El sueño americano es esa ilusión que motiva a miles de seres en inimaginables rincones del mundo en busca de una vida mejor, de libertades, de abundancia, tal como se refleja en cualquier cantidad de películas producidas en Hollywood.
Sin embargo, la terca realidad echa por tierra ese idilio cuando se planta en la cara y aquel que tenía la ilusión se ve alcanzado y humillado por la vida real.
Mucho de ello hay en la obra que me permito recomendar esta semana. Se trata de La senda del perdedor (Anagrama, 2013), del escritor norteamericano nacido en Alemania Charles Bukowski (1920-1994).
Este nombre es de sobra conocido en la literatura, a veces más por sus excesos que por sus libros. Sin embargo, año con año se reeditan sus obras y se venden de forma considerable en muchos países (México incluido).
No son un secreto los excesos de Bukowski: su adicción al alcohol y a las mujeres lo han colocado en un pedestal entre los jóvenes que se inician en el tortuoso camino de la literatura y, más de uno, trata de imitarlo.
Aun cuando no ha leído ninguna obra de este autor, el lector cuenta con mucha información de él, llega al libro con ciertos prejuicios o comentarios que lo hacen abordar al escritor con expectativas elevadísimas, sin considerar siquiera la decepción.
La senda del perdedor fue publicada originalmente en el año de 1982. Se trata del primer –y único– libro que he leído de él. La carga de prejuicios e información acerca de Bukowski es elevada: las librerías (grandes y pequeñas) cuentan con cualquier cantidad de títulos suyos, uno se topa con sus libros incluso en quioscos y resulta casi inevitable no sucumbir ante tantos mensajes.
Hay quien considera que se trata de su obra cumbre. La historia es protagonizada por Henry Chinaski, el alter ego de Bukowski. Desde una visión honesta (el gran valor que poseen los mejores escritores), el autor narra las andanzas de Henry desde su infancia hasta su juventud.
En Bukowski la idea del sueño americano fabricada en Hollywood se va por el caño. La senda del perdedor está ambientada en Los Ángeles de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial. El personaje cuenta cómo se ve sujeto a humillaciones, a burlas de parte de ciertos estadounidenses.
A ello debe sumarle un ambiente familiar completamente adverso: su padre suele darle palizas a él y a su madre; su padre finge que va a trabajar todos los días para que los vecinos no se den cuentan de que está en paro; su padre siempre está furioso y descarga su ira en los otros.
Esta situación provoca que Chinaski busque hacerse de un camino para sobrevivir. A lo largo de la historia nos encontramos con personajes marginales, con la parte no conocida del país «más desarrollado del mundo», sus patios traseros y oficinas de desempleo; los bares donde convergen los otros, los que no tienen voz en una sociedad opresora como la de Estados Unidos; paseamos bajo los peligros de la noche e iniciamos el andar en esa senda del propio Bukowski, sin opción a volver los pasos.
El título en sí es ya una advertencia a lo que se topará el lector. Hay pasajes de la novela que resultan muy conmovedores. Por ejemplo, hay una escena de uno de esos bailes escolares que gozan de mucha popularidad entre los estadounidenses. Henry se ve imposibilitado a asistir a uno de esos eventos y la descripción que hace Bukowski se convierte en uno de los tantos episodios memorables del libro.
Aunque la novela es autobiográfica y en la historia se narran situaciones difíciles, Bukowski no cae en la autocompasión; por el contrario, se percibe la serenidad del autor, desengañado ya de todo e incrustado en una sociedad falsa e hipócrita a la que desenmascara mediante un lenguaje pausado, con destellos poéticos y, sobre todo, lleno de honestidad.
No sé si se trata de la mejor obra de Bukowski, pero La senda del perdedor resulta una novela que bien merece una oportunidad para conocer al Bukowski desde lo más transparente de su vida.