No tenía ni idea de que esa playa, que ahora es una de las accesibles para los visitantes de la ciudad de México por los avances en infraestructura carretera, siquiera existiera. Pero mi hermana mayor tenía un amigo cuyos familiares eran dueños de una casa allí, misma que más adelante y con mucho esfuerzo fueron transformando en un hotel.
Pero yo les hablo de 1994, hace 21 años, cuando aquel lugar no era más que un pueblito rústico veracruzano donde se desayunaban o cenaban las picaditas, que son como sopes pequeños sólo con frijol, salsa y queso, que vendían las señoras afuera del portal de su casa. Era un lugar en el que los “restaurantes” eran pequeñas fondas con mesas y sillas de plástico con comida casera a precios extremadamente baratos. Sonaba bien para una chica que odiaba los lugares turísticos y con mucha gente, así que acepté sumarme a la aventura del viaje familiar.
Recuerdo perfectamente que salimos el 26 de diciembre en un autobús. Viajaríamos de noche para llegar descansados y disfrutar desde temprano de la playa y el sol. Yo vestía unos jeans negros marca Levis que eran mis favoritos, y un suéter color crudo que me habían regalado en navidad pero como iba a la playa, los zapatos eran abiertos.
Lo bueno de aquel atuendo es que realmente era de mis favoritos y me gustaba mucho lo que veía en el espejo cuando lo tenía puesto. Y digo lo bueno porque después se volvió casi mi segunda piel.
Cuando llegamos a Tecolutla el cielo era tan gris que parecía sacado del paisaje irlandés pero pensamos que el motivo era que era muy temprano y aún había bruma.
Las horas fueron avanzando y el cielo no solo seguía siendo gris, sino que el clima era realmente frío. Por supuesto que yo quería cambiarme esa ropa con la que ya había pasado 24 horas sin embargo, mi maleta estaba llena de ropa para la playa. No había un solo pantalón ni mucho menos otro suéter ni cualquier prenda abrigadora. Todo eran camisetas delgadas y pequeñas, shorts y minifaldas.
Mis sobrinos eran pequeños, tenían ocho y cinco años para ser exactos, así que no entendían nada del clima, ellos querían ir a la playa y pues no tuvimos más remedio que llevarlos. El viento era tan frío que yo elegí caminar a la orilla del mar y echar a volar mi imaginación pensando si así serían las playas europeas en el invierno y en cuanto yo deseaba viajar para conocerlas.
Sin embargo el frío y la gente alrededor en trajes de baño y jugando dentro del mar helado me recordaban que estábamos en México, donde las playas no suelen ser ni nubladas ni frías y que esas personas, al igual que mis sobrinos, preferían aguantar el frío a perderse el disfrute de jugar en las olas y la arena.
Pero yo era diferente, odiaba sufrir, de hecho lo sigo odiando. Así que seguía vestida exactamente igual que cuando llegué. Mis jeans negros Levis y mi suéter crudo nuevo se volvieron mis mejores compañeros de viaje.
Mi familia es de esas que si viajan a un destino de playa pueden pasar 14 horas sólo tirados en una hamaca, en la arena o comiendo a la orilla del mar, y en ese momento recordé porque detestaba las vacaciones familiares: porque me aburría como una ostra.
Afortunadamente, el frío se tornó insoportable apenas unas cuatro o cinco horas después de haber llegado y pudimos ir a cambiarnos de ropa para buscar un lugar donde comer en el centro del pueblo.
Por supuesto todos se cambiaron y se pusieron sus atuendos playeros para el imaginario sol. Yo no lo hice. Mi maleta seguía intacta y mi atuendo también.
Así pasaron cinco días. Con esa misma ropa fui a la discoteca, con esa misma ropa salgo en todas las fotos y con esa misma ropa me regresé en el autobús a mi ciudad.
Hoy en día las cosas son muy diferentes gracias a las herramientas digitales que se han creado para que podamos consultar el clima de nuestros destinos viajeros. Los teléfonos inteligentes suelen tener preinstaladas aplicaciones que nos informan los pronósticos del clima en cualquier ciudad del mundo. Si no contamos con uno de esos maravillosos aparatos que nos facilitan la vida, en el siglo XXI Google vino a revolucionar nuestra vida. Con solo ingresar las palabras clima y el nombre de nuestro destino, sabremos exactamente a que nos enfrentaremos e incluso podremos tomar a tiempo la decisión postergar o cancelar el viaje si las condiciones climáticas resultaran en extremo adversas.
Lo cierto es que consultar el clima resulta algo indispensable para disfrutar un viaje porque créanme, si yo tengo presente en la memoria tantos detalles de aquel invierno en Tecolutla, no es precisamente porque haya sido el viaje que más haya disfrutado.
Cuando volvimos a la Ciudad de México nos enteramos, hasta entonces y no me pregunten porque, de que había un frente frío extremo en las costas del Golfo de México.
A veces uno toma las decisiones de viaje por las oportunidades, o por los amigos, o porque la familia tiene casa allá y podemos ahorrarnos el hospedaje. Tal vez por la cercanía, o simplemente por conocer un lugar diferente. Sin embargo, si quieren disfrutar su viaje les doy tres tips: primero, consulten el pronóstico del tiempo; segundo, empaquen siempre una muda de ropa abrigadora y un par de zapatos cerrados para estar protegidos en caso de frío o lluvia imprevistos; y tercero, viajen con su ropa favorita puesta para que si las circunstancias los obligan a quedarse como retrato durante todo el viaje, al menos no odien la imagen que seguro quedará grabada en su memoria por muchos años más.