“Si sabes lo que vales,
ve y consigue lo que mereces,
pero tendrás que aguantar los golpes”.
-Rocky Balboa-
Durante toda la semana estuve participando de un curso avanzado de mediación y de verdad les digo que cada día que pasa, me doy cuenta que siempre hay algo nuevo qué aprender. Había aprendido en mis primeros cursos que el conflicto es algo inherente del ser humano y que por eso nos peleamos constantemente. Sin embargo, en este curso aprendí que el conflicto se da por las diferencias que tenemos entre nosotros, pero la diferencia no es conflicto. Y es precisamente aquí donde entra la cultura de la paz porque para vivir en ella es necesario aprender a convivir en y con la diferencia, porque la diferencia nos complementa. Me quedo en la diferencia. No voy hacia el conflicto. Los conflictos existen porque no hemos aprendido a gestionar la diferencia. Los discursos dominantes no se pueden controlar, pero sí se pueden resistir.
Pero en esta historia de la convivencia del ser humano hay un factor que influye, y mucho, para que se dé el conflicto. Se llama: discurso dominante o ideología dominante. Se les llama así porque dominan a otras ideologías o discursos pues compiten por la hegemonía cultural. Por el control cultural. Comúnmente es la ideología que defiende los intereses de las clases dominantes.
Un discurso dominante es una formación discursiva vencedora, la que sobrevive al mayor rango de críticas en distintos medios y foros. Los discursos dominantes influyen en la realidad de las personas y, en mi opinión, nos ayudan a reforzar nuestros prejuicios. Las ideologías que expresan la realidad a través de los discursos tienen la capacidad de influir en el comportamiento del grupo social.
Yo soy parte de una generación en la que los discursos dominantes estaban presentes en todo momento. Mi madre decía que no podíamos llevar a ninguna mujer a la casa. Sólo podríamos llevar a aquella con la que nos íbamos a casar. No debo culpar a mi madre por eso. Ella era víctima del discurso dominante. La mujer sólo se podía quedar en la casa. No debía trabajar. Era el pilar de la casa. La iglesia tenía mucha influencia para el rol que debía tener la mujer en nuestra sociedad.
Así como el ejemplo anterior, hay muchos discursos dominantes. Algunos son muy simples como decir “tengo todo para ser feliz”. ¿quién puede decir esto de manera tan tajante?
Eso significa que si me siento infeliz estoy equivocado. Pero me siento frustrado porque no tengo trabajo, no tengo dinero para comprar lo necesario, para comprar comida para mi familia. Y, sin embargo, me dicen que tengo todo para ser feliz.
Nos dejamos influenciar por esos discursos dominantes. Tengo que entender que para apreciar la felicidad tengo que pasar por la frustración. No puedo ser feliz cada segundo de las veinticuatro horas del día. La felicidad no es eterna. Hay momentos para ser feliz.
El discurso dominante es un medio para controlar las mentes de otras personas y así, una vez que controlemos las mentes de otros, también controlamos indirectamente sus acciones futuras.
En ese caso no necesitamos forzar a las personas para que hagan algo, sino que ellas hacen lo que queremos en su libre albedrío o bien porque no tienen alternativas.
De esta forma es que podríamos manipular, informar mal, educar mal, etc. a otras personas de acuerdo con nuestro interés y en contra de sus más altos intereses. Y, de hecho, creo que así ha sido en todas las sociedades. Por esa razón es que las redes sociales son un elemento fundamental para tener otro tipo de discurso. Otra forma de ver la vida. Otra óptica de la realidad.
El tema es denso y pesado. Podría poner más ejemplos, pero lo importante en este momento, es que es necesario entender que el conflicto entre las personas se da por las diferencias que tenemos entre nosotros. Cuando en realidad, no hay bueno ni malo.
Lo mío no es mejor que lo tuyo. Sólo nuestros conceptos de vida son diferentes. Tenemos que aprender a entender y gestionar las diferencias para encontrar nuevas formas de convivencia armónica. Nuestras diferencias nos dan la opción de ponernos en los zapatos de los otros y comprenderlos. Eso es parte de la cultura de la paz.