En una comunidad como la nuestra, las despedidas son comunes, de tal suerte que vivimos con muchas ausencias, siendo una comunidad acostumbrada a los “adioses” para los cuales incluso hemos establecido ritos: despedimos al estudiante que se gradúa, al colega que parte de sabático o al que emigra en búsqueda de nuevos espacios de crecimiento académico. Como todo el mundo, a fuerza de vivir también aprendemos a aceptar la ausencia que conlleva la muerte, por dolorosa y triste que nos resulte como es el caso de la ausencia de nuestra joven colega, la maestra en Ciencias, Carolina San Román, fallecida de leucemia a los 38 años de edad el pasado mes de marzo. Sin embargo, la ausencia de Ernesto es diferente, ya que es imposible resignarse a que la ausencia se deba a la situación de violencia irracional en la que estamos inmersos. Estamos acostumbrados a ausencias que nos llevan a veces a la melancolía y a veces incluso a la alegría; la de Ernesto además de tristeza, genera rabia y temor. No nos cruzaremos más con Ernesto por los corredores del Instituto recibiendo su calurosa sonrisa, ni lo veremos salir presuroso con su mochila al hombro; no impartirá más cursos de Virología, ni habrá posibilidades de tesis para jóvenes bajo su tutela; los proyectos sobre astrovirus, esos entes causantes de diarreas en niños, quedarán truncados y las posibles aportaciones de Ernesto para entender cómo infectan y eventualmente desarrollar vacunas y medicamentos, en el mejor de los casos, quedarán en manos de alguien más. No me atrevo a intentar describir lo que la pérdida representa para Gisela, Rebeca y Vicky, su familia. Ernesto, quien recibiera el premio bienal FUNSALUD por su trabajo en enfermedades gastrointestinales, ya no emigrará a la Facultad de Medicina como estaba en sus planes, no saldrá de sabático, de congreso ni de comisión. Una nota luctuosa dará cuenta de la tragedia en la revista más prestigiada de su campo, el Journal of Virology. Ernesto no estará más con nosotros ya que tuvo la terrible ocurrencia de circular por las calles de la ciudad de Cuernavaca por la noche para llevar a un investigador norteamericano de visita en el Instituto a su hotel. Como es costumbre de medios y autoridades, no ha faltado el intento de buscar o insinuar alguna culpa. Sin embargo, en este caso toparon con un hombre de ciencia, un hombre bueno, un hombre de bien, convencido de que lo que este país necesita es educación y ciencia, la mejor manera de contender con la impunidad y la violencia que nos llevan al colapso.
Jared Diamond es un distinguido ecólogo, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), que en un texto reciente se pregunta cómo es que a lo largo de la historia diversas culturas y sociedades se han “colapsado”, y se extraña qué no hayan sido capaces de detenerse ante su evidente deterioro: como quien maneja un auto derecho hacia un muro y no quita el pié del acelerador. Diamond señala varios factores frecuentes en este complejo problema, entre otros el daño brutal al medio ambiente, la relación con los demás, refiriéndose tanto a las sociedades vecinas capaces de colaborar y evitar el colapso, como a las sociedades hostiles cuya actividad propicia el colapso (como la venta y el envío de armas por ejemplo). Finalmente Diamond se refiere a factores sociales, económicos y políticos que propician (o impiden) que la sociedad se dé cuenta de los problemas que enfrenta, y se pregunta algo así como ¿por qué no quitaron el pie del acelerador, frenaron y cambiaron el rumbo?, ¿será que no fueron capaces de tomar conciencia del problema? Y si tomaron conciencia y lo enfrentaron, ¿por qué no lo resolvieron? Una respuesta que el mismo Diamond postula a esta interrogante es que el colapso ocurre cuando existe un conflicto entre el interés de corto plazo de las elites gobernantes y empresariales por un lado, y el interés de largo plazo de la sociedad por el otro, particularmente si las elites logran evitar las consecuencias de su toma de decisiones y de sus acciones, en un régimen de impunidad. Esto suena particularmente acuñado para la situación de violencia que vive la sociedad, misma que muchos percibimos ya como en proceso de colapso o como señala Javier Sicilia de ruptura del tejido social, con gobernantes que viven en burbujas de protección e impunidad y un sistema de justicia que se corrompe o simplemente que no funciona. Se aplaude a gobernantes corruptos y nos presentan con orgullo la alianza del candidato más popular a la presidencia del país con los excelsos líderes del medio ambiente y la educación.
Es en este ambiente que vivimos el primer mes de ausencia de Ernesto. No cejamos en nuestra exigencia de justicia, no sólo para él, sino para todas las víctimas, particularmente las más recientes dentro del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, cuyo atrevimiento es haberse unido en torno a sus víctimas en busca de justicia para todos, en búsqueda de un cambio que evite el colapso. Creo que un buen deseo para estas fechas es que dentro de algunas décadas muchos miembros de la elite gobernante puedan citar el libro Colapso. ¿Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen?, de Jared Diamond, como uno de los que cambió su vida.