Muchas veces aquellos que ocupan un lugar de autoridad en la vida de las personas no están a la altura de poder ejercer ese poder. Es el poder para dirigir, mandar con el fin de ayudar al buen desarrollo y bienestar emocional, mental y espiritual de los hijos.
Idealmente los padres debían ser maduros, responsables y tener la capacidad de protegerlos para ayudarlos a crecer en una ambiente suficientemente bueno, amoroso y feliz. Esa es la razón que justifica ese poder y autoridad, esa dependencia y obediencia para que sean cobijados y acogidos por el amor de la pareja.
Cuando los padres forman una unión sólida, amorosamente conformada, los hijos son los primeros beneficiados. Para los niños un ambiente en el que no tienen que preocuparse por nada más que jugar y cumplir algunas obligaciones básicas es lo óptimo para su desarrollo.
De alguna manera al comienzo de la vida de un ser humano da por sentado que todo está bien, que las necesidades están garantizadas, que los problemas apenas se conocen porque de ellos se ocupan los adultos. Permite a un niño explorar el mundo, desenvolver su imaginación y crecer en una felicidad tan básica y fundamental como la garantía de que es amado y protegido de sus padres y de nada tiene que temer.
Es lo que podemos considerar la cobertura básica que conforma un hogar. Es en donde cada quién sabe cuál es su lugar y en el que puede ser espontáneamente él mismo y puede sentirse protegido, confiado, apoyado y comprendido.
En la realidad no siempre las cosas son así. Muchas veces ni siquiera la unión de la pareja se puede dar por garantizada y eso ya motiva el sentimiento de desamparo de los hijos. Si la pareja pelea, no se ama, se lastima o amenaza continuamente con separarse o efectivamente funcionan por separado, esto ya genera desamparo en los hijos. Cuando éstos se tienen que preocupar de los sentimientos de sus padres, son sus intermediarios, reciben parte de la violencia que iba dirigida a alguno de sus progenitores o son sustituto conveniente del padre o de la madre, entonces esto interfiere en el sano desenvolvimiento de los niños. Esto infringe el orden familiar y repercute en la manera en que en el futuro esos individuos se relacionen y conformen o no una familia sana.
La muerte de uno de los dos progenitores, las madres solteras, el huérfano pueden vivir la descolocación de su lugar por compensar sus carencias y ayudar al sostén de esa cobertura para que el hogar exista.
Una madre soltera o viuda puede tomar a su hijo varón mayor como su “esposito”, sin permitirle ser simplemente un hijo más. La hermana grande que debe ser precozmente la madre de sus hermanitos para que mamá pueda ir a trabajar lleva a esa niña a perder su lugar como hermana y a negar su infancia adoptando responsabilidades que no le competen.
En todo este desorden se generan injusticias: ¿Por qué me va a mandar mi hermana? ¿Por qué ninguna novia le parece a mi mamá? ¿Por qué yo tengo que hacer todo el quehacer, sólo por ser la mayor o mujer?, etc.
En la vida estas situaciones pueden presentarse como la única forma de sobrevivir a una crisis. Pero lo importante es poder dejarlas atrás y poder perdonar a nuestros padres por no habernos podido proteger, darnos esa cobertura para una infancia ingenua y feliz.
El proceso psicoterapéutico es indispensable para no repetir la historia en nuestras relaciones y querer compensar lo que no tuvimos, cuando eso ya fue y hay que dejarlo en el pasado. Se generan patrones inconscientes en los que parecemos querer reproducir nuestro hogar primigenio para corregir lo incorregible. Por eso consulta a la psicoterapeuta.
*Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas para videollamada a Colima al tel. 01 312 3 30 72 54 Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. www.facebook.com/crecimientoemocionalintegral