Pero ¿cuál es el principal aprendizaje? Hubo muchos, si esta fuera una columna del tema negocios podría hablar de como la mala comunicación o el responder por impulso, o el dejar acumular malestar puede dañar la relación laboral que tienes con quienes un día te tratan como socio y al día siguiente como un empleado desechable. Pero esta es una columna de viajes. Así que el principal aprendizaje fue: nunca pongas tus sueños en manos de otros, ni trabajes exclusivamente para cumplir los sueños de esos otros.
Como muchos lectores asiduos a estas andanzas saben, yo sueño con mudarme a Francia y llevo ya casi cuatro años haciendo cosas para que esto ocurra. El tratar de cumplir este sueño me ha hecho volver dos veces en viajes cortos a ese hermoso país, me ha llevado a conocer personas geniales y ampliar mi red de contactos personales y profesionales en Europa y sobre todo, me ha hecho trabajar mucho más duro que antes. Entonces, la conclusión es que tener este sueño me ha hecho crecer. Y es que entonces ¿qué importa más? ¿Cumplir el sueño o crecer en el proceso de alcanzarlo?
No me estoy dando por vencida pero he estado tan enfocada en cumplir mi sueño hacia un solo destino que me he olvidado de que el mundo es gigante. En mi último viaje a Paris tuve la fortuna de trabajar durante una semana en una organización impresionante llamada Makesense, concretamente en su incubadora de negocios, Sensecube. Allí conocí muchos emprendedores franceses que me hicieron mirar hacia África. Varios de sus proyectos de emprendimiento social están enfocados en países como Burkina Faso. ¿Por qué en mi mapa mental no estaba África?
Perder el trabajo que estaba a punto de llevarme a vivir a Francia me ha hecho pensar que quiero darle un descanso a ese sueño para volver a ser libre, para recuperar las ganas de comerme el mundo a mordidas. ¿Y por qué no África? ¿y por qué no India? ¿Y por qué no Grecia? Una colega periodista me acaba de decir en Facebook: es sólo cosa de ponerse en la mira destinos e irlos palomeando. Y tiene razón.
Es cierto, no es tan sencillo. Soy escritora y eso se traduce en que mi cartera suele ser delgada. Tengo hijos, responsabilidades, un perro… pero si algo he podido conquistar en estos años es la libertad. Soy escritora y eso tiene como ventaja que es una actividad que puedo hacer desde cualquier lugar de la tierra (donde haya internet jaja). Así que a lo único que sí me sigo aferrando es al movimiento.
Y es que no hay peor cosa que estar muerto en vida, creyendo que tus metas se reflejan sólo en los objetos que te rodean. La vida no es más que un cúmulo de experiencias. Buenas, malas, regulares pero de eso se trata, de tomar el riesgo de equivocarte.
Este afán de movimiento, es lo que me hace ser una viajera. Tengo un espíritu nómada y tal vez por eso siempre parezco insaciable y difícil de complacer. Pero viajar es la mejor medicina para el cuerpo y el alma. Te obliga a caminar, a correr para no perder un vuelo. A probar nuevos sabores, a estar atento y mantener tus sentidos al máximo, a escalar montañas, bañarte debajo de una cascada, sumergirte en cenotes o vencer fuertes olas. Te obliga a montarte en un caballo o en una motocicleta, a andar en bicicleta o simplemente caminar con pasos firmes.
A veces te obliga a hacer dieta porque hay que optimizar los recursos y estirar la cartera para que la experiencia dure más. Jamás habría sabido que los mejores wafles congelados del mundo cuestan un euro y los puedes comprar en maquinitas de autoservicio en el metro parisino si no me hubiera atrevido a tomar un avión para quedarme dos semanas y media en Europa y llevar sólo 350 euros en la tarjeta de débito. Si hubiera ido con el presupuesto perfecto y el viaje hiperplaneado aburguesado tal vez no habría conocido a ese encantador panadero francés cuando ambos estábamos intentando pasar sin pagar en el metro de París, ni tampoco habría bebido esa botella de vino debajo del Puente Nuevo con él, ni tampoco le habría dado esos buenos besos que nos dimos en semejante escenario, a la orilla del río Sena.
Mi “pobreza” me hizo caminar más kilómetros que si entrenara todos los días en alguna de las pistas de corredores que hay en mi ciudad, comer menos que si estuviera a dieta con el nutricionista más caro y planear mis finanzas mejor que si tuviera a un carísimo asesor personal de inversiones.
Viajar es la única forma que conozco de vivir. Puede que a veces pasen muchos meses, incluso un par de años sin que yo me mueva de los 5 kilómetros que me rodean en mi vida en Hipsterland, pero cuando lo logro, cuando me estoy subiendo a ese autobús, a ese avión, a ese auto, o a ese tren, siempre se que voy a recuperar oxigeno para seguir viviendo.
Y ahora a mirar hacia adelante porque también se vale caerse, se vale soñar y se vale cambiar de sueño. Lo que no se vale es dejarse morir.