Al ritmo que marcaban los instrumentos de los artistas –las guitarras, el bajo y la batería- no sólo los más pequeños de los asistentes, los niños y jóvenes, brincaron, bailaron y hasta sacudieron la cabeza al ritmo del rock. El goce frenético contagió hasta a los adultos mayores, visibles por su pelo cano. Hasta los y las viejitas se “prendieron”, pues.
El concierto del pasado domingo 7 de febrero fue aplaudido desde dos de los niveles del recinto cultural del centro de la capital, lugares donde los numerosos asistentes corearon varios de los temas más conocidos del primer disco de la agrupación, Súbete al tren.
Sin embargo, desde el comienzo y a lo largo del concierto, las nuevas canciones de la banda, las que formarán parte de su segundo cedé, fueron recibidas con desbordada alegría.
Las expectativas entre los chicos, por ver en el escenario a los músicos que tocarían, eran alentadas por integrantes del staff del conjunto musical, quienes arriba del escenario invitaban a llamarlos: “los amos, los amos, los amos”, decían.
La respuesta era la de un coro multiplicado en los asientos ocupados desde temprano, que repetía el nombre de la banda y sellaba sus aclamaciones con aplausos y gritos.
Con entusiasmo también respondió buena parte de la concurrencia, cuando empezó a activarse el hielo seco que dejaba escapar su densa niebla. Más gritos celebraban lo que estaba por venir.
*TODO PUEDE CAMBIAR Y HACERSE CHIDO
Por fin, aparecieron los artistas para complacer a quienes les pedían salir... y el arranque fue trepidante: empezaron a cantar El futuro llegó, que finalizó con un largo ¡uuuuuuuuuuh¡ de aceptación y entusiasmo del público, que así celebró el estreno de esa canción. Y sin dar pausas, los amos se siguieron con el segundo: Cruzando el mar.
Con mucha música para brincar y bailar –las ganas de querer subirse a la tarima ya se veían en las caras de los niños y niñas de la primera fila- se siguieron con el tema Todo puede cambiar, mensaje alentador rubricado por el vocalista, Agustín Dávalos, quien expresó: “Todo puede cambiar, todo y hacerse chido” y dijo que la clave estaba “aquí y aquí”, mientras se tocaba el lado izquierdo del pecho y la cabeza.
Los primeros en animarse a subir a bailar fueron tres chicos y una mujer, que se movieron al ritmo suave de Tienes que escuchar y su mensaje poético: “hay música en el campo cuando se abre una flor; hay música en el cielo cuando una estrella sale; hay música en el aire cuando vuela un ave; el mundo es una nota, cantarina y brillante”.
Al finalizar, muchos asistentes le tomaron la palabra a una invitación: “En la tarima para bailar todos los que quieran pasar, adelante”. Entonces subieron papás e hijos, porque el siguiente tema no era para escucharse sentados.
*DELIRANTE BRINCO COLECTIVO EN INESPERADA CLASE DE FRANCÉS
Grandes y pequeños aprendieron un poco de francés, porque era indispensable para hacer los coros de Madame Pichón. Lo fabuloso del espectáculo fue la interacción con los niños, que repetían lo aprendido en lengua gala: “Oui!; Ça va!; Tres bien!; Au revoir!”. Y un delirante brinco colectivo selló la inesperada clase de idiomas.
A partir de ahí, los animalitos fueron los personajes centrales de las letras de las canciones, de estreno o no.
Una armónica tocada por Dávalos anunció el nuevo tema que de su voz surgió: Caco –referencia cariñosa a un cacomixtle- y después, una singular pareja, Juana y Ramón, hizo imaginar cómo sería un romance entre una iguana y un dragón.
En la tarima, una niña de plano se puso a hacer piruetas apoyada en sus manos, no le importaba que trajera vestido.
*PROSIGUIÓ EL DESFILE FAUNÍSTICO
El desfile faunístico prosiguió de manera melodiosa: todo mundo conoció El blues del Conejo, que musicalmente pasó a punk y que, en realidad, es una adaptación de un tema de cuna que le cantaba su abuela al intérprete: “Ahí está mi abuela, ya la vi –dijo Agustín al descubrirla entre el público-. ¡1,2,3 por mi abuela!”, celebró.
Sobre Cangrejito barranqueño, el músico contó que ese tema fue hecho con una bióloga, ya que al tratarse de una especie endémica, sólo vive en las barrancas de Cuernavaca, explicó.
Lo divertido de la interpretación fue que cuando el vocalista acercó el micrófono a los niños más cercanos al escenario, fueron los varones los que se hicieron para atrás, pero las niñas fueron más valientes y cantaron ese tema de estreno.
Después, el músico dijo que la siguiente “rola”, contaba la historia de un pequeño animal que tenía un sueño: llegar a la Luna, por lo cual estuvo construyendo un cohete. Y aunque nadie le creía, sin embargo, lo logró. Hablaba de El viaje a la Luna de un Tlacuache sideral.
Antes de Macacos, Agustín Dávalos lamentó que existan quienes creen que pueden destruir un manglar para hacer hoteles o acabar con un bosque. Dentro de la canción lo interpretó así: “Yo mejor regreso a la selva, a vivir en paz con la Tierra, lejos de la gente demente que cree que es inteligente”, mientras los niños coreaban el peculiar mensaje.
A esas alturas del concierto, cuando el espíritu rockero se había posesionado de las almas infantiles -y las de sus papás-, llegó el turno para Vampi, en donde hasta los adultos brincaron y se levantaron de sus asientos para cantar con alegría. En la tarima dos niños entusiasmados se cayeron, pero se levantaron y aquí no ha pasado nada.
Después, unos ladridos hicieron que los chicos buscaran por las alturas, a ver si ahí estaba el animalito. Con Día de perros la tarima se llenó de brincadores que se dieron vuelo. Era el final del concierto, pero los silbidos y los coros para “otra, otra, otra”, motivaron a los músicos a reaparecer.
*UN BROCHE DE ORO ESPECTACULAR
Así lo hicieron y complacieron con tres melodías más. Primero, la -por mayoría de votos pedida- “versión trágica” de Pato en el zapato.
Después, la divertida Súbete al tren, que incluyó un juego en el que participaron niños y adultos que formaron un tren en el escenario y que se paraba con el silencio de los instrumentos y volvía a avanzar cuando regresaba la música.
El cierre fue un broche de oro espectacular: al cantar Doña Roberta, había una parte en donde se bajaba el volumen, mientras todo el mundo se iba al piso y después, poco a poco, los participantes iban subiendo “hasta traspasar el techo”, mientras Agustín motivaba con un: “arriba, arriba, arriba”.
Bueno, ¡hasta las viejitas brincaron! Los amos del recreo resucitaron a las niñas musicales que llevaban dentro.
Una memoriosa voz infantil asombró a todos, cuando repitió, sin respirar, la larga lista de animales que en su casa tiene la señora que da título a la canción.
En el vestíbulo del teatro, doña Roberta de carne y hueso, confiesa divertida que tal cantidad de animales no existe, que sólo es una invención de la banda, ya que ella sólo tiene una perra y alimenta a una ardilla.
Al final del concierto, los niños y sus padres salieron más que felices. “Nosotros también salimos re felices y bien prendidos”, me confiesa el vocalista”.