Sociedad
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Al hombre le aterra la noche

El hombre demacrado subió al autobús en la terminal del centro de los Pullman de Morelos. Iba rumbo a Jojutla: de estatura media, pelo lacio, canoso, a los hombros. Llevaba una playera verde, pantalón beige, calcetines negros y guaraches color café. Marcó por su celular:

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 – ¿Estás barriendo? Yo ando muy cansado. Anoche tampoco me dejó dormir, pero ya me pude dar cuenta que el problema de gastritis y de estreñimiento es porque le tiene mucho miedo a la noche.

Quien le contestó por el otro lado era una mujer, seguramente su hermana, quizá de la misma edad o más grande, tal vez de más de 55 años. El hombre siguió hablando mientras el autobús se desplazaba suave por la autopista.

– Me habló a las doce y media; después como a la una. A las dos me volvió a llamar y a eso de las tres y media otra vez: “ahora sí estoy grave, mira como tengo la boca reseca. Creo que ahora sí, de veras que ahora sí ya”, me decía. Yo no sabía si lo estaba soñando o si era cierto, pero le fui a traer un vaso de agua y me quedé ahí, parado, dormido mientras se la tomaba. Me volví a acostar pero se me fue el sueño. Yo escuchaba ese respirar cansado, de una garganta cansada, me imaginaba sus pulmones viejos, metiendo y sacando el oxígeno con mucha dificultad. Así se me fue lo que me quedaba de sueño, con esas ideas que ahora no sé si eran sueños o pensamientos: después de varios días de desvelo uno no está bien aquí, caminas y caminas o te ves de pronto lavando un vaso en la cocina y no sabes cómo llegaste ahí. ¿Me entiendes verdad?

La mujer que escuchaba respondía con frases cortas. Seguramente suspendió la limpieza de lo que estuviera barriendo y se sentó o se recargó en algún lugar.

– Se la pasa más o menos tranquilo durante el día, ya como a las cuatro comienza a ver su reloj: “se está haciendo tarde”, dice a cada rato. Le cuesta trabajo ver la hora en su reloj, no ve ni escucha bien. Yo lo calmo, desde luego, le digo que se tranquilice y le ofrezco agua o si le cambio de estación al radio o le pongo la televisión pero él sólo repite que se está haciendo tarde. Varias veces lo he descubierto sentado en la orilla de su cama.

Mira detenidamente la sombra de una rama del árbol que está en el patio: la sombra atraviesa el cuarto, se mete por la ventana, él la observa en el piso en medio de un cuadro de luz, pero conforme el sol se va metiendo la rama se oculta hasta que queda una punta en forma de un dedo o una mano y a eso de las siete y media  no queda ni un pedazo pequeño de luz y la rama desaparece. A él esto le da mucho miedo. Y luego luego comienza a llamar: “me duele mi cabeza. Siento que me ahogo. Ahora sí, de veras, ahora sí, ya, lo estoy sintiendo. Ve mi mano a ver si tengo todavía pulso. Como que siento que mi corazón está seco y ya no late: pon tu oído en mi pecho y ve, a ver si tiene sonido, yo ya no lo escucho”. ¿Te imaginas qué angustia? Yo trato de calmarlo y lo reviso como él me pide y le digo que está bien, que estoy ahí con él, pero no se calma. Ya van varios días que está así pero lo ha revisado el médico y dice que es normal y que él debe hacer algo para calmarse. ¿Te imaginas, más de una semana que no me deja dormir?

La interlocutora seguramente calmaba al hombre desvelado.

– En vez de una gota le voy a poner dos, para que se calme. No puedo hacer más, ceo que dormido va a estar más calmado. Tú te preguntarás cómo le hago para no salir corriendo de allí. Mira, el segundo día me molesté mucho y no quería volver, pero después me di cuenta, después de varios meses, que él es así y se angustia porque no quiere quedarse solo, piensa que algo le va a pasar y nadie se dará cuenta. Me dio una enorme ternura y no pude hacer nada más que quedarme. Óyelo bien porque ya se va acabando la cobertura del teléfono: A mi papá le aterra la noche. Piensa que va a venir cuando esté sólo y todos estén durmiendo y se lo va a llevar. ¿Bueno? ¿Bueno? ¿Bueno?

El hombre apagó su teléfono, cubrió su cuerpo con sus brazos y se durmió durante todo el trayecto hasta que el conductor del autobús paró y le dijo:

- Señor: despierte, ya llegamos a la terminal de Jojutla.

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Máximo Cerdio

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