Mi madre está hospitalizada. Nada grave, sin embargo, la recuperación será lenta y dolorosa y eso me ha obligado a pasar mucho más tiempo del que quisiera o del que haya estado nunca, en las instalaciones de un hospital público mexicano.
Tras deambular de madrugada por lugares que parecen estar peleados con cualquier sentido de confort, ha sido inevitable pensar en cómo el diseño de un espacio puede ser determinante en las emociones.
No hay un lugar donde me parezca importante aplicar psicología del color, funcionalidad de los espacios, arquitectura sanadora y confort que un hospital.
Lamentablemente en los hospitales públicos de México parece no sólo no tenerse noción alguna de los efectos terapéuticos del diseño hospitalario para las y los pacientes, sino que además parece que alguien, hace muchos años se empeñó en que los lugares fueran lo más fríos, impersonales y desagradables que pudieran ser.
Para casi cualquier persona el estar en un hospital es una experiencia abrumadora y generadora de graves estados de ansiedad, angustia, estrés. Y no sólo hablo de los pacientes, también de la familia, médicos, enfermeras y trabajadores en general. Esto es algo que se debería tener muy presente en el diseño, construcción y equipamiento de dichos lugares. No tiene que ser sinónimo de despilfarro pero diseñar un espacio humano sin duda ayudaría a acelerar la recuperación de las personas y mejoraría el trato entre todos los que deben compartir estos espacios.
En pocas palabras no solamente es importante poner especial cuidado en la atención y servicios que se brinden en cualquier institución relacionada con la salud sino también el efecto anímico que se perciba. Hablo de una buena experiencia. Por supuesto, cualquiera que haya estado internado o cuidando a alguien en un hospital público mexicano sabe que no hay nada más alejado de una buena experiencia que estos lugares.
Durante mucho tiempo se han realizado estudios sobre la influencia que ejerce un determinado ambiente en el estado anímico de las personas y se ha descubierto que el arte tiene una gran influencia para su tranquilidad y relajación. Esta es la razón de que exista una creciente tendencia a incluirla en clínicas y hospitales en otros países o en México pero del sector privado.
¿Por qué los hospitales del gobierno tienen que ser deprimentes? ¿Para ahorrar recursos? Bueno, pues les comento que no tienen mucha claridad de ahorro pues por no cambiar un empaque en un cuarto séptico prefieren tirar litros y litros de agua por una fuga que, según me cuenta el personal de limpieza, lleva meses así.
Obvio no tengo esperanza entonces de que le den una manita de gato a ese hospital de ortopedia donde mi madre ha tenido que pasar varias semanas ya.
En realidad, para tener los beneficios del arte terapéutico no es preciso que se trate de colecciones de alto valor o de autores de renombre. En algunos hospitales se han colocado diferentes obras artísticas como pinturas, esculturas y fotografías elaboradas por pacientes, por sus familiares y/o amigos, por donantes o por miembros del staff. ¿Por qué cuando estamos enfermos —o preocupados por algún familiar— tenemos que carecer de algo que es básico para la recuperación emocional?
Hoy en día, la arquitectura hospitalaria se acerca cada vez más a la hotelera, buscando los términos de comodidad de la segunda, aplicando materiales, colores y elementos decorativos.
Ahora, que si de soñar se trata, lo ideal sería poder contar con jardines terapéuticos en los hospitales públicos ¿no creen? Cuanto más tiempo se dedica a establecer lazos con el medio ambiente a través de todos nuestros sentidos, menores son nuestros estados de ansiedad y somos menos conscientes del dolor, por tanto, un jardín podría ser un gran regalo de vida tanto para pacientes como para sus familiares.
Un jardín de curación tiene que proporcionar una experiencia multi-sensorial con flores de colores, diferentes tonos y texturas de verdes, vistas incomparables, sonidos del agua relajante, elementos que atraen a pájaros y mariposas, fragancias y hierbas ornamentales que se mueven con la brisa más leve del aire.
Pero no hablamos de patios empedrados o con placas de cemento pues esos espacios son rígidos y sin un valor medicinal. Hablamos de verdaderos jardines, de un entorno de verdor, con una relación óptima de verde en todas sus superficies.
El ejercicio tiene muchos efectos beneficiosos sobre la salud física y mental así que si las personas enfermas pudieran tener acceso a ejercicios al aire libre mientras están hospitalizadas, seguro el impacto en su recuperación sería positivo.
Estos espacios deben estar recubiertos para reducir el deslumbramiento, por ejemplo con hormigón teñido, y es necesario que haya una atención a los detalles, como bordes delimitadores para evitar que los que utilizan sillas de ruedas puedan pisar en las zonas para la siembra, y que las juntas de dilatación sean precisas para evitar que las ruedas puedan quedar atrapadas o atascadas produciendo accidentes.
Un jardín es un lugar donde un paciente y sus visitantes podrían conversar en privado en un entorno más atractivo que una habitación, y créanme, si de algo adolecen los hospitales públicos en México es de falta de privacidad.
Es esencial que el diseño de las plantaciones sea sensible y que también el mobiliario proporcione áreas semi-privadas para que las personas puedan estar en grupo y con cierta intimidad, pero no, eso que está tan documentado en el mundo del diseño hospitalario en México parece una utopía.
Un jardín de un hospital, si es diseñado con sensibilidad, puede ser un lugar perfecto para que una familia pueda visitar a un paciente hospitalizado, tal vez con los niños e incluso el perro de la familia; donde una persona puede digerir la noticia de un pronóstico preocupante; o donde los miembros del personal puedan relajarse juntos en su hora de descanso. Por cierto, hoy estaba pensando en que las gatas y el perro de mi mamá están tristes y desconcertados porque no la han visto.
Algo horrible de estar hospitalizado es que es el propio hospital quien decide lo que vestimos, con quien compartimos una habitación y tal vez incluso lo que podemos comer. Por ejemplo esa regla absurda de no usar ropa interior, al recordar la única vez que estuve en un hospital siempre digo que algún día escribiré algo que se llame “crónica de un culo al aire” pero no es esta la ocasión.
El punto es que un paciente pierde control de cosas tan elementales como usar o no ropa interior. Nos quitan poder y autonomía y eso impacta en el estado de ánimo y en la recuperación.
Para aumentar la sensación de control, si se tuviera un jardín lo ideal es que en éste hubiera una selección de diferentes vías; una variedad de lugares semi-privados para sentarse; algunos fijos y algunos muebles de exterior; una variedad de vistas para disfrutar cuando puedas estar sentado.
El jardín podría dar sentido de protección; proporcionar un ambiente de comodidad y familiaridad; incluir materiales y plantas adecuadas para el clima y la cultura local; contar con un presupuesto para el mantenimiento continuo; y evitar la inclusión de obras de arte ambiguas sobre la cual las personas enfermas pueden proyectar sus sentimientos de miedo y ansiedad.
El jardín tendría que ser accesible, no sólo con una puerta automática y escalones de entrada bajos para facilitar el acceso de los que utilizan una silla de ruedas, sino que también no tienen que tener ningún tipo de obstáculos.
Esto puede parecer obvio, pero muchos jardines de hospital suelen ser atractivos para disfrutar de ellos pero se evita su uso debido a que están bajo llave. Entonces se vuelven espacios muertos y subutilizados.
Pero todo esto suena como a un sueño imposible cuando veo a mi alrededor y recuerdo que en México los hospitales tienen más carencias que beneficios. ¿Es posible entonces no vivir en una constante depresión con un sistema de salud colapsado, con infraestructura obsoleta, personal mal pagado y enfermos tristes deambulando por los pasillos donde se cruzan con familiares angustiados que no duermen porque tienen que ir a cubrir guardias obligados por la falta de personal? Me hago estas preguntas mientras miro lo único lindo: una ventana que me deja ver el atardecer tras el cerro del Chiquihuite. Aunque el paisaje se empaña por una red negra cuadriculada que cuelga cual telaraña arruinando el único oasis de escasa belleza en medio del desolado ambiente. Lo dicho, tal parece que la consigna es: matemos toda esperanza de belleza y hasta el más mínimo indicio de confort y humanidad.