Sociedad
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La educación según el mimo Pactú

En Plaza de Armas ha comenzado la vida y el mimo Pactú se hace a sí mismo. Se maquilla, la “barata”, ya no es cara, porque la vida se ha puesto más dura y a su cinturón le ha tenido que abrir dos agujeros para sostener su pantalón que ha crecido al menos dos tallas.

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 Frente al Palacio de Gobierno los empleados de un periódico local instalaron una carpa, un templete y sillas, están entregando diplomas y mochilas a los niños que sacaron 10 en el ciclo escolar que terminó –“Un obsequio sencillo pero de corazón”, dicen–. Las mamás de los chicos no caben en ellas.

– Deberían premiar a los chamacos que reprueban y a los que pasaron de panzazo. Los que sacaron diez ya saben que pueden sacar diez, saben que son inteligentes, al niño listo todos le ponen la mano en la cabeza y le alborotan los pelos, le sonríen y le dicen qué niño más inteligente. Si premian a los otros, a los reprobados o que sacaron calificación muy baja  le van a echar ganas, sabrán que también son inteligentes, y en vez de uno que sacó diez los maestros tendrán a todo un salón con diez, afirma Pactú, mientras se talquea el rostro para quedar blanco y pelón como un fantasma– se rapó hace una semana porque el calor no lo dejaba dormir.

El mimo de Plaza de Armas toma un plumón de tinta negra y comienza a esculpir su fisonomía. Traza un oval, después va por los ojos y un bigotito a la Chaplin o Hitler.

– Ningún chavo es pendejo, cuando fracasa, los padres y los maestros lo tratan como pendejo, entonces él dice “soy pendejo, para qué me esfuerzo”. Eso no se lee, se sabe. Yo, pues, era pendejo porque mi padre y mis maestros me decían: “qué pendejo”. Cuando estaba en cuarto año de primaria reprobé cuatro años y seguiditos... Jajajaja y ya no fui pendejo sino rependejo… Cada que reprobaba, mi padre, que era muy estricto, me regañaba. A mí me hubiera gustado que cuando yo llegaba con mis calificaciones con números rojos, puro cinco, mi padre me hubiera dado un abrazo, porque ya con reprobar me sentía de la chingada y esperaba los regaños, entonces, si me hubiera abrazado mi padre, la reprobada nadie me la iba a quitar pero me hubiera sentido menos pendejo, un pendejo querido por su padre.

Pactú termina su cara y después pone un énfasis rojo en su boca. Se verticaliza, se pone su chistera y con su bolsa a la espalda da los primeros pasos hacia la gente. En la mano lleva su dentadura postiza que espera hincarse, dentro de unas horas, en algún sustancioso almuerzo.

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Máximo Cerdio

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