En la tranquila calle de Vicente Guerrero, a pocas cuadras del centro de San Cristóbal de las casas, puedes visitar una vieja casona que resguarda increíbles tesoros. Con un concepto único, Na Bolom, que significa “La Casa del Jaguar” no es sólo un museo. Tampoco es sólo un hotel. Al fusionarse ambos conceptos, lo que se consigue es que en este lugar se viva una experiencia única con sabor de conocimiento, aromas de comida casera, lazos de amistad intercultural y calor de hogar al interior de una majestuosa casona del siglo XIX.
Si tu visita es rápida, puedes únicamente conocer el museo, donde te adentrarás a la única colección enfocada en la cultura lacandona, la vida cotidiana de los mayas-lacandones durante el siglo pasado, sus vestigios arqueológicos, su arte y su entorno natural.
Pero si tienes la oportunidad de quedarte, vale la pena considerar la opción de hospedaje que allí se ofrece pues cada habitación es, en sí misma, una pequeña sala de museo.
Piezas originales lacandonas decoran sus chimeneas, los mismos muebles antiguos que usaron tanto los dueños originales de la casa como sus importantes visitantes, intelectuales de todo el mundo que se dieron cita en este lugar.
En el principio la casa, que fue construida en 1898, era un seminario católico, más adelante fue la casa del arqueólogo danés Frans Blom (1893-1963) y de su esposa, la fotógrafa Gertrude Duby de Blom (1901-1993).
Frans Blom llegó a San Cristóbal de las Casas en 1922 y jamás volvió a Europa. Pasó entre los muros de esta casa y sus continuos viajes a la selva chiapaneca, los últimos 40 años de su vida. Ya muy enfermo, Frans dejó este mundo en 1963. Dos mujeres tomaron su mano al despedirse. La primera por supuesto era Gertrude, conocida por todos aquí como Doña Trudy. La segunda era Beatriz Mijangos, la pequeña Bety que fue casi hija adoptiva de la pareja de “gringos” como les decían en el pueblo, a pesar de ser europeos y no norteamericanos.
Doña Bety, como todos la conocen ahora, llegó a la casa en 1951 como lo que era, una niña traviesa para quien resultaba difícil quedarse quieta. Apareció frente a la casa para jugar con el timbre, una verdadera novedad en el pueblo durante aquellos años. La casa ya era visitada por investigadores, antropólogos, artistas y filósofos de todo el mundo. Había todo un movimiento intelectual al interior de Na Bolom. Por eso Frans mandó poner ese timbre.
“Ellos no tenían dinero, la casa la compraron prácticamente en ruinas. No tenían quien abriera la puerta, lo hacían ellos mismos. Había muy poca servidumbre. Cuando mucho una cocinera y alguien para ayudar con el jardín” recuerda Doña Bety cuando aún tiembla al recordar el regaño que le propinó Frans al descubrirla jugando con su timbre.
Poco tiempo después ella volvió a la vieja casona para que la cocinera le ayudara a resolver un problema doméstico en el que se había metido como niña traviesa que era. Allí conoció a Trudy quien la invitó a vivir allí, explicándole que ellos no tenían hijos. Eso puede sonar a una locura ahora, y también entonces. El padre de Bety no se puso contento con la propuesta y fue a reclamarles que quisieran comprar a su hija. Pero los Blom sólo querían ofrecer a Bety la oportunidad de estudiar y aprender cosas nuevas. Finalmente ella decidió que quería quedarse y convenció a su padre. Así fue que se mudó a la casona.
Hoy Bety ya no vive aquí, pero como herencia tiene una pequeña cabaña al fondo de la propiedad, aunque actualmente vive con su hija, a unas calles del lugar. Pero sigue siendo parte esencial de Na Bolom haciendo lo que más le ha apasionado desde que conoció a los Blom: viajar a la selva lacandona.
Y es que en este lugar, además de poder admirar una enorme colección de piezas arqueológicas, mobiliario antiguo, documentos, mapas, instrumentos musicales tradicionales, textiles, joyerías y el enorme acervo fotográfico y bibliográfico de Gertrude, la gente puede solicitar un guía para visitar el campamento de la Asociación Cultural Na Bolom, en el corazón de la Selva Lacandona. Ese guía es ni más ni menos que Doña Bety que no ha dejado de ir a ese lugar desde que tenía 15 años, es decir, desde 1954, cuando Trudy le preguntó si como regalo de cumpleaños quería un viaje y le dio tres opciones. Una de ellas era la Ciudad de México, otra era Europa, la tercera era la selva de Chiapas. La niña eligió la tercera y desde entonces se enamoró del lugar.
Esa pasión con la que Doña Bety relata sus recuerdos, es la misma que convierte a los viajes guiados por esta mujer excepcional en una experiencia única. Un viaje a la selva organizado por Na Bolom no es una actividad turística de aventura o naturaleza, sino una experiencia integral que engloba antropología, etnografía y ecología con nostalgia y sabiduría.
Los muros de toda la casa están cubiertos con piezas de la intensa actividad fotográfica que durante 40 años realizó Gertrude Duby Blom. Su legado se ha convertido en testimonio de la historia del pueblo lacandón en el Museo Na Bolom, y su nombre ha quedado hermanado a este grupo étnico. Fue su preocupación primordial ayudar a proteger la vida de los lacandones y de la selva, de aquí que conocer quién fue Trudy, como sus amigos la llamaban, resulte un interesante viaje por la historia de este siglo. Este boleto a la historia sólo se puede adquirir en Na Bolom, el único Museo-Hotel del mundo.
Actualmente, tanto el museo, como el comedor, el hotel y el campamento en la selva son administrados por la Asociación Cultural Na Bolom, A.C., fundada en 1950 en San Cristóbal de Las Casas por Frans Blom y Gertrude Duby Blom. Esta asociación tiene la misión de conservar, desarrollar y promover la cultura y el medio ambiente de la zona maya de Chiapas.
Na Bolom es mucho más que un hotel boutique pues el dinero que los huéspedes pagan por su hospedaje, alimentación y actividades está destinado a sostener diversos programas de conservación, educación y salud que benefician a los lacandones. Expediciones a la selva con un sentido antropológico, actividades para niños como trepa de árboles y un enorme jardín botánico son sólo algunos de sus atractivos, además de un comedor tradicional, a la vieja usanza de la sociedad Coleta, algo único en San Cristóbal de las Casas.