De las noches que la voz de José Emilio iluminó al Borda
“Señaló José Emilio que los escritores-políticos del siglo pasado eran diferentes por una razón: tenían vocación de servicio, pero no de poder.
”La muerte de José Emilio Pacheco quebró los gruesos anillos que el tiempo sedimenta en la memoria personal.
Hizo brotar, desde el ayer, la savia de momentos realmente gloriosos, vividos frente a la espesura de sus versos y de su prosa: el bosque de su palabra impresa, y ante el privilegio de haber escuchado el canto de amor por sus raíces, encerrado en su voz.
Marejadas de tinta cubrieron con su negro velo cientos de limpias páginas, aún sin usar, de la mayoría de los periódicos de este país, y de muchos de nivel internacional.
La aciaga noticia lo hacía inevitable: era la partida de nuestro José Emilio, por su dimensión, un hombre de luces, es decir, un ser humano que se elevó por encima de los adjetivos de escritor, poeta, traductor, periodista y ensayista, como se encargaron de repetir, entre lamentos, las notas, entrevistas y crónicas que dieron cuenta de lo sucedido desde el pasado domingo 26 de enero, después de las seis de la tarde.
Sin embargo, nadie habló, durante los primeros días, de dos características notables del desaparecido hombre de letras: su estatura como conferenciante, pero sobre todo, como enamorado de la historia de su país: México. Amor que lo volvía un sabio.
En Bajo el volcán nos dimos a la tarea de seguir esos rastros, dejados por el hombre de luces, las memorables noches en que habló en el Jardín Borda, hace más de 16 años, los días jueves 9 y viernes 10 de octubre de 1997 y el resultado lo presentamos a continuación, aunque su publicación original tuvo lugar el domingo 12 de octubre de ese año, en estas mismas páginas.
Después de esa fecha, José Emilio regresó para presentarse de manera pública en la capital morelense, sólo una vez más, el 20 de enero de 2005, al ser reconocido con el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), cuando el rector era el hoy ex secretario de Educación, René Santoveña Arredondo.
“Me inclino a pensar que ya hice lo que pude, aunque espero que aún me quede tiempo para hacer libros interesantes. Confío en que me queden libros por delante, aún tengo la esperanza”, dijo en alguna parte de su luminoso discurso de aceptación y para fascinación de su joven auditorio.
En el lapso transcurrido hasta su deceso, todavía tuvo tiempo de ver publicados los libros Como la lluvia, La edad de las tinieblas y el volumen para niños El espejo de los ecos, de cuya presentación en el Centro Nacional de las Artes, dimos cuenta cuando finalizaba el año 2012. A la cabeza de la mesa de presentación –integrada por los ilustradores de la colección a la que pertenecía el texto de José Emilio- estaba su propia hija, Laura Emilia, entonces funcionaria federal de cultura.
*DOS NOCHES DE CONFERENCIAS EN 1997
“La voz de José Emilio Pacheco levanta de entre los muertos a los archivos, periódicos y libros enterrados en el silencio de bibliotecas y hemerotecas, que pocos pueden dar con ellas o se interesan en ellas. No en balde su oficio periodístico.
Y cuando lo hace, nos transmite los amorosos momentos compartidos con tantos y tantos textos, pero lejos de plantearlo de una manera solemne, se parece a un maestro, de los buenos, de los que con su conversación son capaces de hablar y hablar, generosos con el tiempo, pero con la atención de sus escuchas puesta en el dominio del conocimiento, en las anécdotas sabrosas y en los destellos de su humor personal.
Aunque el escritor mexicano estuvo el jueves y viernes pasados en el Jardín Borda de Cuernavaca para ofrecer las conferencias magistrales “Guillermo Prieto y la Academia de Letrán” e “Ignacio Rodríguez Galván y el comienzo de la literatura mexicana”, resulta imposible pasarlo por alto a él.
José Emilio tiene la vitalidad de sus jóvenes protagonistas de Batallas en el desierto y El principio del placer, para escarbar en la historia de nuestro país y acrecentar así su tesoro inmenso del amor por México… y contagiarlo, como dulce enfermedad.
A diferencia de su personaje principal en el guión cinematográfico de El castillo de la pureza, Pacheco le da alas de libertad a sus hijos, los saberes y los sabores, para que convivan con todos los presentes reunidos dos noches seguidas en la Sala Manuel M. Ponce.
El desconcierto es a veces el precio que se paga por conocer la verdad. Por eso, Mercedes Iturbe, directora del Instituto de Cultura de Morelos (ICM), presenta al autor no sólo como un catedrático del buen uso de nuestro viejo y bello castellano, sino también como un “ser entrañable, apocalíptico y visionario”.
Hombre que, hace algunos años, cuando ella residía en París y era visitada, la llenaba de angustia sobre lo que acontecía en México: le planteaba el derrumbe del país.
Sin embargo, reconoció la titular del ICM, después “me di cuenta que José Emilio tenía razón y que aquello que le criticaba, por parecerme excesivo, era producto de una agudeza para adelantarse a lo que veríamos en los siguientes años”.
Sobre los temas de su conferencia, Pacheco recordó que Guillermo Prieto –hombre que con un discurso salvó la vida del presidente Juárez, mientras el resto de los ministros se echaba a llorar, al decir a los soldados: “los valientes no asesinan”-, pasó los últimos días de su vida en Cuernavaca, al pagar con trabajos el alquiler de su morada, el Jardín Borda, aunque después se fuera a morir a su casa de Tacubaya. Y que nuestro estado debe a él que, como diputado, hubiera propuesto el nombre de Morelos para denominarlo.
Destacó como principal virtud de Prieto, su honradez a toda prueba. Aquí José Emilio comentó de manera jocosa que él era honrado porque nunca ha estado donde hay, pero a don Guillermo lo pusieron donde sí había, pues por sus manos pasaron los tesoros de la Iglesia y no robó nada.
Pero también sobresalía en este personaje del siglo XIX, su capacidad para escribir cartas y cartas que hoy son tomos de libros. De igual manera, su honestidad política, al romper con Juárez al prolongar éste su periodo presidencial y dejar en el camino a quien correspondía ocupar tal puesto: el presidente de la Suprema Corte, Jesús González Ortega.
De Rodríguez Galván, José Emilio recordó que se trata del primer escritor mexicano, en el sentido de que se formó fuera de las instituciones coloniales, así como uno de los fundadores de la Academia de Letrán, primera asociación literaria de importancia en el México independiente, cuyos trabajos tuvieron un sentido nacionalista, con carácter peculiar, por primera vez, de literatura mexicana.
Finalmente, después de señalar “yo no sé cómo alguien puede aspirar a la presidencia de la República, al rememorar los casos de Daniel Cosío Villegas o Vicente Riva Palacio, señaló José Emilio que los escritores-políticos del siglo pasado eran diferentes por una razón: tenían vocación de servicio, pero no de poder.
‘No me preguntes cómo pasa el tiempo’, hubiera podido decir el público a José Emilio, aludiendo a una de sus obras, porque cuando menos se sentía, ya se había ido.
Más no así las palabras de un enamorado de la historia de México, que la invoca como mago, para resucitarla como luz para el presente.”
*NO HAY CABIDA PARA EL DESAMPARO
Ante el cobijo inconmensurable de la literatura de José Emilio Pacheco, no hay cabida para el desamparo. Hoy con su partida, nos recuerda en cada página que no deja a México en la orfandad, porque su obra alcanza la dimensión de disco solar que no disuelve las tinieblas, sino más bien, las fragmenta en claroscuros para enriquecernos la vida.