"Puede ser que seamos títeres controlados
por los hilos de la sociedad. Pero al menos somos
títeres con percepción, con conciencia.
Y tal vez nuestra conciencia sea el
primer paso para nuestra liberación.”
-Stanley Milgram-
¿De verdad estamos preparados para actuar con libertad y conciencia? Ésta siempre ha sido una pregunta que ronda frecuentemente por mi mente. Hay muchas razones por las que el ser humano actúa como actúa. Si un ser humano tiene hambre, y no tiene dinero, seguramente hará lo que sea, hasta robar, para conseguir comida. Este es un hecho cierto. Y parece que nos confirma cómo puede actuar una persona en un caso extremo. Pero en el caso de personas comunes y corrientes, personas que están bien, ¿actúan con libertad?
En 1961, después del juicio en el que Adolf Eichmann fuera juzgado y sentenciado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi, Stanley Milgram propuso este experimento para responder a la pregunta: ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto solo estuvieran siguiendo órdenes? ¿Podríamos llamarlos a todos cómplices? Y yo me pregunto: ¿Hasta dónde una persona pierde su libertad y su ética para seguir las órdenes que le impone una autoridad?
En resumen, en este experimento se trató de demostrar hasta donde una persona normal, estando bajo las órdenes de una autoridad, podía infligir dolor a otra persona. El experimento contaba con tres personajes: el investigador (que portaba una bata blanca y fungía como autoridad) el maestro y el alumno. A los voluntarios siempre se les asignaba mediante un falso sorteo el papel de maestro, mientras que el alumno siempre sería asignado a un cómplice de Milgram, obviamente con desconocimiento del “maestro”. Tanto maestro como alumno serían asignados en habitaciones diferentes pero conjuntas, el maestro observaba siempre como el alumno (el cómplice del investigador) era atado a una silla para “evitar movimientos involuntarios” y se le colocaban electrodos, mientras el maestro era asignado en la otra habitación frente a un generador de descarga eléctrica con treinta interruptores que regulaban la intensidad de la descarga en incrementos de 15 voltios hasta llegar a 450 voltios y que, según el investigador, proporcionaría la descarga indicada al alumno. Milgram también se aseguró de colocar etiquetas que indicaran la intensidad de la descarga (moderado, fuerte, peligro: descarga grave y XXX). La realidad era que dicho generador era falso, pues no proporcionaba ninguna descarga al alumno y sólo producía sonido al pulsar los interruptores. El sujeto reclutado o maestro fue instruido para enseñar pares de palabras al aprendiz y de que, en caso de que cometiera algún error, el alumno debía ser castigado aplicándole una descarga eléctrica, que sería 15 voltios más potente tras cada error. Obviamente el “alumno” no recibía descarga alguna, pero el “maestro no lo sabía. Este se limitaba a pulsar los botones de descarga cada vez que el alumno cometía un error.
Para dotar de realismo la situación de cara al participante, tras pulsar el interruptor, se activaba un audio grabado anteriormente con lamentos y gritos que, con cada interruptor, incrementaba y se hacían más desesperados. Si el “maestro” se negaba o llamaba al investigador (que se hallaba cerca de él en la misma habitación) éste respondía con una respuesta predefinida y un tanto persuasiva: “continúe por favor”, “siga por favor”, “el experimento necesita que usted siga”, “es absolutamente esencial que continúe”, “usted no tiene otra opción, debe continuar”. Y en caso de que el sujeto preguntara quién era responsable si algo le pasaba al alumno, el experimentador se limitaba a contestar que él era el responsable.
Los resultados fueron terribles. La gran mayoría “infligió dolor hasta el grado de que el “alumno” resultó seriamente dañado o muerto. ¿Qué indica esto? Cuando el sujeto obedece los dictados de la autoridad, su conciencia deja de funcionar y se produce una abdicación de la responsabilidad, los sujetos son más obedientes cuanto menos han contactado con la víctima y cuanto más lejos se hallan físicamente de ésta, los sujetos con personalidad autoritaria son más obedientes que los no autoritarios, a mayor proximidad con la autoridad, mayor obediencia, a mayor formación académica, menor intimidación produce la autoridad, por lo que hay disminución de la obediencia, personas que han recibido instrucción de tipo militar o con severa disciplina son más propensos a obedecer, hombres y mujeres jóvenes obedecen por igual y el sujeto siempre tiende a justificarse a sus actos inexplicables.
El experimento como tal, lo puedes encontrar en este link: https://www.youtube.com/watch?v=vGMdq_l-H-s
Esto es horrible, porque significa que las personas, sin considerar su ética y amor a los demás, se van a justificar de cualquier acto de barbarie, diciendo que sólo cumplían órdenes. El principio de obediencia a la autoridad ha sido defendido en nuestras civilizaciones como uno de los pilares en los que se sostiene la sociedad. En un plano general, es la obediencia a la autoridad la que permite la protección del sujeto, sin embargo, la exacerbada obediencia puede resultar un arma de doble filo cuando el socorrido discurso de “solo obedecía órdenes” exime de responsabilidades y disfraza de deber los impulsos sádicos.
Termino diciendo que es importante, de hecho, es esencial, la obediencia a la autoridad, pero al mismo tiempo, tenemos que ser conscientes de hasta dónde debemos hacerlo porque de lo contrario, se seguirá cumpliendo lo que decía George Bernard Shaw: La libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de los hombres le tiene tanto miedo.