Sociedad
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Toman la Alhóndiga de Granaditas los hijos de la serpiente emplumada

Tetelpa, Zacatepec.- Ocho lesionados, uno de los cuales casi pierde la pierna por un cañonazo, fue el saldo al concluir la representación de la Toma de la Alhóndiga de Granaditas en esta comunidad localizada al sur de Morelos.


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Durante esta puesta en escena que duró poco más de una hora y cuatro ataques de los 20 programados participaron alrededor de 100 pobladores de esa comunidad, quienes representaron a los dos bandos enemigos. También estuvieron presentes policías y paramédicos y algunos cuidadores para evitar riñas y que el festejo se realizará en paz.

Pasadas las seis de la tarde y ante más de cinco mil asistentes los actores ingresaron a los campos de futbol portando trajes de manta y satín; las mujeres iban con trajes típicos, dos destacaban por sus vestidos con los colores de la bandera española y otra con los de la mexicana. El cura Hidalgo causaba admiración entre el muchacherío con su traje negro y su patriótica calva y cabellos blancos portando el estandarte de la Virgen Morena.

Los más iban con ropa de manta y morrales, en los que llevaban envoltorios como del tamaño de un puño hechos con papel de estraza o periódico, dentro de los cuales había ceniza que, en su momento, arrojarían contra el enemigo. Los españoles portaban ropa azul, roja y amarilla y varios cañones que parecían inofensivos pero que lesionaron al menos a dos personas.

Arturo Noguerón Ochoa, sentado en una enorme bocina,  daba información sobre el acontecimiento en el que México se cubrió de gloria (muchos historiadores consideran este enfrentamiento más como un motín o masacre de civiles que una batalla, pues no se dieron condiciones de igualdad militar entre los bandos).

Hubo un breve discurso de las representantes de España y de México, en el que se resaltaron los valores de la patria.

El narrador daba cuenta de ello y afirmaba que los textos eran de Ricardo López Méndez, “El Vate”, el más llorón de los poetas mexicanos.

Por su parte, el padre de la patria, dijo: “¡Vamos a matar gachupines!”.

Comienza la guerra

Una mujer sobre un cuaco arrojando al público tamales de hoja de milpa marcó el inicio de la gesta, y así como “volaron los pavorreales, rumbo a la Sierra Mojada” porque mataron a Lucio Vázquez, en las canchas de futbol de Tetelpa volaron los tamalazos bajo un cielo de plata opaca que amenazada con llover.

Desde la orilla el narrador relataba por el sonido local lo que ocurría en el campo de batalla. Dos o tres hombres llegaban corriendo continuamente y le comunicaban lo que pasaba más allá de la nube de ceniza. Para él sólo había indios y españoles enfrentándose.

“Al público se le aconseja que tome su distancia, no los vayan a lastimar. A los padres de familia que trajeron niños no los suelten. Los tamalazos son de ceniza, pero duelen. A los participantes, por favor, no se tomen en serio esto, es una representación, ¡todos somos mexicanos y amamos a nuestra patria!”.

Los cañones de metal explotaron como mínimos dragones desde la alhóndiga (los indios no tenían armas de fuego). Entre una niebla de ceniza indios y españoles se arrojaban proyectiles embarazados de tierra.

Algunos rencores personales salieron de control y junto con los tamales, grupitos contrarios se comenzaron a mentar la madre.

“¡No se peleen, muchachos es una obra de teatro, todos somos indios al fin y al cabo!”.

De los insultos y tamalazos, los oponentes pasaron a los golpes.

“Hugo de la Rosa, ya me dijeron que tú comenzaste el pleito. ¡Ya párale, por favor! Me informan que no es Hugo de la Rosa. ¡Bueno, bueno, si les rompen la madre allá ustedes; ultimadamente ya están güevoncitos como para que uno los esté cuidando!”.

Durante diez minutos el campo de batalla se tiñó de gris. Civiles, algunos con bastones de madera, comunicaban a los actores que se suspendía el primer asalto y que prepararan el segundo.

Un perro negro y café, con genes de chihuahueño, ladraba a un cohete encendido en el campo de batalla del lado de los españoles.

“Me informan que Raúl Corona está entre el público y anda echando ramalazos a los indios y a los españoles. Yo le pido encarecidamente que se deje de andar con esas chingaderas y se ponga de lado de unos o de otro, si tantas ganas tiene, de lo contrario los indios y los españoles, juntos, va a ir a romperle su madre”.

Los artilleros cargaban de nuevo los cañoncitos. De la alhóndiga (construida con palos de madera y cubierta con palmas), los españoles sacaban decenas de tamales para repeler la agresión.

Cinco minutos después, los cañones abrieron el segundo combate. Los ataques de los indios a los españoles se sucedieron por tres flancos. Dos grupos dejaron los tamales en el suelo y se fueron encima de sus oponentes. Los civiles de control forcejeaban para separarlos.

¡Brooooommm…! Un obús cruzó por la niebla y un hombre cayó ensangrentado con un enorme agujero en la pierna: se le veían los tendones y el hueso.

“¡Ayyy, ayyy…! ya le pegaron en la pierna”, gritó una mujer y varios se acercaron y lo alejaron del campo de batalla rumbo a la salida, buscaban a los paramédicos.

A 200 metros de ahí otro hombre, de azul, cayó de espaldas. Dos policías lo atendieron: estaba borracho. Se desvaneció víctima de “digestión (sic) alcohólica”, dijo una mujer policía.

El cronista trataba de poner algo de orden:

“¡No se puede con ustedes! ya se les dijo que ésta es una representación y no entienden. Me informan que en vez de 20 enfrentamientos que se programaron, nomás habrá cuatro porque están muy agresivos. Se solicita la presencia del chofer de la patrulla para llevar a un indio que está herido de la pierna. Por favor, urge el chofer de la patrulla. Bueno, bueno, me dicen que ya no habrá más enfrentamientos, mejor se hará ya la toma de la alhóndiga”.

Una vez que los heridos fueron atendidos por los paramédicos y los policías, se preparó el escenario para la conclusión.

Alguien de entre el público sugirió que la representación se hiciera entre verdaderos enemigos, para que además del objetivo de enaltecer los valores y símbolos patrios, la gesta tuviera también una finalidad terapéutica…

“Ahora veremos cómo Juan José de los Reyes Martínez Amaro, que así era el nombre del Pípila, armándose de valor y con una losa en la espalda, prende fuego a la puerta de la alhóndiga para que los indios puedan entrar y tomarla”.

Entre los proyectiles y últimos cañonazos, el Pípila se desplazó por el campo de batalla, llegó al almacén de granos y le prendió fuego a la puerta; en seguida se retiró.

En la parte más alta del edificio de palos y palma los españoles resistían, mientras abajo los indios lo rodeaban y arrojaban tamales.

Varias mujeres se aproximaron al objetivo y también lanzaban paquetes de papel y ceniza.

Una patriótica calva con melena blanca apareció en la escena: era el cura Don Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo-Costilla y Gallaga Mandarte Villaseñor, quien había tenido un papel secundario en la contienda. Con sumo respeto depositó el estandarte de la Virgen de Guadalupe en el suelo y comenzó a arrojar mentadas contra la madre de los españoles: el bullicio impidió que las palabras llegaran siquiera al pie de parapeto; entonces cogió algunos tamales regados por el suelo y los arrojó a lo más alto de la estructura de madera, donde los europeos parecían golondrinas acribilladas por la lluvia.

Durante 15 minutos los indios masacraron a los españoles y tomaron la Alhóndiga de Granadita, consumándose así una victoria del pueblo mexicano rumbo a su independencia.

“¡Ya, ya, ya…! Que ya acabó. Me informan que los que han resultado lastimados se acerquen a los paramédicos. Se necesitan botellas de agua para que los heridos se laven la cara porque algunos les cayó mucha ceniza en los ojos”, cerraba el cronista la septuagésima segunda representación de la Toma de la Alhóndiga de Granadita el 16 de septiembre de 2015.

Epílogo. Según se puede leer en redes sociales, la Toma de la Alhóndiga de Granaditas fue una acción bélica realizada en Guanajuato, México el 28 de septiembre de 1810, entre los soldados realistas de la provincia y los insurgentes comandados por Miguel Hidalgo e Ignacio Allende. El pavor desatado en los círculos sociales de la capital provinciana hizo que el intendente Juan Antonio Riaño, pidiera a la población acuartelarse en la Alhóndiga de Granaditas, granero construido en 1800, y en cuya construcción había participado Miguel Hidalgo como asesor de su viejo amigo Riaño. Tras varias horas de combate, Riaño fue asesinado y los españoles que ahí se habían refugiado deseaban rendirse. Los militares al servicio del virrey continuaron la lucha, hasta que los insurgentes lograron entrar para después masacrar no sólo a la escasa guardia que lo defendía, sino también a las numerosas familias de civiles refugiadas en él.

 

 

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