“Las sociedades deben juzgarse por su
capacidad para hacer que la gente sea feliz”
Alexis de Tocqueville
Estoy escribiendo estas líneas durante la tarde de este domingo de elecciones históricas. Mi casilla comenzó tarde las actividades de esta fiesta de la democracia. Pero a pesar de ello, la gente estaba entusiasmada. En mi colonia había mucha gente, creo más que otras veces, con la esperanza reflejada en el rostro. Con un brillo en sus ojos que iluminaba la mañana. Las personas de la tercera edad estaban en una fila especial, lo cual me pareció adecuado. Había unas sillas para que no se cansaran. Me encontré a varios vecinos y vecinas con los que no había platicado por años. Alejandro se veía muy diferente. Vestía pantalón de mezclilla y sudadera. Llevaba una mochila y se veía “viajero”. Me contó que acababa de regresar de Estados Unidos y que quería ya permanecer aquí con su familia. Su madre murió hace unos meses y poco después le tocó a su papá. La familia se está acabando, dijo en tono muy triste. Me habló de sus esperanzas en esta elección y que tenía fe de que ganara el bueno para que tuviera un trabajo digno aquí y para terminar la prepa.
De repente, vimos al papá del “chato”. Iba muy triste porque no le habían permitido votar que porque su credencial ya había “caducado”. La revisé. Todo estaba en orden. Me dirigí a las mesas para hablar con los servidores y sí, efectivamente. No había problema alguno. El papá votó por su partido favorito y se fue caminando lenta y pesadamente pero muy contento de haber cumplido esta obligación ciudadana.
Estos son momentos históricos por muchas razones. Estamos despertando del letargo. Han llegado a su fin los tiempos de la democracia representativa. Esos tiempos en lo que elegíamos a alguien y él o ella nos “representaba”. Se portaban como los jefes y teníamos que rendirles pleitesía. Teniendo camionetas y chóferes y guaruras, con bonos especiales, gastos, seguro de gastos médicos mayores y tantos y tantos privilegios. Hasta este momento se han portado como se les da la gana, tratándonos como si fuéramos limosneros. Han lucrado con las necesidades del pueblo. Y además, puedo probarlo, someten a los trabajadores del estado y los manipulan como quieren diciéndoles que si no votan por ellos van a perder su trabajo.
La sociedad no es la misma. Estas nuevas generaciones no están dispuestas a permitir semejante humillación. Todos los políticos son servidores públicos que le deben rendir cuentas a la ciudadanía. Son nuestros trabajadores y su deber es trabajar para nosotros para lograr el objetivo de vivir en una mejor sociedad, porque ellos viven de nuestros impuestos. Se acabaron los tiempos de grandeza imperial. La democracia participativa llegó para quedarse. Los ciudadanos, hombres y mujeres, tenemos un poder muy grande que debemos ejercer y se llama: Poder ciudadano.
Alexis de Tocqueville ya lo dijo hace dos siglos: “lo que más confusión provoca en el espíritu es el uso que se hace de estas palabras: democracia, instituciones democráticas, gobierno democrático. Mientras no se las defina claramente y no se llegue a un entendimiento sobre su definición, se vivirá en una confusión de ideas inextricables, con gran ventaja para los demagogos y los déspotas.”
La verdadera participación social nos llevará a una democracia real. Y la participación social de los ciudadanos depende de la madurez de cada uno de nosotros, hombres y mujeres preocupados y ocupados en lograr un mejor país. Los que ya somos de cierta edad tendremos que adaptarnos a esta nueva forma, y a las nuevas generaciones les tenemos que inculcar en la familia y en la escuela los principios democráticos de responsabilidad y participación social. Cuando la sociedad civil es capaz de organizarse para un bien común se dan logros importantes y con el simple hecho de asociarse con otros por una causa común y pensando para la comunidad desde la escuela, eso nos dará una generación que más consciente, responsable y participativa que ya nos hace mucha falta para cambiar este paradigma actual.
Ante todo optimismo. Siente la libertad.
Mucho entusiasmo para actuar con rectitud.
Lo que está por venir es parte del
Oráculo de la esperanza. Es parte de la Historia.