Siempre soñé con un amor de esos, un amor incondicional. Idealicé el amor. Pensé que sería así de romántico, así de cuento de hadas, que llegaría a mí ese príncipe que me rescataría de la monotonía y que me haría feliz por el resto de mi vida.
En mi cabeza inventaba, armaba mi propia historia, le ponía dificultades a la trama hasta llegar al clímax de ella, a la culminación del amor.
Y así pasaron los años, hasta que llegó a mí el amor por primera vez. Era muy joven todavía, por lo tanto inexperta. Esa historia fue de lo mas linda porque ambos éramos inocentes, era nuestra primera relación. Así que fue muy transparente, no muy de princesa, príncipe, brujas y dragones.
Después apareció otro que tenía toda la actitud de príncipe. Pensé este cuento ¡tiene que ser el bueno! Y no, para nada fue otra historia normal, risas, besos, pleitos, traición…
Sí, dije traición. Conocí la traición y según yo esta relación no había aportado nada nuevo a mi vida, a mi experiencia, pero yo buscaba algo mágico, tal cual enamorada del amor. Pero una vez que salí de esa relación, me di cuenta que la traición sí va en una historia. Es decir la intriga, la mentira, la traición juegan un papel importante en una relación de cuento o en su defecto de telenovela. ¡Me asusté! estaba muy cerca de conocer al verdadero príncipe y de vivir ¿mi propio cuento de princesas?
Llegó otro y después otro… y cada vez eran más dolorosas esas historias, esas relaciones, ¡snif! cuando deje ser niña.
En estas nuevas relaciones conocí el juego de egos, pero también le di un lugar especial a mi dignidad.
Cada vez me era más difícil encontrar en la multitud a ese hombre que me haría feliz, le di oportunidad no saben… a muchos y ninguno la supo aprovechar… decepcionada me despedí del amor. Y empecé a ser egoísta y a buscar solamente compañía. No me fue mejor. Las cosas no mejoraron, aunque la verdad sufrí menos, ya no me comprometía. Pero en el fondo en mi corazón no era feliz… ¡Yo quería más! me rehusaba a estar con alguien nada más por estar.
Decidí no esforzarme, dejé de buscar, dije ahora dejaré que él llegue a mí. Pasaron muchos meses para que eso sucediera. Le puse muchas trabas, al posible candidato, o sea al príncipe, al principio para que desistiera (todo con la intención de que me demostrara cuanto quería estar conmigo, que le costara, ya me cotizaba) y así fue… insistió tanto que pensé éste sí debe de ser mi príncipe.
Le abrí la puerta al amor… entró y empezó hacer de las suyas. Al principio fue hermoso, detalles, palabras más empalagosas que la miel, flores, llamadas, en fin ustedes saben de lo que hablo. La etapa del enamoramiento es la más padre, se vive tan fácil, uno nada más se deja llevar como hilo de media, igualito.
Hasta que apareció la mentira, que no sé quien la invitó a mi historia que me iba quedando tan bien. Pasé un trago amargo pero decidí continuar, tras promesas de jamás volverá ocurrir. Creí y seguí…
Poco me duró el gusto porque después llegó otro personaje no inesperado pero no invitado, la infidelidad que viene siendo prima hermana de la mentira, como que siempre andan junto con pegado.
Aquí ya no estaba muy segura de continuar, la historia estaba dando mucho (tenía casi todos los ingredientes para no sé un estelar en Televisa)… Pero también quería saber si a pesar de tanto obstáculo, ese príncipe (ya con el acento caído) era el mío… no sabía qué hacer.
Acertaron, ahí me quedé. Me puse mi traje de kamikaze y dije aquí estoy lista para lo que venga. Y sí llegaron muchas bombas que sin mi traje no sé si hubiera podido sobrevivir.
La cosa es que ahora sé, que no hay historia perfecta y que el príncipe azul no existe. Hay historias reales y hombres de carne y hueso con la sangre tan roja como la tuya o la mía. He descubierto que para ser feliz en tu propia historia, primero debes amarte a ti misma, respetarte, aprender a ser feliz contigo misma para poder ser feliz con alguien más, y así estarás segura que es amor y no necesidad. He aprendido que la perfección sólo la tiene Dios y que es Él el que nos pone en el camino los obstáculos o oportunidades y somos nosotras las que decidimos cual elegir. He aprendido que el verdadero amor no se sufre, se disfruta y que jamás, jamás por ningún motivo debemos dejarnos pisotear, ni tampoco creernos superiores, que las princesas y los príncipes debemos caminar al mismo paso, ni un paso adelante o atrás, pero ¡sí cogidos de las manos! y que cada quien escribe su propia historia de princesas y príncipes y lo más importante es que este corazón ¡nació para amar!