Sin embargo, aún existen grupos que viven «aislados», lejos de lo que se considera civilizado en nuestros días. Pienso en las tribus de la tundra, en esas sociedades conformadas por seres que hacen su vida en sitios helados, rodeados de nieve, alejados del cacareado «progreso».
La literatura permite conocer la otredad. Conocer e intentar comprenderla. Una novela que podría considerarse un clásico en materia de hielo, nieve y tribus que se desarrollan en la tundra es El país de las sombras largas, del ítalo-suizo Hans Ruesch (1913-2007).
Es una historia que transcurre en el Ártico, con sus noches de cinco meses, en la que se narran las costumbres de los inuit, su forma de vida, mediante una prosa poética que la convierte en una lectura inolvidable.
Pero no es la única obra que aborda esa temática. Por ejemplo, esta semana propongo Heq. La historia de los hombres que amaban el hielo (Grijalbo, 1999), del danés Jørn Riel (1931).
La obra versa sobre diversos grupos que se desenvuelven entre Alaska y Groenlandia. Algunos nómadas, otros sedentarios, cohabitan bajo condiciones adversas como el clima, los peligros de la fauna e incluso se enfrentan a la escasez de alimentos, en medio de lugares inhóspitos.
Heq es uno de los personajes principales, heredero del nombre de su abuelo, un chamán cuyo recuerdo pesa entre los inuit a los que perteneció. Su madre, Shanuq, un día inicia un viaje en el que resulta embarazada de un individuo que no pertenece a su grupo.
De ese encuentro nace Heq, quien podría no ser visto con buenos ojos debido a que en sus venas corre sangre ajena. Sin embargo, Shanuq se impone, cobra una fuerza tal que le merece el respeto de los otros, aun cuando saben la historia de su hijo.
Conforme crece, Heq asume el liderazgo entre los suyos, quienes ven en él la imagen del viejo Heq y pronto aprenden a respetarlo.
Heq tiene un hermano, Tyakutyik, pero él es distinto: tiene «dos almas». Por un lado, posee la fortaleza y las dotes de cazador de un hombre; pero también hay en sí la delicadeza de una mujer y el deseo de ser madre. Sin duda, es uno de los personajes más fascinantes de la novela.
Ante las condiciones de la tundra, Heq decide guiar a los suyos hacia el norte «en busca de una de las cuatro inmensas columnas que unen la tierra con la bóveda celeste».
Pero no es un viaje tranquilo. Durante el camino no faltan los desencuentros entre los inuit ni batallas contra otras tribus. Riel describe las costumbres de estas sociedades, su diario vivir, la forma de organizarse, las creencias: muestra las formas de vida de grupos ajenos a nuestras sociedades occidentales, tan dadas a «enseñar buenos modales» a quienes no son como nosotros.
Así, la novela se convierte en una lectura apasionante en la que el autor aborda temas con dominio y amplio conocimiento, lo que hace de ésta, una historia que se respira conforme avanzan las páginas.
El libro es un homenaje a los primeros viajeros de la Tierra; de niños, ancianos, mujeres y hombres que sienten un profundo respeto por la Naturaleza. Respeto y amor: sobreviven gracias a sus bondades. Se mueven por regiones gélidas en busca de mejor sitio para no perecer; habitan en noches que parecen eternas y la luna es el faro que alumbra los caminos que son recorridos a través de jornadas agotadoras.
Entre ráfagas de viento, cielo gris y nieve, los inuit recorren masas de hielo en busca del objetivo. No sufren. Los inuit que Jørn Riel presenta al lector son bromistas, ríen, miran al pasado sin nostalgia. La Palabra es fundamental en su cotidianidad: cuentan historias día a día para entretener a los otros y transmitir las enseñanzas de los antepasados.
En resumidas cuentas, Heq. La historia de los hombres que amaban el hielo habla de los que fuimos y los que somos. Es una obra profundamente humana que muestra la vida desde otra región de la Tierra.