Sociedad
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Gustavo y el viaje interminable del DF a Cuernavaca

El Pulman de Morelos salió de la ciudad de México el 23 de julio con cerca de 40 pasajeros a Cuernavaca, poco después de las 23:02 horas. Nadie avisó que el viaje que normalmente dura una hora se prolongaría demasiado. Nadie sabía que ningún elemento policiaco federal, estatal o municipal vigilaba los tramos de mayor conflicto del trayecto.

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Avanzó por Tlalpan y en una de las calles dobló hacia la derecha y se incorporó en Insurgentes rumbo a la carretera federal. Después de 20 minutos en la bifurcación de la vía de paga y la vía libre, el bus dobló hacia esta última, continuó a vuelta de rueda y así siguió por 20 minutos más hasta llegar a la altura del Ajusco. La fila de automotores que buscaban una salida del Distrito Federal por el sur, distinta a la autopista, era un enorme cocodrilo con escamas de luces rojas, blancas y amarillas.

Una vez que el autobús tomó su paso, avanzó con una velocidad normal de entre 60 y 70 kilómetros por hora. Esto arrulló a muchos pasajeros y se durmieron. Algunos roncaban. Desde el techo, una luz azul entraba por la boca abierta de una mujer hasta tocarle el yeyuno.

Al atravesar un puente para llegar Tres Marías, el Pulman de nuevo se detuvo. A lo lejos y en un fondo de paño negro sin estrellas, el operador Gustavo Herrera observó dos líneas gruesas y extensas de automotores y en medio un enjambre de luces: muchos coches, camiones y autobuses estaban entrando desde el norte hacia el sur rumbo al Distrito Federal o al Estado de México, pero no podían pasar porque se lo impedían los que querían incorporarse a la autopista desde el Distrito Federal rumbo Morelos o hacia Guerrero o más al sur.

Gustavo esperó por más de 30 minutos. Avanzó y se detuvo. Espero 15 minutos más y tomó una decisión: viendo que nadie avanzaba, detuvo el autobús, bajó de él y corrió varios metros hasta donde se formaba el remolino de luces y comenzó a gritar y a manotear. En menos de 10 minutos desalojó el tránsito, corrió a su unidad, la prendió y avanzó con una velocidad lenta, no por la autopista como todos, sino por la carretera federal recién llovida.

No hubo ningún policía federal para auxiliar, no hubo una sola camioneta del Mando Único o de la Policía Municipal de Huitzilac.

“Todos los días tengo que hacer esto. Bajarme y pararme a desahogar la circulación porque los conductores no entienden, tienen que ceder el paso uno por uno para que todos podamos avanzar. Y en vez de ir por la federal, toman la autopista con la esperanza de que la circulación sea más rápida, pero no se avanza como cuando está libre, siempre hay cola, hileras de coches que van a vuelta de rueda. Esa zona es muy peligrosa, por ganar el paso la gente avienta los camiones o los coches y hay muchos accidentes. Seis, siete carros accidentados por la imprudencia la semana pasada. Luego ni las ambulancias ni la policía llegan en la carretera federal, en la autopista siempre llegan, de volada, son muy eficientes porque hay un seguro y hay contacto permanente con las autoridades, pero la carretera federal está muy, pero muy abandonada; ves a los policías estacionados en algunos oxxos, de ahí no salen”.

Mientras conducía con precaución, Gustavo dijo que la empresa avisó a los conductores que de acuerdo con la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, la autopista México-Acapulco permanecería totalmente cerrada por las obras del periférico desde la caseta de cobro hasta Tres Marías, Huitzilac, de 22 a 6 horas de lunes a jueves y el sábado; sólo estaría abierta el viernes y el domingo. “A nosotros la empresa nos dijo que hasta febrero del año que entra, se abriría a la circulación totalmente la autopista”, mencionó.

También afirmó que en las terminales se pegaron mantas con este aviso para que los pasajeros supieran del retraso, porque algunos “se ponían broncudos” cuando veían que el camión transitaba por otra vía o tardaba más en llegar.

Detrás del Pulman 154 que conducía Gustavo no venía nadie, ni nadie retraso el viaje, después de que pudo pasar el nudo de Tres Marías. Llegó a la 1:45 a Cuernavaca.

Algunos pasajeros bajaron con la cara alargada por haber hecho en más de dos horas y media el viaje que por lo común tarda una hora, pero Gustavo, que tiene 14 años trabajando en esta empresa, les agradecía desde el asiento del conductor por su preferencia y se disculpaba por la tardanza. Sonreía, acordándose que estos pasajeros les había ido bien, comparados con los del martes, el 21 de julio de este año el viaje de 60 minutos tardó cinco horas.

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Máximo Cerdio

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