La voz quebrada, en el umbral del llanto, se mezcló con el humo que emergía del sahumerio, en el cuarto que para esa hora ya estaba inundado de olor a copal y perfume de cempasúchil, ante la mirada de familiares, amigos e invitados que presenciaban cómo se ultimaban detalles para recibir a Leonor en su ofrenda.
Faltaba poco para las doce del mediodía. La ofrenda y el altar ya estaban listos. Casi. Porque de la cocina salió una mujer que cargaba una olla de barro –mole y pollo en su interior– y se abría paso entre hombres y mujeres para colocar el recipiente ante la mesa.
El camino que el difunto debe seguir para que no se pierda en su retorno. | Adriana Belmontes
Ahora estaba lista la ofrenda, aun cuando seguía el desfile de los compadres y las comadres de Leonor que depositaban más elementos y le recordaban que allí estaban, que no se olvidaron de ella.
El "cuerpo" es depositado en una mesa, cubierto con un mantel; sobre éste colocan el vestido y el mandil; un par de zapatos en un extremo y un cráneo artesanal en el otro, cubierto con un rebozo gris. En la cabecera hay un arco de cempasúchil y una leyenda: "Bienvenida, tía Leonor". Al pie de la mesa, una silla en cuyo asiento hay un pan grande y una fotografía en el respaldo: Leonor, la recordada, la que volvería con los suyos dentro de pocos minutos. Alrededor de la mesa colocaron flores, sal, agua natural, tequila, rompope, refresco, veladoras, platos, tazas, comida: todo en abundancia para el agasajo de la esperada.
La casa se ubica sobre el bulevar 17 de Abril, en el barrio de Santa Cruz (a unos metros del panteón de Ocotepec), en un solar llamado “Cazahuatitlan” (lugar de los cazahuates). Años atrás fue un terreno donde se sembraba maíz. El mismo maíz que Leonor empleaba para producir las tortillas que vendía en el mercado. Maíz, frutas, chiles... Era vendedora cuando el cuerpo aún podía ser sostenido por sus fuerzas. Incluso después, cuando los años se apoderaron del cuerpo y era difícil moverse, Leonor vendía su mercancía en un local (junto a la entrada del terreno).
El banquete para Leonor. | Miguel de la Rosa Belmontes
A las doce se escuchó el primer cohetón, seguido de dos, tres, tantos más. Y las campanas de la iglesia de Ocotepec se sumaron a la ruptura del silencio. "Es que a las doce –dijo un anciano a un turista– vuelven las almas de los difuntos."
Por eso hay que recibirlas. Hombres, mujeres y niños se dirigieron al portón de la casa, donde dieron la bienvenida a Leonor y la guiaron con el camino de pétalos amarillos, entre rezos con aroma a copal y una marcha lenta que atravesó el patio amplio, poblado de jóvenes, ancianos, bebés, mujeres que cuidaban las ollas de tamales; también un gato con pelambre, incómodo ante la presencia de tantos desconocidos que interrumpían su tranquilidad…
Más allá, en el centro de la plancha de cemento, una "Leonor" sentada sobre una silla de madera, rodeada de productos que vendió durante décadas, expuesta ante el andar de los visitantes que no dejaban de capturar su imagen a través de cámaras, teléfonos y otros dispositivos.
La marcha de los vivos para recordar a sus difuntos creció conforme pasaron los minutos: visitantes que portan velas que entregan a la familia para ver la ofrenda, costumbre que es conocida como “cereada”.
Luego, al hogar ingresaron dos mujeres y un hombre de piel blanquísima; una de ellas hablaba español, pero con dificultad. Los ojos de los tres se clavaron durante varios minutos sobre esa Leonor del patio, la rodeada de frutas, tortillas, chiles, maíz y flores. Sus miradas demostraron asombro y respeto ante la tradición más arraigada entre los nativos de Ocotepec y de Cuernavaca, de Morelos y de México completo. Luego de varios minutos, los extranjeros se fueron, con un tamal de chile verde y carne de cerdo y un jarro de agua fresca.
Vivos que recuerdan a los difuntos; difuntos que visitan a los vivos cuando el sol se levanta en pleno, el primero de noviembre, para que los rayos solares mitiguen el viento gélido del olvido.
La entrada de la casa es la que invita a ingresar. “Bienvenida, hermana Leonor”, dice el arco formado para recibir a Leonor Belmontes Rosales. “Si ustedes ven, el cempaxochitl, lejos de ser flor de muerto, es flor de la vida porque representa el tonal del sol, la luz”, refiere Marcial, sobrino de Leonor y otrora ayudante municipal y comandante de Ocotepec.
La difunta fue recordada con un tendido de productos que vendía. | Adriana Belmontes
Además de la flor tradicional, hay milpa. “Nuestra cultura es la cultura del maíz –explica Marcial–: somos los hombres del maíz. La difunta llegó a su estado adulto, a su madurez total. Ella nos deja como herencia, como semillas; por eso le pusimos la nueva semilla que está surgiendo en esta temporada, el maíz en estado maduro para poderlo conservar en una próxima generación.”
Acerca de Leonor, el también exfiscal de Ocotepec refirió: “Nuestra tía es la esperanza, es el recuerdo […]. El maíz representa la próxima generación que viene; nosotros tenemos la esperanza de que nuestros hijos pervivan a través de esta generación. Si cuidamos esta tradición, esta costumbre que viene desde la época de los toltecas, de los aztecas, hasta llegar a la gran Anáhuac, seguimos conservando esta (tradición). Sabemos que el Templo Mayor está dedicado al gran lector-seguidor del camino Zurdo Colibrizado: Huitzilopochtli […], quien fue guía de los aztecas, de los mexis, los chichimecas…”.
Al continuar con la explicación, señaló que “Miquixtli, el Día de los Muertos, lo celebraban en el mes de teotlexco (cuando sube el difunto). Estaban esperando a que subiera la energía del difunto. Ahí era celebrada con mucha esencia, como ahorita; todo era una celebración: los patios ceremoniales, en cada casa ofrendaban… La esencia la traemos muy adentro, como genética, y la seguimos conservando”.
Las ofrendas grandes se colocan en Ocotepec para las personas que fallecieron durante el último año. El primero de noviembre, los familiares esperan la visita de esos difuntos, con una tradición prehispánica en esencia que ahora incluye elementos católicos, derivado del sincretismo. Nueve días antes inicia el novenario. “Simboliza los nueve pasos para llegar al Mictlan (el lugar de los muertos). Nueve días antes de llegar ahora.”
Respecto de la diferencia entre muerto y difunto, Marcial señaló: “El muertito, cuando transmuta, deja el cuerpo material y se libera la energía o el alma o el espíritu… Pasamos a ser difuntos cuando ya podemos ayudar, ya somos fuerza armonizante; cuando ya hacen milagros, pasan a ser difuntos”.
Conforme avanzó la tarde, el flujo de visitantes aumentó en la casa de la familia Belmontes Rosales, que se preparó para recibir a todo aquel que deseara acompañar a Leonor en su retorno a casa.
Leonor Belmontes Rosales nació el 12 de mayo de 1938 y partió el 5 de enero de 2015, a los 87 años. Pero este domingo primero de noviembre se unió a la celebración que le preparó su familia. Porque Leonor regresó a la Tierra para volver a disfrutar de lo que más le gustaba y estar entre su gente.