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Lectora
Para Antonia, a sus 15 años.
Antes de nacer escuchaste poesía, canciones, algunos cuentos y muchas pláticas. Al llegar miré tus ojos y desde entonces ha sido un gran reto y una felicidad insuperable. Apenas nos conocimos en persona comenzamos a leer juntos.
De bebé continuó la poesía, la música y acunada en mi rebozo te compartía mis alegrías y alguna historia personal de esas que aún te gusta escuchar. Cuando te sentaste, los libros comenzaros a llegar a tus manos por montones, desinfectados y limpios, para que los conocieras mejor.
“Los libros son juguetes” fue el principio de aquellos años. Los tomabas con tus manitas, rompías sus hojas, los confundías con comida, comenzaste a quererlos. Los devolvíamos a su librero, con las secuelas de nuestra diversión y los dejábamos a tu alcance.
Cientos de libros pasaron por tu vida antes de que comenzaras a leer, eras una analfabeta bastante culta, pienso ahora. Cuando tu lenguaje hablado comenzó a fluir, fueron sus palabras las que repetías y comenzaste a usar con la naturalidad de quien sabe que este mundo se conquista con letras.
Luego encontraste tus favoritos y me pedías que te los leyera una y otra vez, hasta que los memorizabas, tanto así, que si leía mal, tú me corregías. A veces leías sola sin leer, repetías el cuento como iba en cada página, señalabas las ilustraciones y modulabas la voz.
Comenzamos a ir a librería, en especial a Gandhi, donde aprovechábamos el tiempo leyendo varios in situ y llevábamos otros a casa. Algo que aún hacemos, aunque ya en otras secciones, con lecturas más extensas.
Llegó por fin la lectoescritura, a los 7 años, porque no había prisa. La vida me dio el regalo de ser yo, en casa, quien te enseñara a leer y escribir, en unas clases que iniciaban siempre con la frase: “Leer y escribir es jugar”. Tu rostro de sorpresa al adquirir la habilidad es algo que llevaré en el corazón hasta el final.
Y comenzaste a leer, no sola, pero sí con más autonomía. Entonces leíste, por ejemplo, a Natacha, de Pescetti. Leías por tu cuenta, aprendías tanto en la primaria, volvías y leíamos libro tras libro, que en ese entonces poblaban la casa entre libreros y muebles.
Volviendo un poco, cada noche, desde tu llegada al mundo escuchaste un cuento leído, por mamá o papá, antes de dormir. Solían ser más de uno y muchas veces también los pedías repetidos. Esto se terminó hasta que ya niña grande decidiste que ese espacio nocturno sería solo tuyo, pero fueron por lo menos 10 años increíbles. Claro que muchas veces, en vez de leer, me pedías que te contara una de mis historias, que inventaba al vuelo, como las aventuras de Nariz de Oro o las peripecias del perrito Tláloc.
Llegó, pues, el día que conociste a Harry Potter, sus libros y películas, y del mismo modo, muchas otras sagas de aventuras, o libros sueltos, que pasaban por tus manos como un río que serpenteaba entre tu imaginación y tus plácidas tardes provincianas.
Leíste bastante, de dinosaurios, historia de México, temas de tu edad (de cada edad), cosas que te interesaban, de algunas cosas que platicábamos y en las que querías indagar. Leíste, leías, lees, leerás.
Llegaste incluso a un récord lector, según mi perspectiva. A tu corta edad, digamos 12 años, habías leído lo mismo que yo alcancé a leer tal vez a los 30 años, no sé. Te admiro y te respeto como lectora, eres hábil y crítica, sabes lo que buscas en un libro y lo que no quieres leer. Has resignificado en mi vida el verbo “leer”, que definitivamente debería comprenderse en femenino.
Y tras cada lectura y mientras leías título tras título, hablamos tanto, compartimos, debatimos, discutimos, dialogamos, nos emocionamos en cada oportunidad y aprendimos mucho. Momentos inolvidables, caminando muchas veces o en casa o en una librería, que solo nos pertenecen a nosotros, pero que a veces dan ganas de compartir, como ahora. Gracias, hija, te amo.
Por último, ¿recuerdas cuando fuimos a la Feria del Libro de Guadalajara? Por fin comprendiste por qué iba cada año y lo que hacía allá. Volveremos un día, juntos, nena, no lo dudes, volveremos.
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No solo se escriben libros
Uno de los autores que más admiro es Juan Gabriel. Recuerdo —aunque la memoria no es un instrumento de trabajo— que él dijo que nunca escribiría su autobiografía, pero le recomendó a su amigo Joaquín que lo hiciera para ganar dinero. Sí publicó una biografía en una edición horrible pero popular. Juanga nunca escribió un libro, sin embargo, sus letras —poéticas, obvio— sus canciones, son del dominio popular (no legalmente, ojo), de la gente, que las lleva en su corazones tan arraigadas como sus deudas en Coppel.
Juan Gabriel (don Alberto Aguilera, pues) fue un escritor de canciones románticas y bien azotadas. Si juntáramos sus miles de canciones no haríamos un libro sino una enciclopedia.
Hace unos años un amigo me dijo que había escrito canciones para diferentes grupos de folclor mexicano. Me dejó pensando en la posibilidad y tiempo después tuve la oportunidad de participar en la creación de algunas letras de canciones, aunque en ninguna he sido el autor.
Una noche un amigo me invitó a un proyecto como guionista de un cómic de divulgación científica mexicano, que había alcanzado cierto éxito entre lectores jóvenes. Mandé mi propuesta, me entrevistó el jefe y me contrató para varios números. Ver mis historias de ese modo —con monitos, ilustraciones— fue una sorpresa. Lástima que cerró.
Algún tiempo colaboré en programas de radio, varias veces llegué a hacer el guion completo de los programas, lo que me hacía pensar en muchas cosas: música, entradas, salidas, temas, menciones, presentaciones de colaboradores. Me afanaba en que estuviera lo mejor posible la planeación y aunque casi nadie pelaba mis ondas, yo terminaba con varias páginas impresas para los 50 o 60 minutos al aire.
Cuando di clases de teatro en una escuela secundaria que a la distancia considero liberal y de muy buen nivel, no llegamos a un acuerdo con los estudiantes sobre qué piezas teatrales breves montaríamos, así que después de varias charlas, decidí escribir un par de obras pequeñas, que, según recuerdo —pero la memoria…— se titulaban El día de la bestia y Cuando el futuro nos alcance, porque no tuve gran imaginación para titular la fortuita dramaturgia que pude crear casi sobre las rodillas. A la gente le gustaron las representaciones, aunque perdí los textos.
Cuando falleció una maestra que yo admiraba y quería, la Dra. Alicia Puente Lutteroth, organizaron una especie de coloquio en su honor en la Facultad de Humanidades de la UAEMorelos, a donde asistí para leer un texto sin género, más cercano, obvio, a la elegía, esas obras dedicadas con cariño a quien muere. Esto lo he repetido algunas veces, con más o menos pena… Y creo que volveré a hacerlo. Claro que nunca se publicarán ni nada.
Ya lo he comentado (creo): alguna vez hice un monólogo del tipo comedia stand up, que presenté en un par de lugares. Lo hice en un mes y lo estuve puliendo otro tanto, por ahí está, porque hacer comedia de este tipo es algo que me llama la atención, aunque, según parece, no ha sido una prioridad. La comedia me gusta, el humor para el público en general. Buscar algo que pueda considerarse original sería el punto. Quizás tome un curso.
¿Qué más? ¿qué más? Ah, claro, en mi trabajo editorial he escrito ya una centena de textos para la contraportada o cuarta de forros de los libros que han pasado por mis manos, además de fichas de autor, colofones, páginas legales, prólogos, introducciones, aclaraciones, dedicatorias, advertencias, entre otros bichos editoriales.
También escribo cartas para mis seres queridos y en procesos de sanación. He redactado igualmente proyectos de financiamiento, justificaciones literarias o artísticas de mis obras, miles de comentarios para mis talleristas, esta columna y otras que ha habido, algunos grafitis en bardas y camiones, recados para mi hija en papelitos, cientos de miles de listas de todo tipo, en especial de pendientes, decálogos, consejos, entrevistas, recetas de cocina…
Eso es, uno es escritor, uno escribe, de todo, siempre, en cualquier lugar, si llueve o hace sol, con la frente en alto, con pasión y alegría, hasta el final.
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