Durante la celebración hubo la ejecución de un vals –“en el imaginario colectivo no hay fiesta de Quince Años sin vals”, se argumentó-, el mexicano Sobre las olas, de Juventino Rosas, dirigido por el joven Roberto Rentería.
Además y por insólito que parezca, la agrupación hasta cantó y bailó, con todo y sus instrumentos, arriba del escenario.
El director artístico de la OSIM, Eduardo García Barrios –quien estuvo al frente de la mayoría de las interpretaciones del concierto-, lo había advertido al final del programa presentado: “Para acabar la fiesta, después del vals vienen los mambos”, dijo al micrófono y añadió como feliz advertencia el también coordinador del Sistema Nacional de Fomento Musical: “Vamos a bailar, en serio, en el estrado”.
No sólo cumplieron con lo prometido, sino que los más de cien jóvenes y niños artistas, hasta tuvieron oportunidad de ponerse a cantar en coro: “¡mambo, qué rico mambo!, ¡qué rico, eh, eh, eh!”, soltaron entre las notas del Mambo número 8, de Dámaso Pérez Prado, de un popurrí que incluyó a El ruletero, del mismo autor.
Desde antes de que diera inicio el concierto, el público asistente mostró su gusto por asistir a este recital y se aglomeró afuera del teatro Ocampo, el pasado sábado 6 de agosto: hacia abajo una fila le daba la vuelta a la calle de Ignacio Rayón, y hacia arriba hacía lo propio a la calle Lerdo de Tejada.
La primera parte del programa fue una atinada selección dedicada al lucimiento de los ejecutantes, por la intensidad y deleites que provocan la obertura de El barbero de Sevilla, del italinao Gioachino Rossini; La Pasión según San Juan de Letrán, del mexicano Arturo Márquez y el cuarto movimiento de la Sinfonía No. 9, del checo Antonín Dvorak.
Tanto así, que durante la ejecución de la segunda de las composiciones, se contó con la participación de dos ex integrantes de la OSIM, invitados a la celebración: el solista de arpa Emmanuel Padilla Olguín, ni más ni menos que ganador del cuarto Concurso Internacional de Arpa y Jacob Tapia, como director invitado.
García Barrios explicó que si bien la primera parte del programa tenía un “corte más clásico”, eso cambiaría en la segunda, donde se interpretarían “danzas en las que los compositores se acercan a la tradición de sus pueblos” dijo.
Por ello, se interpretó como siguiente número Aires de danza y son, del potosino Addi Corpus, “estreno de un joven compositor estudiante de licenciatura y que forma parte de la orquesta Carlos Chávez”, dijo el director quien enfatizó que la forma instrumental de chacona y son abajeño, estaban dedicada por su creador, de apenas 24 años de edad- a la OSIM, pieza que también fue dirigida por Roberto Rentería.
El gozo auditivo se acrecentó después, ante el reconocimiento de una parte de la “celebérrima” obra La noche de los mayas, de Silvestre Revueltas: la que habla musicalmente de La noche de jaranas.
Después, el Mambo de West side story, de Leonard Bernstein, la Danza final (Malambo) del ballet Estancia, de Alberto Ginastera y la polka Tritsch-Tratsch, de Johann Strauss II, fueron el preludio de la energía que explotaría al final arriba del escenario y de la mayor interacción que se daría entre músicos e instrumentos.
“¡Mambo!”, exclamaron los artistas, mientras se movían muy alegremente con sus herramientas de trabajo; durante el malambo hasta se empezaron a levantar de sus asientos y en la polka se ponían de pie por grupos, mientras al frente, los chelistas le daban un vigoroso giro a su instrumento y los demás se inclinan con todo y violines. Al final, terminaron tocando de pie.
Después de gran aplauso de los asistentes, el encore fue sui generis, por lo extenso, debido a que empezó con La conga del Fuego Nuevo, de Arturo Márquez, quien no asistió a la celebración quinceañera porque ese día se estrenaba la misma composición como número del Ballet Folklórico de México, en el Auditorio Nacional. Después siguió con el vals y los mambos de Pérez Prado.
Una gran ovación volvió a sonar en el teatro, cuando al hablar sobre el trabajo de Márquez, como director artístico de Sonemos y las repercusiones que ha tenido entre los niños y jóvenes, se anunció que dentro de la OSIM había la presencia de dos artistas del estado de Morelos, frutos de ese esfuerzo.
El final del concierto fue una explosión de energía por haber llegado a década y media de vida artística, en donde la agrupación cumplió la promesa de su director, al bailar moviendo pies y piernas, al principio sin levantarse y en donde hasta los instrumentos fueron levantados en brazos. Después y ya de pie, convirtieron el espacio en una singular pista de baile.
Las cintas de colores de la bandera de México que lucieron los músicos en las solapas, volaron por lo alto, y los verdes, blancos y rojos cayeron, como si fueran birretes de alguna graduación, mientras los aplausos se escuchaban como tumulto desde las manos de los asistentes, quienes agradecían puestos de pie haber sido testigos de semejante festejo.