LOS NIÑOS Y LAS COTORRAS
Es una mañana de silencios a más de un mes de haberse decretado la contingencia por el covvid-19, en la colonia San Antón.
En el departamento de un edificio horizontal nuevo, dos pequeños de seis y siete años juegan en el balcón que da hacia la barranca. De pronto, escuchan ruidos muy fuertes y desconocidos en el vacío de la hondura.
La niña grita aterrada y corre hacia el interior de la casa buscando los brazos de su madre; el niño la sigue, chillando como un cerdo. La mamá, que estaba en la recámara, sale corriendo a ver qué le ocurre a sus hijos y éstos se le pegan a las piernas y se esconden detrás de su cuerpo.
-¿Qué pasa, qué hay ahí?
De nuevo el silencio es reventado por el mismo ruido de sonidos agudos, como graznidos, y los niños vuelven a gritar y hunden sus uñas en la cintura y en las nalgas de su madre.
La mujer avanza hacia el balcón cautelosa, los niños van atrás, protegiéndose.
Ella se asoma hacia la barranca y en la copa de uno de los pocos árboles que quedan, observa varias aves verdes.
Al percibir a la mujer, las cotorras levantan su vuelo verde y se pierden en los arbustos semisecos.
La mujer abraza a los pequeños y les dice:
-No se asusten, eran unas aves, pero ya se fueron y no volverán.
LAS GUACAMAYAS Y EL MONSTRUO
Desde hace más un mes que mucha gente se ha encerrado en su casa por temor al contagio del coronavirus las cotorras han salido de las profundidades de las barrancas o de las lejanías.
Siempre van en parejas y se han visto, como hace más de una década, parvadas de doce o catorce de estas aves.
Escogen algunos árboles altos y desde ahí comienzan a platicar a gritos como señoras en un tianguis o en una vecindad.
No cantan como los presumidos cenzontles, ellas parlotean, como si arrojaran ruidos sólidos por algún tubo de metal, y es inevitable levantar la vista para hurgar el follaje y adivinar dónde se ubican.
El Monstruo de San Antón dice que hace muchos años en el barrio se podía ver y escuchar las parvadas de guacamayas atravesando el cielo o las barrancas. Si el Monstruo vio a esas hermosas aves en el tiempo en que le quemaba las pestañas al chamuco o si las vio después, cuando se regeneró y se volvió ambientalista, no tiene importancia porque en alguna parte de la Tierra estas aves están pintando de rojo y azul algún espacio libre.
¿Qué pasaría si gran parte de los habitantes de esta ciudad desapareciéramos? ¿Treparían las plantas por las paredes de las barrancas hasta las calle y avenidas?. ¿La fauna nativa saldría de sus escondites? ¿Nos visitarían los animales de otras entidades una vez que los límites políticos desaparecieran?
PACTÚ Y LOS VACÍOS
Pactú está desparramado en la orilla de la banqueta del Palacio de Gobierno donde descansan y se refugian los ancianos, los vagabundos, los alcohólicos, los desconocidos.
Busca en su bolsa sucia algo.
Cuando llegó levanta la cabeza y se sorprende. Sonríe. Tiene un hilo de sangre seca en el lado derecho de su cara y el ojo izquierdo está entre morado y rojo, como culo de chango.
-¡Qué chinga les habrás puesto! ¿A cuántos te madreaste?
Despistado sonríe y en un lenguaje que pocos entienden relata que le bajó la presión y se fue de bruces contra el suelo.
Le pregunto si le duele algo y me dice que la cara le duele un poco.
Luego saca varios frascos vacíos de medicamentos y encuentra uno con algunas pastillas y me lo enseña: toma dos al día.
También saca un bote con gel antibacterial y me lo muestra. Presiona el dispensador y se echa en las manos y se frota.
-Me lo regalaron.
-No te lo vayas comer como cuando eras alcohólico - le digo y el mimo sonríe.
Lo dejo ahí, como un mapache limpiándose las manos. Antes de irme le doy algo de dinero y le digo que mañana a la una vamos a pasar con el padre Leijas para llevarlo a que lo revise un médico.
LOS PERROS
Cuatro perros sucios, viejos, que no tienen collar, han venido al barrio y se han quedado cerca de la parroquia.
Se echan en la calle, al sol, confiados en que los autos pasan cerca y no los despiertan de su sueño descarado.
A veces desaparecen por horas, pero luego regresan a acostarse en el mismo lugar. Su mirada no es de miedo, como ocurre muchas veces con perros abandonados, sino de extrañeza con las personas del barrio que caminan a comprar víveres en las pocas tiendas que quedan abiertas en San Antón.
Los animales estuvieron aquí tres o cuatro días, luego una semana y ahora ya llevan un mes. La gente les ha puesto depósitos de agua y algunas croquetas en algunas esquinas.
Pero los perros siguen con esa mirada extraña, nada doméstica.
ACORDONAN EL JARDÍN JUÁREZ
El 18 de abril cerraron el Jardín Juárez. Como si una araña imprecisa hubiera tejido el mobiliario urbano, las bancas fueron “amarradas” con cintas amarillas y rojas como las que usa la policía para delimitar el sitio donde hay un muerto.
Todos los días, pero especialmente los sábados por la tarde aquí, se da cita todo el mundo: pobres y ricos, hombre y mujeres, asesinos y sacerdotes, niños y hombres de edad que están dando los últimos pasos de su vida, vendedores de chucherías, gente que no puede estar en su casa porque lo odian o él odia a su familia, forasteros que buscan esconderse de su soledad.
Ese sábado que acordonaron había vendedores ambulantes observando el operativo. Esperaban que aquello fuera un simulacro y que después retiraran las bandas para ofrecer su mercancía.
También había varias mujeres pequeñas y morenas, recargadas sobre el edificio que rodea el jardín. Hoy no podrían ofrecer su cuerpo.
LA LEONA
Desde que el 30 de marzo se decretó la suspensión temporal de actividades de todo tipo de lugares no esenciales que involucren la congregación o movilidad de personas para evitar el contagió de covid19, publicado el 27 de marzo en el Periódico Oficial “Tierra y Libertad” con el número 5800 y firmado por Pablo Ojeda Cárdenas, secretario de Gobierno y Marco Antonio Cantú Cuevas, titular de la Secretaria de Salud, en panteón ha estado triste.
Uno de los trabajadores del cementerio relata que no se para nadie en el camposanto. Bueno, algunos familiares de los difuntos llegan a hacer aseo, a dejar flores, pero no hay ningún entierro.
“El 13 de abril trajeron a un muertito pero vino poca gente, con lo del coronavirus no dejan que se junten las personas. Y mira aquí estamos, con los pies colgados. Hasta las urracas se nos acercan como diciéndonos que ellas también están de ociosas o extrañan a las personas porque luego se acercan y les dan pan o tortillas o dulces, parecen perros, pero con alas. Pues mientras no hay muertos pusimos pasto muy verde y nuevo en la parte más vieja de panteón, que tiene más de 125 años, al pie del ángel de mármol, quedó muy bonito, pensamos que podemos hacer un pequeño museo que sirva de atracción aquí en La Leona”.
LA ENFERMERA
Del 29 de febrero al 25 de abril en México hay mil 300 defunciones; en Morelos hay 26 defunciones, 109 sospechosos y 171 confirmados.
La enfermera de blanco se sube al autobús con cubreboca desechable; la recibe el chofer del “Verde” sin ninguna protección y le pide el boleto, lo revisa y pasa a buscar asiento. Es morena, pequeña, no pasa de los cuarenta años, lleva una bolsa grande donde guarda, dentro de un plástico, el uniforme que uso en el turno de la noche en el “Parres”. No le dispensan el pago porque el acuerdo fue que sólo viajarían gratis las enfermeras de la ruta de Zapata donde está el Hospital del ISSSTE y el del Niño y el Adolescente Morelense. Vive en Tlaltizapán. Está cansada pero la ilusión de ver a sus dos hijos que estudian, ahora con clases en línea desde su casa, la mantiene despierta. Desde finales de febrero que comenzó la pandemia tiene el mismo trayecto y la misma rutina; ella y sus hijos conocen todos los protocolos de limpieza en casa y siempre platican de la jornada diaria y de los casos que llegan al hospital. A ella, personalmente, no la agredieron por estar en contacto con pacientes sospechosos, pero a algunas compañeras y compañeros sí; ahora, parece que la gente ha entendido la importancia de la labor de las trabajadoras de la salud. No tiene miedo: “me gusta estudiar, leo todos los días los periódicos e investigaciones que publican; me entero, escucho cómo evoluciona el virus, tengo mis propias hipótesis; pongo atención absolutamente a todo, no pierdo el menor detalle en mi trabajo y en mi persona; así he actuado desde que comenzó todo: estoy totalmente segura que esto que estamos viviendo no lo voy a volver a vivir; lo miro como se mira una amanecer distinto”.