De la información contenida en dicho reporte se concluye que una de las cosas que podemos hacer para lidiar con el problema del calentamiento global y la sobredependencia de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas, diesel, etcétera), es reducir el consumo de carne y lácteos en nuestras dietas. En lo que sigue de éste y otros dos artículos, expondremos las razones para tal afirmación.
Lo peor que uno puede comer, es la ‘carne’ de ganado bovino, especialmente la que se vende en cadenas de supermercados y que proviene directamente de esas fábricas de animales cautivos y masivamente ‘alimentados‘. Las razones para ello son muchas.
Comencemos por decir que no estoy invitando a que todos nos volvamos vegetarianos para el día de mañana; se está afirmando, que disminuir su consumo a sólo unos días a la semana, puede tener un fuerte impacto en el medio ambiente y en la salud de todos los habitantes del planeta (seres humanos incluidos).
En el futuro inmediato, el impacto agrícola sobre el ambiente crecerá susbstancialmente debido al incremento poblacional y al consecuente crecimiento en el consumo humano de productos animales. A diferencia del uso directo de combustibles fósiles, encontrar alternativas se vuelve mucho más difícil, pues algo tenemos que comer. Una reducción substancial del impacto sólo será posible mediante un cambio mundial igual de substancial en la dieta, aminorando el consumo de productos animales.
Baste mencionar que actualmente, la producción de carne y lácteos, que son los principales productos animales que consumimos, se lleva el 70% del agua dulce que se consume a nivel mundial, ocupa el 38% de la superficie de suelo cultivado y produce la emisión del 19% del total de gases causantes del efecto invernadero, responsables a su vez del calentamiento global.
Aquella carne natural, saludable, llena de vitaminas, prácticamente ha dejado de producirse, se ha extinguido; con seguridad, no se encuentra en los ranchos ni en los supermercados actuales. Ha sido desplazada por la ‘carne’ barata, proveniente de animales que han crecido en enormes hatos, sin espacio suficiente para moverse y engordados principalmente con desechos de maíz amarillo o de otros granos que se producen en muchos países bajo el esquema de subvención. El problema es que el maíz amarillo y en general, los cereales, no son saludables para el ganado y eventualmente, tampoco lo son para el consumidor.
Pensemos por un momento como niños; si uno les pregunta ¿qué come una vaca? ellos contestarán sin duda alguna: pasto o hierba, no maíz y mucho menos del amarillo. Los niños son mucho más inteligentes que los grandes agroindustriales, quienes no han entendido aún cuál es la dieta vacuna.
¿Por qué se alimenta a los animales con maíz? En el segundo artículo de la serie prometida al inicio de éste, daremos respuesta a esta y otras interrogantes.