreciera este servicio como tal, porque hasta ese momento era sólo una opción que el comensal podía elegir.
De inmediato comenzó a ofrecer y a mandar mensaje por WhatsApp y los pedidos comenzaron a llegar: crema de poblano, consomé/cochinita pibil 60/ Milanesa de pollo 55/ hamburguesa con papas 60/ bisteck a la mexicana 60/ alitas a la bbq 70/ pollo con mole 50/ chile relleno 50/ queso en salsa verde 50/ longaniza en salsa verde 50.
Michelle salvó su empleo y es probable que haya impedido la quiebra de Charbelandia, nombre del lugar donde trabajaba.
Día con día la cifra de decesos aumentaba, parecía muy arriesgado que algunas personas estuvieran en el centro de la ciudad cuando el señor coronavirus andaba en el aire, cazando a cualquier adulto mayor con diabetes, hipertensión o sobrepeso. Si se descuidada se preparaba para lanzarse sobre él y acabarlo en cuestión de horas.
Muchos se encerraron a piedra y lodo en su casa, las calles estaban desiertas, los animales comenzaron a subir de las barrancas hacia los árboles; las manadas de cinco a siete perros buscaron otros barrios donde les dieran de comer.
Michelle estuvo trabajando en esos días nefastos y ganaba poco, pero podía pagar sus necesidades básicas y las de su pequeña hija.
Según un estudio de Fintonic, la fintech española con sede en México diseñada para organizar el dinero y ahorrar, desde el ordenamiento de quedarse en casa, el consumo en restaurantes cayó en un 80 por ciento, en tanto que los servicios de comida a domicilio se convirtieron en las apps ganadoras durante el coronavirus, subiendo hasta un 44 por ciento su demanda.
Las apps ganadoras del servicio de entrega a domicilio durante la etapa más fuerte del coronavirus fueron Rappi y Uber Eats.
Michelle también resintió el aumento de los pedidos de comida. A diferencia de los repartidores de la Ciudad de México y de otras ciudades, incluso algunos de Cuernavaca que trabajan para Rappi y para Uber Eats, ella no tiene moto o bicicleta, se transporta en sus piernas, de ocho de la mañana a ocho de la noche, todos los días, excepto el domingo.
Ella sólo puede repartir de 16 a 20 comidas diarias, de cincuenta pesos cada una. Eso en los días en que hay buenas ventas, porque a veces no hay mucho trabajo.
“La gente compra lo más barato en comida y raro es el que me da cinco pesos; en propinas me llevo como 30 pesos o menos, cuando bien me va”.
A Michelle le gusta cocinar, ir al cine, comer hamburguesas, hacer ejercicio… pero no tiene tiempo porque sale muy tarde del lugar donde labora y donde vive con su niña le espera más trabajo.
Quisiera tener su propio negocio, una fonda tal vez, porque ya conoce cómo es el asunto de la comida.
Michelle no tiene miedo a contagiarse por el coronavirus porque se protege, ha leídos todo sobre las medidas preventivas y las aplica; lo que sí le aterra es quedarse sin trabajo: tiene muchos gastos y su hija depende de ella.