Sociedad
Lectura 4 - 7 minutos

Mínima historia de un secuestro

Nos dijeron que había unos cuerpos en un automóvil, así que nos enfilamos a unos de los municipios más violentos del estado: “Por el panteón, por ahí métanse rumbo al basurero, por la tranca, ahí es”.

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El coche es pequeño pero el conductor es hábil. Preguntando, cruzamos el panteón. Entramos a un camino de terracería. “Vamos a buscar a unos encajuelados” y algunas referencias del lugar y de la localización: “Te encargo el monitoreo” se leía en la pantalla del celular (pero el mensaje de WhatsApp nunca llegaría porque la señal era inestable).

Es un camino de dos vías pero forzadas. A la izquierda y a la derecha los terrenos de cultivo están delimitados por postes de madera y alambres: hay obreros trabajando. De frente hay un camino lodoso y cerros de diferentes intensidades de verdes. En época de seca esto es gris y el calor es enloquecedor. Avanzamos por el peligro de la soledad. Si alguien planeara una emboscada éste sería el lugar perfecto.

Como a los siete minutos nos encontramos de frente con una camioneta camuflada del Ejército. Hay seis militares y uno está parado detrás de la cabina, tiene una metralleta fija con balas color oro. Nos paramos. Ellos se detienen. Bajan dos soldados armados y se dirigen a dos campesinos que transitan en bicicleta por ese camino. Dejan su transporte en el suelo. Los militares con la mano en el gatillo les preguntan y ellos responden, les piden que muestren lo que llevan en sus mochilas y los civiles obedecen. Dos militares más se acercan a nosotros. Uno trae una libreta, tiene una escuadra en la cintura, y el otro se dirige al lado del copiloto con el arma larga en las manos, el dedo en el gatillo. El de la libreta pide no tomar registros fotográficos, pregunta quiénes somos y a qué venimos, uno de nosotros responde. Piden nombre y medio y, amablemente, con un tono de voz que no es imperativo nos piden que tengamos cuidado y que si sabemos algo que nos pongamos en contacto con ellos o con la policía. Mientras avanzamos, los dos campesinos levantan sus bicicletas y se retiran: nos dicen adiós con una sonrisa nerviosa. Nosotros avanzamos detrás de dos vehículos militares (el otro estaba escondido). Más adelante uno de los soldados nos dice que sigamos derecho y ellos continúan de frente: obedecemos. A 200 o 300 metros encontramos patrullas y motos. Hay cerca de diez policías echando desmadre y una grúa con un chofer en la cabina, aburrido. Cuando llegamos se callan.

–Buenas tardes.

–Buenas.

–¿Aquí es?

–¿Qué es?

–Nos dijeron que aquí había unas personas dentro de una cajuela.

–No hay encajuelados aquí. Se equivocaron.

–No nos equivocamos, pero no le vamos a decir qué es lo que buscamos.

–Ahhh…

Nos desplazamos unos pasos hacia adelante y encontramos otra patrulla y un policía:

–Es un secuestro. Se llevaron a dos masculinos. Por ahí de las siete de la mañana cuando venían a trabajar. Ira, aquí traigo las fotos. Este es el señor; ira, está el chavo. Estamos esperando a los peritos para hacer la puesta a disposición. Por acá anda un compañero de ustedes, dos, una chava. Están detrás de la grúa, hacia arriba.

–Permis.

–Ajá.

Detrás de la grúa avanzamos por una subida llena de matorrales y espinas. Un reportero y una reportera bajaban en esos momentos. Nos saludamos, ellos siguieron su camino y nosotros avanzamos hasta llegar al sitio donde los secuestradores habían dejado la camioneta.

–Nosotros pedimos ayuda en cuanto nos enteramos de que se llevaron a mi hermano y a mi sobrino, pero la policía llegó muy tarde. Los cabrones tuvieron mucho tiempo para huir. Pedí el helicóptero del Mando Único porque acababa de pasar esta desgracia, pero no mandaron más que una patrulla, después llegaron otras.

Esto lo dice un hombre, de baja estatura y vestido con ropa de casa, muy enojado. A un lado está su hermano, un poco más grande de edad que él, que mueve la tierra con su pie y agacha la cabeza; está muy enojado y no quiere hablar.

Frente a nosotros también están sentados en el suelo de grava cinco obreros callados; uno de ellos, muy joven, juega con un cachorro cruza de bóxer.

Tres metros adelante hay una patrulla y dos oficiales, una mujer y un hombre, y un ministerial con arma larga cuidando una camioneta de redilas que está enfrente, a unos diez metros.  Impiden el paso porque aún no han llegado los peritos a levantar evidencia. Permiten fotografiar el vehículo que tiene la hoja de la puerta derecha abierta y en el margen superior derecho placas de la entidad.

–Venía mi hermano y su hijo, un joven de secundaria, como está de vacaciones lo acompaña a trabajar en el campo, él se dedica a la cebolla y hortalizas. Venían por la mañana y cuatro hombres armados con pistola y uno con arma larga los interceptaron, los amenazaron y bajaron a los peones. Luego se marcharon con mi hermano y mi sobrino en la camioneta y la abandonaron aquí en esta vereda. Cuando bajaron a los trabajadores, los amarraron, uno de los delincuentes le dijo a un peón la cantidad que querían por el rescate de los dos.

El hermano callado también se incorpora a la plática:

–Antes secuestraban a gente de dinero. Nosotros somos gente de trabajo y no nos atienden cuando lo necesitamos, pero cuando le pasa algo a algún político mueven mar y cielo y luego agarran a los delincuentes. Para nosotros la policía no sirve, no ayudan cuando se necesita; deberían ustedes ir al pueblo: asaltos, asesinatos, secuestros… todos vivimos con miedo.

–Hace un año y medio, también, secuestraron a mi sobrino, a otro sobrino, en el pueblo, trabajaba en un mototaxi. Se pusieron en contacto por mensajes. No se logró nada, lo mataron y lo enterraron. Fue algo muy difícil dar con el cuerpo e ir a desenterrarlo. La situación de inseguridad sigue. Es triste que muchos medios de comunicación no digan lo que pasa en realidad en Morelos...

–La gente ya vio que cometer delitos es fácil porque no evitan nada y no agarran nada, entonces se les hace fácil cometer delitos. En el caso de los diputados, aprobaron que 120 años. Yo le pregunto, ¿a qué secuestrador han sentenciado a esos años? Ahora: se hace la denuncia, los sentencian, hay mucho tiempo que pasa para sentenciarlos, con hechos verídicos. A muchos los agarran infraganti y todavía gozan de muchos privilegios esta gente mala y si no les respetan sus derechos, los sueltan. Ellos sí pueden golpear, herir, pero ¿las víctimas y sus familiares no tienen derechos? A los diputados y a los funcionarios y políticos no les ha tocado vivir en carne viva un secuestro. Da coraje. Cuando están de candidatos prometen todo, pero cuando llegan al poder sólo se benefician ellos y al pueblo lo olvida. Es un sentimiento que uno trae, pues, da coraje. Ustedes que vinieron hasta acá, dígalo en sus medios, cuenten esto que pasó porque nosotros, la gente honrada y trabajadora, estamos olvidadas.

Nos despedimos deseándoles que pronto sus familiares aparecieran o fueran rescatados sanos y salvos.

Desde la vereda donde estábamos vimos, a lo lejos, que varias patrullas peinaban la zona, y eso nos dio un poco de tranquilidad durante nuestro regreso.

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Máximo Cerdio

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