“Desafiante” fue el ‘menos peor’ de los adjetivos que describían a este impresionante edificio con el que los genios de la arquitectura, Renzo Piano y Richard Rogers rompieron todas las reglas de respeto al contexto urbano ni más ni menos que en el corazón de París, rodeados de las fachadas haussmanianas que han dado identidad al rostro urbano de la capital francesa.
Ambos arquitectos eran entonces novatos. El insulto arquitectónico crecía cuando un proyecto de tal envergadura le era encargado a dos extranjeros. Piano, italiano y Rogers, británico.
Un jurado presidido por el arquitecto Jean Prouvé decidió en 1971 que Richard Rogers y Renzo Piano (con la colaboración de Gianfranco Franchini) serían los encargados de construir el edificio que iba a dejar una marca imborrable en el centro de París. El nombre original de este impresionante museo sería Centro Beaubourg, pero con el tiempo y sobre todo, tras la muerte del presidente francés Georges Pompidou, se fue popularizando ese nombre pues fue él, mientras estuvo en la presidencia de la república francesa, el que decidió que fuera construido este centro y dedicado expresamente al arte contemporáneo.
Los arquitectos tendrían ni más ni menos que una superficie que superaba los 100 mil metros cuadrados así que había mucha expectativa con lo que este lugar ofrecería a la ciudad de París y al mundo. Sin embargo, lo que diseñaron Rogers y Piano pronto se vio envuelto en polémica tras polémica.
El Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou fue inaugurado un 2 de febrero de 1977. Yo no tenía idea de que 36 años más tarde, se convertiría en la mejor experiencia museográfica de mi vida. La visita que hice al Pompidou hace ya más de cuatro años fue con mi sobrino que recién había llegado a estudiar música en París. Nada mejor que la compañía de un artista para explorar este universo. Yo editaba una revista de arquitectura y diseño, así que adentrarme allí era como si un niño entrara en una dulcería.
A finales de la década de los setenta, del siglo pasado, su diseño pretendía ser una parodia de la tecnología, capaz de desafiar las clásicas fachadas de piedra parisinas, con una estructura metálica de colores que, en opinión de los profesionales es “una máquina de Julio Verne que no puede volar”.
Los críticos fueron implacables y destrozaron la obra. Dijeron que se parecía a una refinería petrolera sin embargo, este lugar que justo este fin de semana está de manteles largos por celebrar su 40 aniversario, ha sido acogido no sólo por los parisinos y los franceses sino por los millones de visitantes que han disfrutado del lugar, por dentro y por fuera. Las cifras oficiales indican que al menos 25 mil personas ingresan a este Centro de arte contemporáneo ubicado en el distrito 4º, en el corazón de París.
Los trabajos para la construcción del Pompidou se iniciaron en 1972. En septiembre de 1974 se levantó la estructura metálica. Paralelamente, se definieron las instituciones futuras que iban a complementar la actividad cultural en torno al Centro Pompidou: en julio de 1972, se anexó el Centro de Creación Industrial y en 1974 se determinó el traspaso de la colección del antiguo museo de arte moderno de la ciudad. Más tarde, en 1988, se inauguró el Ircam (Instituto Contemporáneo de Música e Investigación Acústica, según sus siglas en francés), ubicado en diagonal al edificio central, frente a la plaza Stravinsky y la iglesia Saint Merri, y que fuera diseñado también por Renzo Piano. Su estética es más conservadora y sus muros terracota se confunden con la apariencia parisina.
Entre 1995 y 1997, el mismo Renzo Piano realizó la última de las estructuras que acompañan al Pompidou: el Atelier Brancusi, que es una reconstrucción exacta del taller del artista, donada por él mismo antes de morir al Estado francés, con el fin de impedir la dispersión de su obra. Está en la piazza Pompidou, frente a la entrada principal al edificio.
Para la conmemoración de sus cuatro décadas de vida, no sólo echaron la casa por la ventana este fin de semana, lleno de espectáculos, muestras y arte por doquier, también involucraron a otras 40 ciudades de Francia a donde fueron trasladadas exposiciones temporales curadas por el Pompidou.
No puedo negar que me habría encantado tener tiempo y dinero para haber planeado un tour por Francia visitando esas 40 ciudades y siendo testigo de cómo el espíritu iconoclasta del ex presidente francés se proyecta en el arte que se alberga en el que fuera uno de sus legados más memorables.
De hecho, una de las cosas que más me llamó la atención cuando estuve allí fue una réplica de la habitación donde dormía Georges Pompidou. Un mosaico de colores cercano a la psicodelia. No pude evitar recordar que al entonces presidente se le llegó a cuestionar de algún modo su salud mental, y quizá todo ese colorido era justo el caos de la mente de Pompidou.
La segunda cosa que más me gustó fue la vista desde la terraza de su restaurante, prácticamente me permitió hablar de tú con los emblemáticos techos parisinos.
El Centro Georges Pompidou pasó de ser una obra arquitectónica incomprendida y rechazada a convertirse en el símbolo de los monumentos parisinos modernos, un punto indispensable para quienes visiten la capital francesa.
La colección del Pompidou es más que impresionante. Está integrada por más de 100 mil obras y son referencia obligada para entender el arte de los siglos XX y XXI. Artes plásticas, dibujo, fotografía, nuevos medios, cine experimental, arquitectura, diseño y prospección industrial, todo parece caber en el Pompidou.
Al recorrer sus salas uno encuentra lo mismo piezas de artistas emblemáticos como Matisse, Picasso o Breton, que piezas clave de movimientos fundacionales del arte moderno.
Hace 40 años, la fachada de ese lugar parecía una nave espacial. Los parisinos la rechazaban ofendidos, igual que en su momento hicieron con la Torre Eiffel. Hoy ambos legados arquitectónicos forman parte del paisaje insumiso de París, una ciudad que no se doblega, que en sí misma y con estas muestras como botones, se erige como símbolo de los valores de la revolución francesa, vigentes y tan necesarios para el mundo hasta nuestros días.