Seguramente así ocurrió con la mayoría de los morelenses que presenciamos el inusual operativo de la Marina Armada de México en el condominio de lujo “Alttitude” que abarca toda la cuadra desde Poder Legislativo hasta Domingo Diez, en la colonia Lomas de la Selva, hace exactamente cuatro años alrededor de las 17 horas.
La absoluta discreción con que se realizó el operativo fue determinante para que “El Barbas” no lograra huir como en muchas otras ocasiones, pero también, estuvo a punto de provocar más “daños colaterales”, pues no hubo cercamiento del perímetro y muchos automovilistas pasaron por la avenida Poder Legislativo mientras marinos y sicarios intercambiaban ráfagas de AK-47.
Hoy se sabe que uno de los que pasaban cerca de ahí, Ignacio Aguilar Rodríguez, fue abatido por las balas de los marinos al no detener la marcha del vehículo donde viajaba.
Anecdótico, que ya para las 20 horas cuando celebrábamos la reunión de fin de año en el despacho del abogado Rodolfo García Aragón, todavía se escuchaban a lo lejos una que otra ráfaga que se asemejaban a juegos pirotécnicos, típicos en esta temporada navideña.
Para nosotros los morelenses había sido un operativo más de los que ya estábamos casi acostumbrados. Fueron las grandes cadenas de televisión las que se encargaron de darnos a conocer la magnitud del acontecimiento: en Cuernavaca fue abatido uno de los capos del narcotráfico más buscados en México y Estados Unidos.
Y lo más increíble de todo es que hasta ese momento se enteraron las autoridades locales de Morelos, las corporaciones policiacas de los tres niveles de Gobierno y el Ejército Mexicano. El mensaje era claro: el presidente de la República sabía que todos estaban comprados por Arturo Beltrán Leyva y por eso decidió echar mano de los marinos.
La revista Proceso publicó que el día del ataque el llamado Jefe de Jefes esperaba a comer en su departamento nada menos que al comandante de la 24 Zona Militar con sede en Cuernavaca, Leopoldo Díaz Pérez.
“Poco antes de las 3 de la tarde del miércoles 16 se preparaba una comida en el departamento 201 de una de las cinco torres del complejo residencial Altitude, ubicado en la colonia Lomas de La Selva, en Cuernavaca, Morelos, que habitaba el capo Marcos Arturo Beltrán Leyva.
Lo acompañaban cinco de sus hombres de mayor confianza, entre ellos Edgar Valdez Villarreal, La Barbie, su jefe de sicarios.
Cabeza de su propia célula criminal desde 2008, Beltrán Leyva recibía en su búnker del edificio Elbus constantes reportes de los gatilleros que conformaban los tres cinturones de seguridad que, como ya era costumbre, vigilaban tanto el condominio como los movimientos en las calles.
Según el testimonio que rindió en la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) una de las cinco personas detenidas durante el operativo en el fraccionamiento Altitude y quien es cocinero, el capo ya había sido informado de algunos movimientos extraños a las afueras de su lujoso departamento, pero “confió en que su gente tenía todo controlado y que nada ocurriría”.
Mientras tanto, El Barbas, como le apodaban al narcotraficante sinaloense, dialogaba con Valdez Villarreal y otros miembros de su séquito. Afinaban detalles para recibir a un invitado especial con quien supuestamente Beltrán había acordado comer: el general Leopoldo Díaz Pérez, jefe de la Zona Militar 24, con sede en la capital morelense.
Por las declaraciones de otros indiciados –cuyos nombres se reservó la SIEDO y quienes fueron capturados el 11 de diciembre cuando participaban en una preposada de narcos en Tepoztlán, Morelos, a la que según reportes recibidos por la Secretaría de Marina asistiría El Barbas– se sabe que a ese encuentro también estaban invitados un capitán y un mayor del Ejército adscritos a la misma zona militar. Sus nombres tampoco han sido revelados.
El testimonio de quien es identificado como “el cocinero” –a cuya parte medular tuvo acceso este semanario– no precisa qué hizo Valdez Villarreal el día del operativo desplegado el miércoles 16: si huyó al percatarse de la irrupción de los marinos o si decidió irse antes de que iniciara la balacera; en cambio, sostiene la versión que La Barbie pudo ser el traidor que aportó la información para el operativo”.
Arturo Beltrán Leyva apareció la noche del 10 de diciembre de 2009 en la posada que ofreció a sus allegados en su finca de Cuernavaca, sentado en un sillón que le habían colocado como un trono, en medio de la sala.
Estaba detrás de una mesa de centro, a un lado tenía su AK-47 bañada en oro y del otro a Osmayda Nalleli Casarrubias, la mujer que más lo procuraba en su salud; en los flancos aparecían como centinelas "La Barbie", vestido con un traje sastre azul marino, y "El Grande", con mezclilla, camisa gris a cuadros, gorra beisbolera y una AK-47 colgada al hombro.
Los Cadetes de Linares, Ramón Ayala y sus Bravos del Norte y al final Torrente, hacían fila en un pasillo para esperar el turno de tocar en una improvisada pista, colocada frente al capo.
En la sala había cuatro sillones, uno para Beltrán y el resto para las muchachas traídas de Acapulco, y un comedor contiguo con una mesa de seis sillas daba a unos ventanales con vistas al jardín con alberca. Todo en un terreno de aproximadamente 30 por 60 metros.
Esa noche había un asador en el jardín con una mesa al costado, donde tomaba los cortes Atanasio Reyes Vizcarra, el chef de cabecera de Beltrán Leyva desde hace ocho años, a quien cobraba 2 mil dólares por prepararle comidas para "eventos especiales", como el de esa noche.
"Estuvieron comiendo taquitos de carne asada y cerveza, también había whisky y tequila", relató Antonio Ruiz González "El Tony", uno de los ayudantes de cocina, en la averiguación PGR/SIEDO/UEITA/168/2009.
Las primeras 7 acapulqueñas, de las 24 que estarían en la fiesta, llegaron alrededor de las 21:00 horas y fueron recibidas con amabilidad por "El Barbas", según recuerda Edith Juárez, en su declaración del 13 de diciembre.
Osmayda Nalleli Casarrubias, quizá de las pocas que esa noche escuchó de cerca a Beltrán, testimonió que el capo en algún momento de la fiesta musitó a "La Barbie" su preocupación por el avance de Joaquín "El Chapo" Guzmán en Puebla.
"Alcancé a escuchar que le comentaba 'está entrando gente del 'Chapo' y del 'Mayo' y ya compraron a la Policía de Puebla y los militares', y luego dijo el muchacho guapo 'déjalos que traten de entrar a Cuernavaca, yo mismo voy por ellos'", contó.
Al frente, no perdía detalle Guadalupe Tijerina, el cantante de los Cadetes de Linares, quien cuando se topó a la entrada de la casa a un sujeto que por su descripción parece ser "El Grande", les ordenó: "canten corridos del norte a mi Tío".
De todos los repertorios, Beltrán Leyva tenía dos temas favoritos que pidió esa noche a Ramón Ayala y sus Bravos del Norte. Cantó primero el corrido de Gerardo González y entonó después "Puño de tierra": "El día que yo me muera/ No voy a llevarme nada /Hay que darle gusto al gusto / La vida pronto se acaba/ Lo que pasó en este mundo / Nomás el recuerdo queda/ Ya muerto voy a llevarme/ Nomás un puño de tierra".
"Cuando estábamos en el baile, en un momento esta persona me abrazó y caímos en el sillón, inmediatamente el sujeto rubio me separó del señor y a él le dijo 'vámonos, vámonos jefe, ya nos cayeron' y procedieron a salirse de la sala y enseguida se empezaron a escuchar una infinidad de disparos", relató a la PGR Yesenia Oropeza Hernández.
"¡Fuga, patrón! ¡fuga!", gritaban a la carrera los pistoleros.
Todos los testimonios de los presentes coinciden en que aproximadamente a la 1:30 horas del viernes 11 de diciembre, "La Barbie" y "El Grande" tuvieron que llevarse a Beltrán. Su "cuerno de chivo" dorado que tenía en el sillón fue lo único que alcanzó a llevarse.
"Llegó una persona y le dice al señor alto con barba y al que se dirigían con respeto: 'Tío, vámonos'.
Y dos hombres altos entran para llevárselo, uno lo tomó del brazo y el otro lo abrazó por la espalda. Yo y mi grupo nos encontrábamos del lado derecho de los músicos de Ramón Ayala, mientras éstos estaban tocando, enseguida después de un minuto aproximadamente se escuchan detonaciones de armas de fuego", dice el relato de Jesús Escamilla Zavala, baterista de Torrente.
"La Barbie" y "El Grande" llevaron a Beltrán al estacionamiento donde había una Suburban negra, una Pick Up Chevrolet blanca y una Cherokee gris.
Eligieron la primera camioneta y arrancaron.
Afuera, un Bora GLI blanco y un Dodge plateado tipo Journey, fueron abordados por sicarios para servir de muro de contención contra los marinos.
Tras la huída de Beltrán, en medio del fuego cruzado quedó un BMW plateado, donde murió fulminada Gabriela Patricia Pintado Terroba, alguien ajena a los hechos y que según el parte informativo de la Armada "circulaba en exceso de velocidad, se interpuso de manera intempestiva" en el tiroteo.
En las inmediaciones de Cerrada de los Arreates, en una barranca, un sicario hasta hoy no identificado fue liquidado.
Al irrumpir en la casona, el Grupo de Operaciones Especiales de la Armada acabó de inmediato con la vida de Mario Rojas Romero Gutiérrez y Daniel Ortiz Román.
Arturo Beltrán Leyva logró huir esa madrugada, pero sus horas estaban contadas
HASTA MAÑANA