Molly era feliz, muy feliz, siempre, nunca se quejaba y siempre procuraba pasarla bien y lo más importante es hacer feliz a los demás. Ella lo sentía, era como una misión en su vida, como que había nacido para hacer pasar momentos agradables a quien la conociera. Pareciera que Molly no tuviera edad, que fuera atemporal y siempre estuviera de moda. Diciembre sin duda era su mes preferido, y como no, si Molly era una alegre y deliciosa ¡galleta de jengibre!
Amaba que la metieran al horno y salir de ahí doradita y calientita, y ni se diga cuando le dibujaban su carita ;) Le mataba el ansia de saber si le pondrían los ojos más grandes de la bandeja de galletas o la sonrisa más amplia. A Molly la idea de hacer feliz a una persona la congratulaba inmensamente. Sabía que podía llegar a manos de un niño hasta las manos de un anciano y que sería recibida con la misma emoción en todos lados. Ser una galleta de jengibre era para Molly una gran bendición, pues tenía la misión de hacer feliz a cualquier persona.
Molly tenía una memoria inmejorable, envidiable, pues recordaba a todas esas personas que la habían tenido en sus manos. Se emocionaba mucho cuando recordaba la cara de los niños que la han visto con una gran emoción!
En esta ocasión Molly está siendo horneada en el horno de la cocina de la familia de María.
María es una adolescente que lo que más le gusta en la vida era salir a comer e ir de compras con sus amigas. En realidad encerrarse en su casa para ayudarle a su mamá a hornear galletas no la hacía en lo más mínimo feliz, pero no tenía opción o era eso o no salir en la tarde con sus amigas.
Mientras preparaban la masa para formar el cuerpo de Molly y sus demás amigos, María le platicaba con gran emoción a su mamá de las ganas que tenía de comprarse en el centro comercial unas botas altas, ¡sus primeras botas altas! Su mamá -que era una mujer muy dulce y generosa- le dijo: “si haces una buena obra en esta fecha de Navidad, yo te cumplo el deseo de tus botas”. A María le pareció un buen trato, así que en esta ocasión disfrutó hornear las galletas.
Una vez que me metieron las charolas llenas de estas simpáticas figuras, María y su mamá salieron de la cocina a poner el árbol de Navidad.
Sonó el timbre del horno, indicando que las galletas estaban súper listas. La mamá de María las sacó del horno con mucho cuidado de no quemarse y las puso en la mesa. Preparó el glaseado para poner las caritas a las galletas y llamó a María para que le ayudara a dibujarlas. Esta parte sin duda fue la más divertida y creativa para María; puso caritas muy, muy, felices en cada galleta, a Molly hasta la dibujó guiñando un ojo, Molly estaba feliz, jamás en todas las tantas veces que la habían horneado le había tocado una cara tan coqueta.
María y su mamá salieron al centro hacer unas compras. Una vez que estuvieron fuera de la casa, la fiesta empezó en la cocina.
Molly estaba feliz con esta nueva súper cara que le había tocado, pero había algo en ella que no la tenía tranquila. Ella sabía que en esta ocasión su misión de alegrar a alguien iba más allá. Que las galletas de jengibre tenían el deber de ayudar a dos personas o más de una sola vez.
Se levantó de la bandeja y preguntó: ¿amigos y amigas ya están secas y listas? ¿Para qué? Preguntaron los demás, “para vivir nuestra mejor Navidad”, contestó Molly.
Rápidamente nuestra galleta de jengibre organizó a todos, incluso hasta a las galletas de animalitos se unieron a esta nueva aventura navideña.
La visita de María al centro le resultó un tanto molesta; había naturalmente mucha gente, y además gente que ella consideraba “distinta a su entorno” (indigentes, casi todos pidiendo dinero… hasta niños).
De momento María pensó que eso era una molestia… pero ya de regreso a casa había una imagen en su cabeza que no podía borrar: una niña especialmente chiquita y bonita que andaba con su mamá que era una vendedora ambulante. La niña le provocó algo que pocas veces había sentido: empatía. Pero nada más pasó enfrente de un aparador y esa imagen se borró de su cabeza para sólo pensar en esas botas altas.
María y su mamá llegaron a casa y empezaron a poner las galletas en las bolsitas de celofán, pues la mayoría eran para regalar a sus amistades del club.
La mamá de María recibió una llamada y tuvo que salir de emergencia, así que encargó a María de ir a entregar esas galletas.
Fue entonces que Molly y compañía supieron era el momento de actuar.
María subió las canastas de galletas a la cajuela del coche, María ya contaba con su permiso de conducir, además el club estaba prácticamente a la vuelta de su casa.
Sucede que a María se le antojo un café de su cafetería preferida, entonces se desvió de la ruta para el club. Molly empezó a organizar su plan, cuando María bajó del auto por su café. La idea era llevar las galletas a otro lugar muy diferente al club de la familia de María. Todos tomaron sus posiciones para cuando María había subido al auto.
Prendió el motor del coche y le dio a la derecha como ella sabía para llegar al club. Le dio a la derecha pero no había reconocido la calle, así que dio la vuelta en u para regresar a su punto inicial. Ya ahí se dio cuenta de que la vuelta SÍ era la derecha, la volvió a tomar y volvió a equivocarse!, siguió avanzando y mientras más avanzaba menos reconocía las calles. Entonces hizo un alto total y apagó la radio. Escuchó vocecitas que le decían: “sí vamos bien, vamos bien, avanza” volteó a ver su café para verificar que sí fuera café y no una piña colada que la estuviera haciendo tener alteraciones en la mente. Recordemos que María era menor de edad y aun no tenía permiso para tomar alcohol.
Entonces puso su GPS y pensó: “ahora sí llego porque llego”. La voz del GPS la empezó a guiar y ella obedeció fielmente las indicaciones. Pero seguía sin reconocer ¡nada! Intentó llamar a su mamá pero se dio cuenta de que no contaba con señal “qué diablos está pensando”, pensó, entonces escuchó risas en la cajuela del auto. Bajó a revisar, pero no encontró nada extraño, todas las galletas estaban en su lugar.
Volvió a teclear la dirección del club, pero el GPS insistía que había llegado a su destino.
En esa calle poco iluminada sólo había casas y una más grande donde había un letrero que decía “Orfanato una Nueva Vida”; bajó del auto y tuvo la intención de tocar, pero se arrepintió y volvió a subir a su auto.
Sintió que algo, o alguien, la empuja a bajar del auto y Sí era Molly y sus secuaces, quienes estaban impulsando los pies de María para entrar al orfanato. No tuvo alternativa y bajó y tocó. Le abrió una amable mujer madura, quien le preguntó que a quién buscaba; de momento María quería contestarle que no tenía ni idea de qué hacía ahí y por qué había tocado el timbre. Pero a María sólo costó unos minutos entender la intención de esa molesta galleta de jengibre. Y sólo contestó: “buenas noches, traje un poco de alegría y sabor a los niños que habitan aquí” :)
La mujer le abrió gustosa la puerta y María entró de igual manera, pero su alegría fue mayor cuando empezó a entregar a cada niño su bolsa de galletas de jengibre. Y pensó ¿cómo pueden ser tan felices con tan poco? sólo con un poco de atención y cariño son felices. Se prometió a sí misma visitar éste y otros orfanatos para compartir de las bendiciones que ella tenía con los que tienen menos, se sintió afortunada de ser quien es y de tener lo que tenía pues así lo podía compartir.
Cuando María llegó a su casa su mamá ya había vuelto también. Ésta le preguntó que si había entregado las galletas y que si les habían gustado. María contestó: “!les encantó!, los hicimos felices y quiero repetirlo todas la veces que sean necesarias”.
“!Wow! que entusiasmo”, contestó su mamá, a la vez que la invitó a ir por sus tan ansiadas botas, pero María prefirió quedarse en casa con su mamá a disfrutar de una taza de chocolate caliente, pues ahora sabía que esas botas podían seguir esperando…
FELIZ NAVIDAD
Hasta la próxima.