Otra noche fría y de mucho aire, viento otoñal que barre todo el pueblo exhibiendo las calles en su carne de tierra húmeda y apelmazada. Brechas que el viento deja inermes ante la enorme presencia de la oscuridad. Llego a casa caminando, enredado en el caos que es el aire. Me encierro con llave.
Escucho al vendaval ulular en los intersticios de puertas y ventanas; un larguísimo y lastimero gemido que provoca desasosiego.
Comienzo a cerrar las cortinas, y cuando estoy corriendo las del estudio veo en el vidrio el reflejo de una mujer parada en la puerta, a mi espalda. Su cabello es largo y ella es alta, blanca. Lo lógico es que al percibirla volteara rápidamente, alarmado. Pero no sucede así. Simplemente la contemplo desde el reflejo muy nítido, y sin sentir temor. Comienzo a sentir paz, una tranquilidad melancólica. El rostro del espectro también está lleno de tristeza, una pálida infelicidad lo matiza. Nos observamos al menos un minuto. No quiero voltear porque sé que al hacerlo ya habrá desaparecido.
Permanece inmóvil, siento que está ahí con la intención de que la observe a detalle, de que le haga, quizá, un poco de compañía. Es una presencia impalpable que no quiere estar sola. No la dejo de mirar y no he parpadeado pero no es una sensación que me moleste, no quiero que al cerrar y abrir los ojos ya no esté. Llego a pensar que ambos, en nuestra respectiva tristeza, fungimos como una especie de complemento.
Sólo se me ocurre rezar un poco con la intención de brindarle calma. Le digo que se sienta bien, que es bienvenida, que es confortable saber que hay alguien más permaneciendo aquí. Le digo que algo me dice que este viento de días atrás fue el que la trajo, el que la invocó, el que quizá con su intranquilidad la arrastró hasta aquí, pero que está bien, que no se preocupe, que se quede y deambule con toda confianza. Le doy las gracias por haber llegado.
Sin desvanecerse como lo han de hacer todos los fantasmas, ella da la vuelta y se aleja caminando despacio por el pasillo, no como un ánima que se marcha, sino como una visita que se va a instalar. Qué bueno que aquí, por fin, hay un huésped.
A través del vidrio veo hacia afuera. El aire lo castiga todo, las siluetas de los árboles bailan una danza desesperada.
Cierro la cortina.