I
Parece obvio, pero primero debes asegurarte de tener quien te lo rompa, aunque a veces sucede que no te lo propones y la vida se encarga de ponerte enfrente a quien lo haga. Como sea, y bajo la premisa de que todos buscamos el amor, procura no poner el anhelo de tus glándulas hormonales y la sagacidad de tus neuronas en alguien demasiado codiciado, con atributos que satisfagan las leyes del mercado amoroso creadas por los grandes estafadores de los medios de comunicación, que son capaces de vender a un sapo por príncipe e imponer como moda un taparrabos. Una vez que las fisuras sean evidentes por las angustias de tu pecho, date a escuchar canciones de amores trágicos; nuestra tradición musical vernácula tiene mucho para ofrecerte y ayuda a sublimar el dolor antes de que el desangrado sea considerable y ponga en riesgo serio la vida.
II
Las abuelas de antes sugieren utilizar hilos de plata para remendar heridas leves, si fue una nube de baja altura en la que te encaramaste, y no de tormenta. Si la caída fue desde un nubarrón denso que te elevó hasta donde a Ícaro empezaron a derretírsele las alas, es imprescindible que aguja e hilo sean de oro, y el zurcido fino y lento. No importa si eres mujer u hombre, tratándose de amores la membrana protectora de la gran víscera es delicada en uno y otro. La cura más rápida es la que prescinde de la anestesia: dejar que las agujas traspasen el núcleo de cada célula y el dolor también. Sobrevivirás y, resiliente, pondrás escudo de acero en tu pecho y faros de aviso en tu mirada.
III
Puedes optar por narcotizar el corazón, a fin de que el remiendo no duela y ni siquiera te des cuenta. Cuando vuelvas en sí quedará una tristeza fácilmente llorable y relativamente gozosa. Como narcótico vale usar alcohol en dosis controladas o algún estupefaciente que no cause adicción. Lo más sano son las endorfinas que segrega tu propio cuerpo. Con ejercicio diario y sesiones de sexo simplemente terapéuticas verás que no sufres las puntadas; en cuanto a lo segundo, el problema es encontrar quien sirva para el caso sin que involucre más que el instinto. Como sustituto del sexo sin compromisos, y a fin de no comprometer tu moral por si la arrastras voluminosa y densa, intenta enloquecer y reírte de todos y por todo. Si ya en la Grecia antigua Aristófanes utilizaba el teatro para generar catarsis a través de la risa, ¿por qué no reírnos hoy de nuestra propia desgracia para reducirla o desaparecerla? Cose tu corazón narcotizado con el ungüento de la alegría.
IV
Remendar el corazón en el mar resulta la opción más favorable, pues el agua marina cicatriza heridas y es el mayor reconstituyente de minerales de nuestro cuerpo. Hay referencias de antes de Cristo sobre sanadores que usaban el agua de mar como fuente curativa de muchas enfermedades. Incluso Eurípides, que algo debió saber sobre pasiones humanas y heridas cardiacas, ya difundía en su tiempo que el agua salina curaba los males del hombre. Sin embargo, ¡cuidado! Por extrañas causas, quien se satura de mar a menudo ve preñado su cuerpo y sus emociones. No vaya a ser que en vez de quedar con un corazón bien remendado, Poseidón te regale un embarazo imprevisto con riesgo inminente de nuevas desgarraduras ventriculares. Es recomendable hacer uso de repelente para insectos de dos patas con piel bronceada y sonrisa encantadora, pues tales bichos y bichas son expertos en romper corazones en menos tiempo del que tardas en darte cuenta. Un corazón recosido resulta vulnerable en extremo ante tales circunstancias.
V
Selene, la hermosa que ilumina la comba celeste cuando Febo duerme, es, a decir de muchos, la mejor remendadora de corazones. Borda lento con hilos de luz y lo hace mejor si se acompaña con música de violines. Pero ya dijo el gran poeta chiapaneco que deben ser dosis precisas y controladas de jarabe lunar, porque en exceso un corazón zurcido por la luna puede quedar para siempre extraviado en su luminiscencia, y no lograrán traerlo de vuelta ni los perros que cantan a su amada luminosa en esas noches cuando ella luce radiante su vestido blanco. Hilvanar el corazón con la luna solo es apto para aquellos de espíritu superior que han probado el ayuno de amor y saben lidiar con el dios Eros vestido de poeta, y no como el niño pendenciero que ven los rústicos amorosos.
VI
Los versos, dardos que envenenan cualquier corazón herido, son eficientes también para la sanación, mas no con todos. Es deseable y hasta imprescindible un poco de locura, además de masoquismo romántico a toda prueba. Aquellos que comprendieron que el amor es una punta de montaña al que pocos acceden, cargan una coraza de escepticismo sarcástico que los salva de los grandes sufrimientos, y atrapan el presente si es bello porque saben que mañana no lo será. Por eso, cuando besan muerden, si acarician aprietan, si penetran se quedan adentro lo más posible y si ríen estremecen las ramas de los árboles; cuando les toca llorar, escuchan o hacen nacer los versos y con ellos cavan ríos para que sus lágrimas lleguen hasta el mar. Son los elegidos, los que se cortan las venas y acaban con todo sin aspavientos, o los que escriben el amor y sus martirios para dejarlo luego marchar tras otras presas. Si pudiéramos ver sus corazones, tendrían tantas fisuras y remiendos como el cielo tiene estrellas.
VII
La última alternativa que me atrevo a comentar, yo que tengo el corazón partido y siempre con un ligero destilado bermellón por entre sus rajaduras, es que dejes el corazón sin remiendo. Conservarlo así en ocasiones es bueno para vivir, pues el drenado tiene sus ventajas, sobre todo si dedicas tus tiempos de trabajo, asueto y sueño a algo que no sea contar dinero, explotar al prójimo, reprimir la vida, juzgar a los demás, divulgar verdades que no son y persignarte noche y día. Si eres libre de espíritu un poco de sangre de tu corazón abre las puertas del misterio y echa fuera los resentimientos, colorea las metáforas, vuelve poderosas las imágenes de los versos y gozosas las aliteraciones. Un corazón ligeramente expuesto pinta mejor tus labios para la aventura de otra boca y enerva tus emociones para no olvidar que sigues vivo. Y si se trata de llorar porque el mundo es imperfecto y un niño abandonado llora triste en la banqueta junto a un perro con la pata rota, es bueno que una leve herida siga abierta. Duda siempre de quien tenga el corazón sellado por completo. Si el corazón sangra unas cuantas gotas, es posible arrebatarle al amor un poco de imposible, convertirse en poeta cuando no hay luna y se extraña a un bardo entre las sombras; ayuda a no olvidar que existen los tiranos, que a menudo Dios es una mujer y que la distopía es la cama donde duerme y despierta la esperanza. Por eso sangra, corazón mío, pero no me mates. Y tú, remendador, descansa un poco, deja en paz aguja e hilo, no vaya a ser que mueras de tanto corazón herido entre tus manos.