Sociedad
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Impiden antimotines a indígenas vender sus artesanías

La barda que circunda el zócalo de Cuernavaca amaneció llena de policías antimotines: su escudo, sus cascos, sus espinilleras, coderas. Frente a Correos había cerca de 20 azules muy bien equipados. Cinco o seis oficiales hacían rondines, iban sin casco.

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Un grupito de mujeres mazahuas, de las 43 que venden allí desde hace más de 20 años, quiso instalarse en el pasillo de la oficina postal, pero no pudieron porque policías equipados se los impidieron. Siguieron adelante con sus diablos cargados de mercancía. Detrás venían sus hijos uniformados para ir a la escuela.

Tampoco pudieron “tender” frente a la escultura de Pacheco porque había también un grupo de antimotines.

Los pesados diablos fueron conducidos hasta la explanada del Palacio de Cortés, donde permanecieron en reposo.

Algunos negocios del callejón de los juristas no abrieron porque ayer por la noche les avisaron que iba a haber desalojo y que probablemente habría enfrentamientos.

Las mujeres de Guerrero y del Estado de México se unieron: “No se separen porque si se separan nos ven poquito, de a uno. Si se separan nos van pegar”, decían mientras avanzaban hacia la parte frontal de la oficina de Correos que estaba obstaculizada por la barda y por policías.

Los hombres permanecían a corta distancia, con las manos cruzadas, recargados en la pared, esperando a ver quién lanzaba el primer golpe. Algunos tomaban videos y fotos con celulares.

Las mujeres pidieron que las dejaran instalarse, pero los elementos policiacos respondieron que tenían órdenes de no permitir que pusieran sus puestos ni su mercancía y que el jefe andaba por ahí, que hablaran con él. Los rostros morenos y redondos de los fuerzas del orden eran muy parecidos a los de las inconformes desalojadas.

Como un banco de peces, las indígenas fueron a buscar al oficial encargado del operativo, pero no hallaron a nadie, sólo hasta entonces se acercaron a la prensa. Le tocó a Adelaida Peña González hablar:

“Ai estábamos tendiendo ahí. Stábamos tendiendo en correo. Y orita nos garraron, según que iban a dar solución. ¿Esa es solución? ¿Mandar polecía? El Graco siempre así, pues, siempre manda polecía. Siempre para resolver eso mandar polecía, de los artesano”.

Las palabras en castellano tropezaban unas sobre otras. Los enunciados eran ásperos. Esos plurales en los verbos y en los calificativos a los que se les escapaba la “s”, hacían sonar un idioma de una forma distinta aunque entendible.

Adelaida continuó:

“También nosotro ya fuimos diferentes lado. Derechos Humano, Derechos de Mujer, Yuntamiento. Yaandamos todos lado, ya metemos papeles pero no. Ya tocamos puerta y puerta pero no. Algunos dice Derechos de Mujer que cuando seamos criminada. Criminada es para que te pegan así de golpe, de todo, porque así no, así no podemos yudarla, dice Derechos Mujer. Pero digo pues ¿Cómo, hasta que vaya polecía para pegarnos? ¿Entonces es criminada? Orita andan chillando con los niño, porque le da miedo los polecía. Hace ocho días también pasó unos acá, también los venía siguiendo y lo espantaron a los niño. Ahora andamos de acá por allá, ya nos mandaron polecía. Pero también nosotros tenemos derecho vender nuestras cosa, no somos ratera”.

Las autoridades del gobierno del estado y municipales les ofrecieron un sitio en un parque, por la salida a la carretera federal:

“Las autoridad dice que nos van ubicá en la parque Tlatenango. Pero le digo, qué vamo ir a vender allá, ahí no llega turista, ni nada. Y dice ‘aquí centro histórico no va ver nada de artesano, nada de comerciante’. Nosotros que ganamo la vida es trabajando aquí centro histórico, todo esto, para llevar los niño la escuela, todo eso”.

Una reportera le pregunta qué acciones van a tomar, y ella contesta:

“No es la primer vez que nos manda polecía, con ésta son dos vece, la vez pasada tuvimos que estar todo el día con las cosa en la mano, pero ahí, ahí. Ahora vamos a volver luchar. Lo mejor vamos a hacer el bloquear o vamos a hacer marcha”.

“Hoy a lo mejor no vamos a comer. Vamos dejar los niño en la escuela pero nosotros tenemos que estar aquí, pero si no trabajamos qué vamos a comer, nada. Es todo”, dice Adelaida y se mueve hacia donde la están esperando las demás indígenas.

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Máximo Cerdio

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