Hace algunas semanas que Claudia regresó de Bolivia, su tierra natal. Va al menos una vez al año, que realmente es muy poco cuando estás lejos de tu casa. Al volver lo primero que le pasó a mi amiga fue… ¡enfermarse!
Sí y casi siempre le pasa, aunque esta vez de verdad le dio con tubo. No hay nada más triste que enfermarte cuando estás lejos de tu familia.
Mi amiga tiene muchos años viviendo en México por tanto, su círculo social es amplio y sus redes de sostén emocional, muy fuertes. Eso la hizo sentir bien, acompañada y cuidada mientras estaba convaleciente. Yo me enteré hasta que días después ella agradeció en sus redes sociales a quienes la ayudaron. Obvio le reclamé por no avisarme pero por fortuna, no estuvo sola y muchas personas estuvieron al pendiente de lo que necesitaba. Pero no todos tienen la misma suerte.
Mi amigo Diego, venezolano expatriado hace menos de un año en México, se enferma mucho y ahora se ha vuelto un experto en auto-medicarse antigripales y cuanta cosa puede cuando se enferma. Cosas de esas que uno puede comprar en cualquier Oxxo. ¡Ah pero el otro día tuvo que ir al médico por algo más serio y me escribió! Resultó con un esguince cervical y salió de la consulta con un collarín.
Gracias a él y sus consejos he probado medicinas que ni me habría imaginado, como esos granulados que vacías en agua caliente y como por arte de magia te reviven de entre los muertos cuando tienes gripa. También gracias a él, que ha estado pendiente de mí cuando me he enfermado, me he dado cuenta de lo importante que es para mis amigos extranjeros —o simplemente no chilangos- sentirse acompañados cuando la salud decide irse de vacaciones. Sí, él es rudo y dice que nunca siente nada pero cuando está enfermo se pone chipil y me manda más mensajes que nunca.
Hoy me tocó a mí. Tras semanas de estrés contenido, tengo un primer día de descanso y ¿en qué decide mi cuerpo utilizarlo? ¡Pues en enfermarse! Y ahí están, todas mis energías enfocadas en una sola cosa: respirar. Sí porque mi nariz está inflamada, llena de moco, y tengo tanta tos que hasta cuadritos en el abdomen tendré después de esto. Así que estoy aquí, enferma y tirada en mi cama. Pero a mí mis hijos me hicieron de desayunar huevo con frijoles, jugo de naranja y café. Pude dormir sin sentirme sola. Soy afortunada.
Mi amigo Ricardo también está enfermo hoy. Él vive aquí hace nueve meses pero es originario de Mexicali —y es un necio que dice que las quesadillas siempre llevan queso-.
Hoy es mi huésped por algunas horas pues, tras leer en mi Facebook que estaba convaleciente, me mandó un mensaje preguntando si necesitaba medicina y amablemente me trajo un jarabe para la tos, algo que hoy se agradece más que si hubiera llegado con un bote de nutella.
Él necesitaba hoy un lugar para compartir convalecencias. Y es que ¿hay mejor medicina que la compañía y la amistad? Yo creo que no.
La primera vez que me enfermé fuera de casa fue en Italia, hace ya 20 años. Me dio influenza y por aquel entonces esa fuerte gripa no existía en México así que cuando me atacó en Europa en serio no sabía qué hacer.
Cometí el error de no comprar un seguro médico y pues sobreviví a base de desenfrioles. Nada más. Puro sufrimiento y soledad.
Hace ocho años, llegó a mi casa un periodista a quien di asilo por unos meses mientras hacía un trabajo. Nos volvimos amigos tan cercanos que aún ahora somos como familia, aunque él haya vuelto ya a Madrid.
Arturo se llama. Y una sola vez tuvo que usar su seguro médico mientras vivió en mi casa: tenía una vieja lesión y al cargar a mi hijo, comenzó a sentir molestias. Nos asustamos y terminamos de madrugada en el Hospital Español.
Acompañarlo, e incluso que las enfermeras pensaran que era su pareja, para él fue importante. Claro, estar solo cuando te enfermas o te sientes vulnerable, es una cosa que no se le desea a nadie. Hoy estoy desvelada porque Arturo se enteró de que hubo un terremoto en Ciudad de México y sin mirar el reloj, me llamó en cuanto lo supo. Yo tenía fiebre alta y no recuerdo que incoherencias le respondí cuando me llamó por Facetime a las 3 am. En cambio, mi romance invernal no fue para llamarme ni mandarme un mensaje desde Bogotá. En tiempos en los que la información viaja a la velocidad de la luz, él ni enterado del sismo, ni de que yo estoy enferma. Saquen sus propias conclusiones.
Así que hoy, mientras estoy aquí viendo series y videos bobos de youtube junto a Ricardo también recordé que fue la primera cara conocida que vi en la calle el pasado 19 de septiembre y que justo a partir de ese día, nuestra amistad se fortaleció en medio de la emergencia. Ayer fue el primero que me escribió para saber si estaba bien después del sismo.
Hoy que estamos aquí, en el sofá de mi estudio, en convalecencias compartidas, sólo puedo decirles dos consejos: cuando viajen o vayan a estudiar o trabajar lejos de casa, compren un seguro de gastos médicos pero también, hagan vínculos fuertes a donde vayan porque los cuidados y el cariño son medicinas que ninguna aseguradora incluye en sus planes.