La gente los despedazaba y los abandonaba en las esquinas de las calles para que el camión de la basura los triturara.
El instinto de supervivencia hizo que algunos desarrollaran la capacidad de desarticulación y se pudieran desplazar en partes hacia los árboles.
Con el tiempo también les crecieron alas:
“No era raro ver junto con parejas de pericos a bandadas de chasises de televisores analógicos, incluso cinescopios, volando por el cielo de mercurio de Cuernavaca”.
Así lo cuentan los televisores viejos a las pantallas planas en reuniones secretas, allá, a lo lejos, en cementerios abandonados que lindan con Jiutepec.