Recuerdan durante el recital a Shigeko Watson, fundadora y presidenta durante 14 años de la asociación civil
“La admirable altura alcanzada por los virtuosos del escenario y el arrebato con el que se conducían, daban cabal descripción del monumental trabajo de un genio incomparable y desmesurado. Era el lenguaje de Brahms derramando sus frases como verbo divino.”
El broche de oro no pudo haber tenido mayor lujo y brillo: una ola sonora descomunal había llevado al éxtasis al público que presenció el concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) en el teatro Ocampo de Cuernavaca, y para finalizar, los más de 90 músicos celebraron el 25 aniversario de la asociación Amigos de la Música, su anfitriona, interpretando Las Mañanitas. La batuta estuvo a cargo del director artístico, Carlos Miguel Prieto.
La ola por la que navegó durante dos horas el numeroso público que acudió a la cita, la noche del sábado 3 de mayo, emanaba de la eternidad a la que ascendieron –o de donde provenían- los espíritus de Franz Joseph Haydn, Johannes Brahms y Richard Strauss.
El gozo se expandía por los sentidos a medida que las notas, armoniosamente ensambladas, abandonaban la morada de las cuerdas, los alientos y las percusiones para conducir a sus receptores a un encuentro insospechado con la luz.
Durante el desarrollo del programa preparado para la memorable ocasión, esa reunión con el espíritu tuvo diversas referencias al mundo de la filosofía, universo en el que impera y se solaza. La primera composición ejecutada por la agrupación musical más representativa de México es conocida como “El Filósofo” y la última fue, ni más ni menos, “Así hablaba Zaratustra”.
En voz de Ismael Álvarez León, especialista en música de concierto, el recital dio inicio con la referencia de que la creación de la asociación civil tuvo lugar en 1989, por lo que a 25 años de su fundación “recordamos a Shigeko Watson –presidenta durante 14 años de la agrupación-, Pedro Woessner y a quienes ya no están”, dijo por el audio el también conductor del programa de la radio universitaria El coleccionista.
En el primer número, participaron solamente 22 instrumentos de cuerda y 4 de aliento para recrear la Sinfonía No. 22 en Mi bemol Mayor, Hob 1: 22, estructurada en cuatro movimientos [adagio, presto, minueto y finale (presto)], en donde el coloquio inicial de los violines entró en contraste con la potencia de las voces de dos tipos de cornos: ingleses y franceses, para conseguir, durante un cuarto de hora, un diálogo musical celebrado con entusiasmo por un público respetuoso y atento de los artistas invitados.
La segunda pieza interpretada –la de mayor duración de entre las composiciones programadas: 45 minutos- fue Concierto para piano No. 1 en re menor, Op. 15, integrada por tres movimientos (maestoso, adagio y rondó: allegro non tropp), en donde se contó con la brillante participación del maestro de origen suizo Andreas Haefliger al piano.
Para esa parte del programa el número de músicos creció con 52 cuerdas, 14 alientos y los timbales como percusión.
Las vibraciones espectaculares que inundaron la atmósfera del teatro Ocampo, despertaban semillas de gratitud en el mundo interior de cada uno de los testigos, ante la oportunidad de poder escuchar en vivo ese prodigio musical creado durante el siglo XIX.
La mágica orquestación conseguida dejaba embriagado en el deleite al menos educado de los oídos. La admirable altura alcanzada por los virtuosos del escenario y el arrebato con el que se conducían, daban cabal descripción del monumental trabajo de un genio incomparable y desmesurado. Era el lenguaje de Brahms derramando sus frases como verbo divino.
Después del primer movimiento hubo espacios para el remanso durante el adagio, con momentos de monólogo del piano de Haefliger, para continuar con el ensamble a partir de las cuerdas mayores seguidas de los violines e irrumpir, nuevamente, en frenéticos diálogos que convertían a los minutos en luces de un puente hacia lo ignoto. Cada uno de los instrumentos tenía un hálito propio que llevaba más allá de las estrellas.
Antes del intermedio, Andreas Haefliger se dio tiempo para felicitar a Amigos de la Música por su aniversario, para recibir un ramo de flores como muestra de agradecimiento y para interpretar dos piezas cortas para piano, a manera de encore, luego de los vítores brindados por el público.
Para concluir el concierto, Así hablo Zaratustra coronó de forma magistral un recital cuya finalidad era el arrobamiento.
Como sortilegio, la introducción de la obra provocó la visualización mental del cosmos, poblado con estrellas, planetas y satélites. Era imposible sustraerse a esa visión: los sonidos musicales, de forma obligada, lo remitían a uno al misterio de una película luminosa, 2001: Odisea del espacio, cinta magistral de Stanley Kubrick.
La mezcla de referentes para el público era pasmosa: al hombre Iniciado, a la altura de Moisés, Jesús, Krishna –según el libro Los Grandes Iniciados- y reformador de la religión persa; al complejo filósofo alemán Friedrich Nietzsche y su obra Así hablaba Zaratustra; a la propia obra musical de Richard Strauss, compositor de finales del siglo XIX y principios del XX; y al talento de un cineasta contemporáneo y su celebrada filmación.
El asombro inscribía su huella en el ánimo cuando uno se daba cuenta que, seguramente, el hilo que unía a Zaratustra, Nietzsche, Strauss y a Kubrick, provenía de la misma fuente y que la música que se desenvolvía en esos momentos, nos acercaba a esas esferas.
Más de 90 músicos en escena, en donde se unieron otros instrumentos como las arpas, la campana, los triángulos y la celesta, ofrecieron una orgía de sonoridades como oda perfecta al superhombre.
Para celebrar tan especial cumpleaños, los integrantes de la asociación prepararon una placa conmemorativa que fue develada por Carlos Miguel Prieto –pese a su inicial reticencia: “soy malísimo para estas cosas, de político yo…”, se interrumpió- y de la titular de la Secretaría de Cultura, Cristina Faesler.
Sin embargo, un momento chusco ocurrió, de manera inesperada, cuando al jalar el paño rojo que cubría a la placa, ésta voló por el aire para caer en el escenario, y tras ponerla de nuevo en su lugar, se leyó lo que tenía inscrito.
Pese a ello, el concierto fue un acto memorable con el que se celebró un cuarto de siglo de promover y difundir la música más hermosa del mundo en Morelos. Shigeko Watson, a quien volvieron a recordar en el escenario con gratitud, habría sido sin protagonismos, la más complacida de las participantes. El tamaño de su obra iniciada no daba para menos.