“Las cosas tienen un precio y estas pueden estar a la venta, pero la gente tiene dignidad, la cual es invaluable y vale mucho más que las cosas.”
-Papa Francisco-
Para iniciar, quiero agradecer a todas las personas, hombres y mujeres que me enviaron comentarios sobre el tema de la semana pasada. Hoy continuaré con la segunda parte. No porque me lo hayan solicitado, sino porque ya estaba planeado. Y más con los acontecimientos que siempre surgen, eso nutre más el tema de la dignidad. Por otra parte, con esta edición, se cumplen dos años de publicación de esta columna, lo cual, para este servidor, es un logro edificante para el espíritu, y, si hay lectoras y lectores que obtengan algún provecho de estos escritos, es más significativo todavía.
Afortunadamente está establecido que la dignidad no es sólo una característica del ser humano, de manera individual, ética o filosófica. Cuando hablamos de derechos humanos, también hablamos del reconocimiento de la dignidad, por tanto, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, es un tratado sobre la dignidad del ser humano. Se dice que los derechos humanos son “el reconocimiento de la dignidad inalienable de los seres humanos”. Libre de discriminación, desigualdad o distinciones de cualquier índole, la dignidad humana es universal, igual e inalienable. Todos somos libres en igualdades y en derechos. Nadie me puede dar un trato diferente. Nadie me puede dar un trato indigno. La dignidad humana es el derecho que tiene cada uno de ser valorado como sujeto individual y social, en igualdad de circunstancias, con sus características y condiciones particulares, por el solo hecho de ser persona.
Sin embargo, a través de la historia de la humanidad nos hemos enfrentado a diversas doctrinas y creencias por las que han existido guerras en las que unos se creen superiores a otros. Se busca la supremacía y la dominación. Y ese sigue siendo el pan nuestro de cada día. Lo peor, es que no sabemos cómo empezó esta historia de odio y violencia en nuestras pequeñas comunidades. Pero todo se veía tan lejos hace tiempo, y ahora la padecemos aquí muy cerca de nosotros.
Si antes había un “contrato social”, había un respeto, llegó un momento en que todo se perdió. Los políticos ya no tienen respeto por los ciudadanos, se han enriquecido ilícitamente, y han dejado a la sociedad abandonada.
Los criminales llegaron a un punto en que desafiaron a los políticos y las leyes y se llegó al enfrentamiento para demostrar quién puede más.
Y desafortunadamente, ahora reina el terror, el miedo, la incertidumbre, la violencia. La muerte. Y lo peor, nos estamos acostumbrando a ello.
Es hora de recomponer nuestra sociedad. Este es el momento de recuperarnos todos nosotros para el bien de nuestras comunidades y el bienestar de nuestras futuras generaciones. Es hora de recobrar la dignidad.
Pero todo esto nos lleva a preguntarnos si la dignidad existe en las personas que se dedican a engañar a otros, a delinquir, a robar, a matar, a la violencia, a cometer crímenes espeluznantes sin importarles el dolor ajeno ni el temor de Dios.
En su libro “la lucha por la dignidad, Teoría de la felicidad política”, José Antonio Mari y María de la Válgoma hacen cuestionamientos muy duros. En su introito nos dicen que “resulta incomprensible que no sigamos enarbolando el equilibrado principio del talión, culminación de la justicia conmutativa, que tengamos consideración con quien no la tuvo previamente, que nos empeñemos en librar de la pena capital a quien ha violado y matado a una niña, o en rehabilitar a quien sin razón y sin excusa nos ha destrozado la vida. ¿De dónde hemos sacado una idea tan extraña? ¿Por qué la aceptamos hasta el punto de que está recogida en muchas Constituciones modernas? ¿No va contra el sentido común, contra los sentimientos comunes, contra la sana indignación ante el salvajismo, contra el equilibrio de la justicia?
Habría que replantearse la pena de muerte. ¿Se puede “rehabilitar” a una persona que, con conocimiento de causa, ha cometido acciones que van en contra de la dignidad humana?
Lo peor que puedo ver desde mi perspectiva, es que la gente se siga recreando en las películas que vemos: Rambo luchando contra narcotraficantes del norte de México, haciendo uso de sus mismas técnicas para matar o el Guasón que lucha por ganar un lugar en una sociedad que no respeta la dignidad de los grupos vulnerables y los deja abandonados segregándolos en un ciudad enferma llena de “grafiti” y violencia, con muchas diferencias de clase y personas que ya están preparadas para sacar su frustración o para atacar si es necesario.
Es necesario pensar, analizar, cuestionar y repensar la situación caótica que estamos viviendo y plantear alternativas para recuperar la dignidad, tan necesaria para una cultura de la paz y el buen vivir.