Esos nervios de conocer a los maestros y nuevos compañeros hace mucho que no lo siento y como que sí me gustaría volverlo a experimentar. Y como olvidar cuando me enamoré de mi profesor de Ética. Confiesen, a todos, o a la mayoría, nos pasó alguna vez. Me ilusioné con ese hombre alto, delgado, educado y siempre impecable. Me duró poco ese enamoramiento, pronto descubrimos que cuando citaba a alguna alumna en su cubículo, no eran tan educado, ¡auch… !
Recuerdo que tenía semanas de locura donde había tareas, exámenes, exposiciones, etcétera, y no dormía prácticamente nada y aún así rendía. ¡No que ahora me desvelo y ando peor que zoombie! Definitivamente los años no pasan en vano, las desveladas ahora me noquean. Es más llega el viernes en la mañana y soy ese ser maravilloso que planea mil cosas para su noche viernes, pero apenas dan las siete y sólo pienso en mi sillón favorito y la tv.
Cuando ingresé a la universidad las cosas no mejoraron, al contrario se ¡pusieron peor! El ritmo que llevaban era vertiginoso, ellos volaban y yo apenas caminaba. Me fue muy difícil alcanzarlos, un semestre nada más. En esta época no tuve tiempo de enamorarme ni de maestros ni de nadie, siempre tenía mucho que estudiar. Me retrasé algunos meses, pero cuando por fin alcancé el nivel de la universidad, hasta en el cuadro de honor aparecí. ¡Yea!
Tener la oportunidad de estudiar es invaluable, no me puedo imaginar que sería de mí si no hubiera tenido esta ventaja. Es verdad que casi me llevaron arrastras, es verdad que varias veces quise abandonar la universidad, pero hoy reconozco que en el fondo sí me gustaba ir. Eran buenos momentos los que pasaba en el salón de clases, hice amistades que hoy todavía conservo, tengo recuerdos y conocimientos que aplicó a diario y sobre todo agradezco a mis padres que nunca me hayan permitido claudicar.
Como olvidar esas horas libres que ocupábamos para irnos a desayunar o cuando teníamos alguna excursión. El viaje se convertía en una verdadera aventura nada más subiendo al primer escalón del autobús. Es admirable el trabajo y la paciencia de los maestros. Aguantar a tanto adolescente junto, no, ¡bueno! Ellos también se la pasaban bien con nuestras ocurrencias. O cuando me peleaba con mis amigas por tonterías que en ese momento se convertían en verdaderas tragedias griegas. Una vez le dejé de hablar a mi mejor amiga porque me puse celosa. Le empezó a hablar a otra niña y a mí me resto atención y eso no me gusto ni tantito, pero era tal mi inmadurez que le deje de hablar así, ¡sin decirle nada! Pasaron los años y hoy las tres somos mejores amigas. Qué ganas de amargarse la vida. Qué padre hubiera sido que así lo hubiera aceptado desde un principio, ¡nos la hubiéramos pasado bomba!
Hablando con mis sobrinos, ya que algunos van a entrar a la primaria y otros a la secundaria, me doy cuenta que los tiempos han cambiado. Están súper despiertos y con todas las herramientas que tienen ahora para ayudarse a estudiar, pues están en todo. Como siempre, aprendo un chorro de ellos.
Mañana no regreso a la escuela, pero siento esa adrenalina porque decidí acompañar a mis sobrinos a sus compras para el regreso a clases y me emociono como si el sacapuntas de Hello Kitty fuera para mí.
Definitivamente, acompañar a mis sobrinos a hacer estas compras, me regresaron a mi época de estudiante y llegaron a mi mente y corazón recuerdos que quizá estaban dormidos, pero que hoy me harán soñar.
Se acabaron las vacaciones, a darle chavos que la vida no espera... ¡Feliz ciclo escolar!
Hasta la próxima.