Sociedad
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Memorias de una estatua huidiza

La estatua, ciega, dio los primero pasos por la avenida Morelos. A esas horas de la madrugada la poca circulación y una luz enferma le permitieron avanzar sin mayor preocupación.

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Atrás quedó la Escuela Primaria Miguel Hidalgo y Costilla. Por la mañana, el argüende de los chamacos entrando al colegio por la calle Nicolás Bravo y las rutas tronando el claxon por las prisas; por la tarde, a la hora de la comida el mismo ruido, así, de lunes a viernes.

La escultura afinaba el oído y creía distinguir el tamaño y el modelo de algunos automotores, por el traqueteo de la máquina, por el rechinido de las llantas o por el sonido de las bocinas.

Pero, ahora, iba caminado, gris, sobre Ocampo Oriente. Al hombro llevaba una especie de asiento que le había servido de base, en la que estuvo sentada por muchos años en el estacionamiento del consultorio del doctor Jorge Ganem Guerra. “José María Teclo Morelos Pavón y Pérez tiene dos metros de altura por uno y medio de base y pesa alrededor de 100 kilos y es de fibra de vidrio y baño de bronce, replica de una original de bronce que se encuentra en Jonacatepec y que durante la administración del gobernador  Emilio Riva Palacio 1964 a 1970 fue ‘desaparecida’ de la Plaza de Armas de Cuernavaca”, recordó.

En su lugarcito podía observar parte de la vida en la avenida Morelos. Desde ahí abría desmesuradamente sus ojos vacíos, pero sólo alcanzaba a escuchar el ruido de la calle entrillándose sobre las paredes y un aroma en forma de culebra: era el puesto de barbacoa (de Hidalgo) que todos los fines de semana se instala en el estacionamiento, en la parte superior y en el que la estatua escuchaba comer a la gente; y ese olor de consomé y de carne que se le metía por la nariz y circulaba por toda su oquedad. Cuántas veces le dieron ganas de ir corriendo hacia unas de las mesitas, sentarse y con la autoridad de un héroe gritarle al mesero: “¡Dame tres de maciza y dos de panza! “Ah… y un Boing de mango”.

En Eugenio Cañas la escultura recordó que la carne era un martirio, el silencio era un martirio, la imposibilidad de tocar era un martirio (“Ni un roce y yo queriendo”, había oído a Ana Gabriel en un radio lejano del algún velador).

Sobre la calle Francisco I. Madero le sonaron las palabras de Ganem Guerra: “En 1986 andaba yo por Jonacatepec, en un balneario llamado Las Piletas y volví a ver la escultura y entonces comencé a hacer gestiones para que la obra fuera trasladada de nuevo al zócalo de Cuernavaca, pero nadie me escuchó. Viendo que yo quería llevarme la estatua a Cuernavaca, la escultura volvió a desaparecer y la encontré tiempo después en Jonacatepec, de nuevo, pero en un parque de la colonia Miguel López Nava. Don José María Morelos estaba muy dañado: le habían volado parte de la nariz y un dedo y en el cachete tenía un golpe muy fuerte. Lo habían agarrado de tiro al blanco y le dieron con bala y con piedras. Así lo encontré yo. De nuevo comencé a realizar gestiones, ahora con el edil de ese municipio, a quien le pedí permiso para hacer una copia y el alcalde me dijo que sí, pero con la condición de que antes arreglara las “heridas” que tenía el héroe. Y así lo hice. Una vez reparada, se hizo una copia de ella y es la que tengo ahora acá, en el estacionamiento; y la tengo acá porque ningún alcalde o autoridad la ha querido y porque ya no cabe en mi casa”.

Llegando a la calle Pericón esquina con Leandro Valle, creyó escuchar: “Junto a Morelos, están dos héroes más de suma importancia para México y para nuestro estado: Benito Pablo Juárez García con sus Leyes de Reforma y el general Emiliano Zapata Salazar con su Plan de Ayala, ya que consolidan lo que hoy conocemos como México”.

Ya en Plan de Ayala vio a un grupo de policías del Mando Único que lo observaron entre las sombras: “No soy joven, no tengo tatuajes, ni parezco y ladrón o narcomenudista”, pensó y siguió caminando, como caminan las estatuas que no tienen cola que les pisen.

Sobre la avenida Vicente Guerrero esquina con Taxco, en el espacio cívico donde están los rostros de los héroes de la Independencia, ahí se instaló.

La memoria de su piel de metal asumió la postura que tenía cuando vivió a la intemperie en el estacionamiento: “Sentado nuestro héroe patrio, con toda la dignidad, con su gallardía y todo el porte de un héroe como no se encuentra en ningún otro lado…”

Frente al bulevar, ahora la estatua está rodeada de afines. Muy cerca hay una parada de rutas y un puente aéreo, gente que transita desde que la flor del día revienta hasta que se muere; también con pájaros enlutecidos volando sobre él. Mira –sin poder ver– de frente, atento a lo que el tiempo le ponga a sus pies, y en una base de cemento, hay una placa de metal en la que se lee que el 22 de diciembre de 2015 la escultura del generalísimo José María Morelos y Pavón, Siervo de la Nación, fue donado por el doctor Jorge Ganem Guerra.

 

 

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Máximo Cerdio

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