Y es que me gusta tanto viajar que trato de tener todo bajo control, al grado de que hago mi maleta con anticipación suficiente como para no tener la tentación de ensuciar la ropa que planeo llevar, y luego que gracias a la temida Ley de Murphy caiga un meteorito en la lavandería de la esquina y no pueda llevar el outfit perfecto para cada ocasión.
Ok, eso es exagerado. El meteorito, no la obsesión por tener todo bajo control. Ok, eso también ¡ja!
Pero creo que una justificación puede ser que disfruto tanto los viajes y me hacen sentir tan renovada que el simple hecho de pensar que haya algo que abra la mínima posibilidad de arruinarlos, me estrella.
Sin embargo, cuando todo sale bien y por fin estoy encima del auto, camión o avión que me llevará a una nueva aventura, toda la preocupación se queda atrás. No me la llevo conmigo, viajo ligera.
Y es que el simple hecho de ya estar en la puerta para salir de viaje me hace sentir físicamente mejor.
No estoy loca, bueno tal vez un poco pero no por esto. Lo cierto es que esta semana llegó a mis manos un artículo donde se asegura que la ciencia asegura que viajar ayuda realmente a mejorar la salud.
El efecto positivo que tiene en nuestro cuerpo el conocer lugares nuevos, culturas distintas y sobre todo, el convivir con personas que antes no estaban en nuestras vidas, tiene un efecto positivo e inmediato en nuestro cuerpo.
Los empleados que deciden dejar pasar uno, dos o hasta cinco años sin tomar vacaciones mejor piénsenlo dos veces pues, además de que los viajes y sus efectos mejoran la productividad y el rendimiento, baja considerablemente el estrés pues nuestro cuerpo se vuelve una constante fábrica de dopamina, serotonina y endorfina, las hormonas de la felicidad.
Fue un estudio de la Universidad de Surrey el que comprobó que las personas son más felices cuando tienen un viaje en puerta.
Y lo comprobé ayer mismo. Mi hijo tiene dos compañeritos con los que se lleva muy bien, sin embargo, su mamá siempre está muy estresada. Los últimos meses debo confesar que incluso la evadía un poco pues siempre que hablaba con ella, terminaba agotada y preocupada de que ella y sus hijos tuvieran tantos problemas, sobre todo financieros.
Pero ayer sus ojos brillaban, estaba de buen humor, incluso vestida más casual y juvenil. Me invitó a llevar a los niños al parque y me contó que se irían de vacaciones para el próximo puente. Recibirán la primavera en Acapulco, junto al mar.
Quizá cuando se ha viajado tanto, esa salida podría no parecer importante, sin embargo, ella me contó que sus hijos, que tienen 10 y 9 años respectivamente, nunca han ido a la playa. Me alegré mucho de verla tan feliz y sobre todo, de que la situación económica hubiera mejorado lo suficiente como para salir por vez primera en un viaje sola con sus hijos.
El viaje todavía no ocurre pero el simple hecho de planearlo, hace más feliz a las personas. Incluso otro estudio de la Universidad de Cornell asegura que una experiencia así nos da más bienestar que adquirir un bien material.
Por otro lado, la mera idea de salirnos de la rutina y cambiar de aires nos ayuda a manejar el estrés y a reducir las emociones negativas que nos provoca la vida cotidiana.
Ahora, si tienes un problema, o un duelo o simplemente te sientes plagado por el hastío de la cotidianidad, no te asustes, es normal que haya efectos negativos en tus emociones, como irritabilidad y tensión. La mejor receta, el mejor antidepresivo, es viajar.
La satisfacción que te brinda un viaje no se puede reemplazar con nada material. Las experiencias gratificantes enriquecen el alma y el espíritu. Conocer otro ambiente y gente nueva te abre la mente y te vuelve más empático.
Pero si eso no te parece suficiente, la ciencia también ha demostrado que las personas que no toman vacaciones son más propensas a sufrir un ataque al corazón que las que por lo menos viajan una vez al año.
Otro estudio, esta vez publicado por la Global Commission on Aging, afirma que las travesías reducen los riesgos de infarto al miocardio, mejoran la salud del cerebro, y, sobre todo, combaten la depresión.
Un viaje nos permite tomar distancia de nuestros problemas, por ende, ampliar nuestros horizontes, ver las cosas con otros ojos y a tomar mejores decisiones.
Si todavía duda de los beneficios de una vida itinerante, quizá se convenza al leer que las experiencias fuera de casa permiten ahondar en el descubrimiento personal y a enfrentar problemas en un ambiente diferente. Así que vayan a preparar la mochila y, queridos lectores, ¡felices viajes para ser personas todavía más felices!