El motivo de su explosiva reacción no era para menos: la empresa Burlington, una de las más importantes del mundo, había anunciado su decisión de instalar tres fábricas textiles en el municipio de Yecapixtla, lo que daría empleo a más de dos mil personas. Era un hitazo que aparecería en todos los periódicos estatales y varios nacionales.
Sin embargo, en la tarde de ese mismo día secuestran a una persona de apellido conocido y la importante nota de desarrollo económico pasa a segundo término en los noticiarios de radio y televisión.
¿Qué persona habrán secuestrado? Nuestra narradora no recuerda el apellido, pero pudo haber sido cualquiera de las familias que sufrieron en carne propia el flagelo del secuestro durante el sexenio carrilloleísta. Salgado Castañeda, Ortiz Mena, Turatti, Tovar, Coghland, etc.
A través de las páginas de La Unión de Morelos, quien esto escribe le dio seguimiento a la captura de varias bandas de secuestradores, entre ellas la de “El Cubano” (que se escapó de la cárcel de Atlacomulco en la cajuela de un coche); “La Víbora”, “El Sargento Mendoza”, y una lista interminable. Según el Inegi, en 1996 se dio la cifra más alta de secuestros: 118 en un solo año.
El reclamo social obligó a Jorge Carrillo Olea a iniciar una cacería contra secuestradores. Casi cada semana la Procuraduría de Justicia encabezada por Carlos Peredo Merlo presentaba ante la prensa a un grupo de personas, tanto hombres como mujeres, como integrantes de una banda de secuestradores. Para quienes cubríamos nota roja era evidente que los detenidos estaban muy golpeados.
En el pecado llevó la penitencia y fue precisamente en una detención en la que “se les pasó la mano” a los policías judiciales al mando de Amando Martínez Salgado, se les murió el detenido, Jorge Nava Avilés, y cuando intentaban deshacerse del cadáver llegó una patrulla de la Policía Federal de Caminos.
Este acontecimiento, conjuntado con una serie de marchas organizadas por Graco Ramírez Garrido, y la línea del entonces presidente de la República, Ernesto Zedillo Ponce de León, tuvieron como consecuencia final la caída del mandatario.
¿Cuál habrá sido el peor momento de Sergio Estrada en la Gubernatura? Nadie nos lo ha contado, pero se infiere que uno de los momentos de mayor preocupación fue cuando le avisaron que su jefe de la Policía, Agustín Montiel, había sido detenido cuando acudió a declarar voluntariamente en la SIEDO.
Y el mayor coraje debió ser aquel que le provocó que incluyera en su discurso aquel donde pidió que no se metieran en asuntos de su “bragueta”.
El peor momento para el gobernador Marco Adame Castillo sin duda fue cuando le avisaron que su secretario de Seguridad Pública, Luis Ángel Cabeza de Vaca, había sido detenido en las propias instalaciones de Torre Morelos. El presidente Felipe Calderón no le quiso brindar la cortesía de avisarle que lo iban a detener, lo que habría permitido una salida digna y menos golpeteo mediático en contra del gobierno de Morelos.
Parte de ese golpeteo provino de la revista Proceso, donde apareció un reportaje en el que se comprobaba que en su teléfono “BlackBerry” de Cabeza de Vaca, iba anexado el número de cuenta bancaria del gobernador. Era un dato que jurídicamente no significaba nada, pero políticamente fue muy bien aprovechado por el PRI y el PRD, cuyos representantes en el Congreso Local pudieron obtener muy buenas ganancias por dejar de tocar el tema en tribuna.
Felipe Calderón tampoco le avisó del operativo que había ordenado a la Secretaría de Marina para detener (o ejecutar) al capo Beltrán Leyva. Ni siquiera el jefe de la 24ava. Zona Militar lo sabía.
Ya con Graco Ramírez Garrido Abreu me contaba un ex jefe de la oficina de la Gubernatura que si algo ponía mal a Graco Ramírez, era leer la columna de Eolo Pacheco. Montaba en cólera cuando leía datos que supuestamente eran de consumo interno de su gabinete. Siempre sospechó que tenía colaboradores desleales que le contaban todo al columnista, y así se los hacía saber cada vez que podía.
Y no es difícil deducir cuáles fueron sus peores momentos. Uno de ellos seguramente fue cuando recibió la noticia de que Morelos había sido uno de los estados donde el temblor del 19 de septiembre de 2017 provocó mayores daños. Las fotografías del recorrido que hizo en Jojutla aquella noche, así lo demuestran. Tenía el rostro desencajado, aunque poco a poco se fue dando cuenta lo que parecía una desgracia, era una excelente oportunidad para robar.
El otro peor momento debió ser cuando le avisaron que, a pesar de haber destinado cientos de millones de pesos para financiar la campaña política de su hijastro, lo que significaba además la continuidad de su proyecto, la gente prefirió votar por otro candidato.
Los gobernadores deben estar conscientes de que hay factores externos que influyen en los acontecimientos, y que por muy eficientes que sean sus colaboradores, no lo pueden prever.
La actual administración lleva muy poco tiempo como para buscar cuál ha sido el peor momento del gobernador Cuauhtémoc Blanco. Hasta ahora, también ha pasado corajes por el hecho de que “las buenas noticias no son noticias”, y la nota roja tiene más seguidores que cualquier otra información.
A los críticos del sistema (casi todos ex candidatos perdedores) les ha dado por adjudicar los asesinatos al gobernante en turno como si ellos los hubieran matado. Por ejemplo, a la gobernadora de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, que a fuerza quieren que renuncie porque los dos cárteles de Tepito se están disputando la plaza palmo a palmo.
Resulta hasta perverso que en Twitter publiquen la foto de una mujer tirada con un bebé al lado y el hashtag “#CuantasMasSheinbaum? No se vale, ni en la ciudad de México ni en ningún otro estado de la República.
HASTA MAÑANA.