I) Torpeza
Si te sientas frente al monitor y no tienes nada que decir, lo mejor es dejar que las palabras fluyan solas, como prostitutas que caminan por una gran avenida soñando que un día estarán en las marquesinas de un teatro, llenas de luces. Puede suceder que una súbita inspiración las convierta en vedetes deseadas por todos y las personas paguen para poseerlas dentro de un libro; hasta podrían suscitar duelos a muerte entre bibliófilos embrutecidos por alcohol o alguna otra droga. Por ejemplo, la palabra pábulo, bien acomodada dentro de algún enunciado de modo que motive lucubraciones húmedas y delirantes, se sabe que ha sido motivo de más de una muerte. Hay muchos pantófilos que han reconocido que si algo les hace perder la cordura en el mundo, es el amor apasionado por las palabras certeras que alcanzan a rasgar un posible significado dentro de este maremágnum que es el lenguaje. Ahora bien, si las palabras no tienen suerte cuando salen a buscar sustento, al menos sirven para justificar salarios y llenar archivos enormes que a cualquier empresa o proyecto llenan de orgullo. Démonos cuenta, por ejemplo, cómo se envanece la voz de un fiscal cuando nos comenta sobre el expediente de siete mil quinientas setenta y tres fojas, correspondiente a una sesuda investigación en curso para desvelar el misterio de un crimen pasional o de un caso de corrupción; hay ahí un universo de palabras que nadie anhela leer, sin embargo, dan estatura y seriedad a un asunto tan complejo que a todos importa y que a nadie también. Vale recordar cómo, hasta hace unas décadas, los presidentes de nuestro país eran expertos para arrojarnos sin piedad discursos que duraban horas sin que dijeran nada, pero es digno reconocer cuántas emociones engendraban en los ciudadanos probos y en los deshonestos, que para eso de ser patriota no importa la ralea, y cuántas apologías y diatribas enconadas tenían lugar posteriormente en el honorable Congreso de la Unión, templo perfecto de la palabra fatua. Un famoso poeta dijo una vez que una página en blanco es como una mujer desnuda esperándonos. Recordar esto puede ser buen aliciente, pues una blanca fémina descobijada ha puesto a dormir su moral y sin culpa alguna podemos recorrerla, hurgarla, sacudirla, experimentarla y, si fuera necesario, olvidarla, confinándola al cesto de basura si nada bueno obtenemos de ella, ni siquiera un elemental orgasmo literario. En el peor de los casos puede espolearte un numen de medio pelo y llevarte a completar una cuartilla de bellas, sinuosas y vanidosas líneas de grafías, para cumplir la consigna con la que algunos escritores diletantes se conducen: escribir al menos una página al día. Así, no quedas mal con tu conciencia, cumples el precepto y respiras engreído al alcanzar el justo y ansiado punto final.
II) Trumpica
Si por extraña magia, Picasso renaciera hoy en México, en Siria o en Darfur, su asombro sería mayúsculo por la inocencia del Guernica. Le faltarían al lienzo: decapitados, mujeres despedazadas, niños con rifles de alto poder, hombres y mujeres de ébano ahogándose en el mediterráneo y muchos horrores más. Pero la imagen más violenta sería la de un hombre blanco que gesticula odio disparando desde un muro a mexicanos, musulmanes y discapacitados; y en el fondo del cuadro la imagen de la estatua de la libertad cayendo en picada, desde un cielo engañoso con cincuenta estrellas.
III) Xtabay digital
Un hombre con apariencia de fantasma aleccionaba a otro que parecía un niño asustado por cuentos de brujas:
“Es la Xtabay, te digo. Atravesó las fronteras y, siendo maya, se volvió universal. Claro, hoy le ayudan las redes sociales, especialmente Facebook. Si te llegó su invitación de amistad y la aceptaste, ya te jodió. La única oportunidad que tienes es eliminarla de inmediato sin abrir alguno de sus mensajes y archivos. Pero si ya lo hiciste o, aunque no, ya estuvo en la red contigo al menos una semana, te va a encontrar un día, sé que lo hará. Anda cumpliendo su función de exterminadora de machos, pues somos demasiados y harto brutos. Te perdonará si has cumplido devotamente tu labor de esposo, padre, hijo, amigo y hermano. Si no, repito, te jodiste. Dime, ¿cuándo le diste aceptar?, ¿te fijaste bien si tenía un ojo de coyote en el pecho?... ¿Sí?... Entonces era ella. Hermosa, ¿no? ¿Que cómo lo sé? Porque ya tuve sexo virtual con esa mujer demonio. Fue la experiencia más intensa que disfruté, pero me costó la vida, compañero. Nunca perdonó mi existencia atolondrada. Así es, este que te habla ya está muerto y pronto me harás compañía; por eso es que puedes verme. Te veré pronto de este lado, amigo.”
El hombrecillo asustadizo cayó desmayado, mientras que el otro se marchó atravesando las paredes.
IV) Círculo
Desde hace un tiempo salgo con una dama que no es mi novia ni mi amante, no nos gustan esos términos tan provocadores. Vamos, ni siquiera es una dama. Es simplemente una mujer, así le gusta definirse. Viene, tiene sexo conmigo, llora sobre mis hombros sus desventuras, fuma un cigarro y se marcha. Conocí a su esposo, amigo mío en las adolescencias. Un día la abandonó y se escapó con otra, una morena costeña capaz de ablandar cualquier tapujo moral y prender fuego a leña verde. Ella lo llevó al mar, donde vive su padre, un pescador agradecido que todos los días pide perdón por la vida robada al océano. El pescador trabaja para un hombre que a diario lleva pescado en su camión de hielo hasta la capital. Ahí el hombre vende su producto a los dueños de restaurantes, comedores y tabernas. El dueño de uno de esos refectorios tiene un amigo con quien comparte el futbol los domingos; ambos se desgañitan como si cada gol fuera un orgasmo. El amigo que les cuento va cada sábado al panteón que está al sur de la ciudad, lleva flores a su hija muerta hace unos años; llora y se pregunta por qué Dios permite que se rompa el orden cronológico de nuestra partida de este mundo.
La hija muerta del amigo del dueño de un restaurante que compra peces al hombre para quien trabaja el pescador que es padre de la morena sensual que se robó al marido de la dama que me hace el amor y llora sobre mis hombros de vez en cuando, es la madre de mis hijos. Por ella lloro sobre el regazo de la mujer que llora conmigo sus penares.
La vida, un círculo perfecto.
V) Dos versiones del calor
El calor está insoportable. Un limpia vidrios y su hijo, al pie del semáforo, observan el anuncio espectacular que muestra a una pareja joven, hermosa y blanca, con dos niños lindos como ángeles de iglesia; detrás de ellos, una vegetación exuberante y, al fondo, la imagen de un hotel; más atrás, el mar.
Extasiado, el niño, quemado por el sol y con su caja de chicles en la mano, pregunta a su padre:
─Papá, ¿así es el paraíso?
El hombre no alcanza a contestar. La luz del semáforo ha cambiado y los autos se han detenido en filas, dibujando entre ellas las vías de un infierno de asfalto por las que padre e hijo de nuevo ya caminan.
VI) No fui yo
El día de mi boda no asistí a la ceremonia; fui displicente. Fue otro quien se enfundó en mi traje y se puso mi sonrisa y se casó con mi mujer; y dijo: “Sí, acepto”. Pero ahora que mi esposa tramita el divorcio, en efecto, el demandado soy yo. ¡Carajo!