Por si hubiera pocas razones para pensar que una relación a distancia es inviable y sencillamente una apuesta perdedora, ahora se suma a todo esto un factor más: la responsabilidad ambiental.
A ver empecemos por el principio. Resulta que como el 90% de las veces me pasa, para terminar este 2017 he decidido aumentar una más a mi lista de relaciones imposibles y ridículas. Sí, resulta que aunque me estaba resistiendo, terminé siendo el affaire de viaje de un interesante hombre que tiene la desdicha de viajar por el mundo dando cursos, talleres, conferencias y en pocas palabras, propagando su sabiduría de escritor. Pero su casa, ese lugar que todo el mundo guarda en un sitio especial del corazón, la tiene a 3177 kilómetros de la mía, según Google Maps.
Obvio en la emoción de los primeros días, yo sólo veía que estamos a cuatro horas y media de un vuelo directo cuyo costo no sobre pasa a veces los 300 dólares, y eso me animaba, sin embargo, no todo es tan sencillo.
Resulta que hacer que coincidan las agendas de dos personas viajeras y con alto perfil puede ser más difícil de lo que pensábamos, y si a eso le sumamos encontrar el fortuito momento en que a esa coincidencia se sumara la de pescar un vuelo en oferta o a un precio accesible pues la cosa se pone aún más complicada.
Así que el momento en el que mi mente cayó en un punto de equilibrio entre la romántica ficción y la cruel realidad fue aquel en el que por unos días el vuelo estaba a un módico precio de 250 dólares pero… oh decepción, el objeto de mi deseo no tenía ni la menor idea de si en las fechas que yo pretendía viajar para visitarle él estaría en su ciudad de residencia o andaría por allí recorriendo mundo.
Total que para cuando él volvió allí y trataba de ver su agenda, los vuelos habían subido su precio casi al doble. Imposible para mi cartera hacer un gasto así en este momento.
Luego vino la semana de la COP23 y de pronto ¡zas!, las redes sociales me bombardean con mensajes sobre la responsabilidad ambiental y cómo debo calcular mi huella de carbono. Y es que aunque ustedes no lo crean, ni siquiera todas mis prácticas cotidianas de sustentanilidad juntas logran equilibrar el impacto ambiental que mi pasión viajera le avienta a la atmósfera.
¡Pffff!, así que no sólo es romántico, idealista y básicamente estúpido enamorarme de una persona que vive en otro país, sino que además ¡es un atentado ambiental!
Les explico, resulta que los viajes en avión son una de las actividades emisoras de carbono más masivas que podemos llevar a cabo.
Para hacernos una idea, cada hora de vuelo aumenta nuestra huella de carbono en promedio unos 435 kg de dióxido de carbono (CO2), además de otros gases de efecto invernadero. Así que, un viaje como el que quiero hacer al menos una vez al mes si pienso en que mi romance tenga alguna mínima posibilidad de no convertirse en canción de Maluma (por aquello de felices los cuatro), significaría un incremento de casi 2000 kg de dióxido de carbono más a la atmósfera terrestre… algo nada fácil de llevar para alguien como yo, que se toma los temas ambientales muy en serio.
Los vuelos intercontinentales suelen llevar a más pasajeros, por lo que el consumo es menor, pero eso de qué sirve si las horas de vuelo se triplican (igual que el monto a pagar), así que aunque siguiera con mi fascinación por los europeos y dejara a un lado al colombiano que ahora me roba el sueño, la pesadilla ambiental continuaría.
Así las cosas, es fácil entender que si reducimos el número de vuelos también bajará de forma importante nuestra huella. Entonces, no hay tanto lío si vamos de vacaciones una vez al año a Europa o a Sudamérica, pero ¿volverlo una costumbre mensual para mantener vivo un romance? Es ecológicamente insostenible. Touché!
Nuestra aportación verde al planeta mejoraría significativamente si adoptáramos hábitos de consumo más sostenibles o, al menos, si nos fijáremos en esta cuestión, lo que incluye nuestra elección del medio de transporte. Salvo los desplazamientos muy esporádicos en los que es obligatorio tomar el avión, también es cierto que una interesante opción es empezar a ponderar destinos más cercanos, que precisen medios de transporte menos contaminantes que el avión y que, por lo tanto, representen una huella de carbono menor. Así que, ¿mi conciencia ambiental me condena a buscar sólo relaciones con chilangos o con personas que no vivan a más de cuatro horas de distancia en autobús o Blablacar? ¡Maldición! Encontrar el amor ya es suficientemente difícil como para que además cuando encuentro a alguien que podría ser perfecto para mí, resulte que el mero intento de construir algo juntos nos convierta en criminales de la capa de ozono.
Hoy por hoy, el turismo responsable y sostenible es algo insólito y difícil de practicar incluso teniendo una actitud verde. Porque les juro que yo llevo una vida lo más verde que puedo. Me considero una consumidora responsable, uso ropa de segunda mano para no generar nuevas emisiones, he erradicado los popotes y los desechables de mi vida, no tengo automóvil hace ya cinco años, tengo una bicicleta, camino por la ciudad todos los días para ni siquiera usar transporte público pero jamás me había topado con una situación como esta… mi obsesión por las relaciones a distancia está a punto de convertirme en una criminal ambiental.
Sabía que el amor podía ser todo un reto en sí mismo, encontrar a alguien que te haga sentir especial y con quien quieras compartir el simple hecho de no hacer nada pero que además el amor incremente de tal forma mi huella de carbono, me deja en la lona, sin posibilidad de que ningún chapulín verde o cualquier héroe ecologista pueda rescatarme… Y ahora… ¿quién podrá ayudarme?