Sociedad
Lectura 5 - 10 minutos

Lectura de poesía por nuestros 43 desaparecidos en Guerrero

Iguala, Guerrero. Leímos nuestros poemas en Buenavista de Cuéllar y en Tepecoacuilco ante amas de casa, adultos mayores y niños que asistieron a las Caravanas culturales por la paz, llevados por la promesa de que les darían despensas, andaderas, estudios clínicos gratuitos, juegos de mesa, talleres de pintura y unas playeras.

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Era la primera vez que Ameth Rivera, representante de Chiapas, Tadeus Argüello por Querétaro y yo, por Morelos, leíamos ante esa clase de público; jamás habíamos visto tanta presencia policiaca y militar.

En Morelos, estas caravanas llegaron el sábado 6 de diciembre de 2014 con el objetivo de “transmitir un mensaje de esta cultura por la paz a lo cual como ciudadanos poder contribuir con un granito de arena rescatando los espacios públicos y fomentando las actividades culturales, dando a conocer la otra cara de Guerrero”, decía el comunicado de prensa del ayuntamiento de ese municipio.

Por los caminos de sur: militares y federales

Por la carretera Iguala-Buenavista de Cuéllar la antología de verdes y los oleos azules de los cielos del sur acompañaban el ronroneo del autobús. Un convoy de varias decenas de militares apareció en una curva y se perdió en la línea asfáltica en contrasentido. Más adelante, camionetas azules y federales nos rebasaron: las armas de grueso calibre sobre el toldo sonreían con sus dientes de oro.

A las 11 de la mañana del 27 de junio en el Auditorio 30 de Abril, de Buenavista de Cuéllar, mujeres, niños, ancianos y algunos hombres participaban en varias actividades organizadas por el gobierno estatal en el marco de las Caravanas Culturales por la Paz, “cuyo objetivo es el fortalecimiento del tejido social con acciones artísticas multidisciplinarias y servicios comunitarios” (según un folleto oficial), programa puesto en marcha meses después de la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, ocurrida la noche del 26 de septiembre y la madrugada del 27 de septiembre del 2014 en Iguala, hasta el momento sin resolver. Entre los jóvenes desaparecidos está el morelense José Luis Luna Torres. “Letras que curan”, se llamaba la sección en la que nosotros participaríamos.

A un lado del auditorio, bajo la sombra de un árbol, Ameth Rivera y Tadeus Argüello, como dos frutos verbales, observaban a la gente y a obreros que instalaban estructuras de metal y gigantescas bocinas para el concierto que en punto de las 20:00 horas daría el Grupo Cañaveral de Humberto Pavón.

Después de las presentaciones de rigor nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo y a almorzar. Nos tocaba leer a las 12 del día.

A nuestro paso encontramos varias camionetas con policías federales y estatales. Los uniformados no estaban en posturas de descanso, empuñaban las armas largas y observaban a su alrededor, nos veían como se mira a los extraños.

La gente en los negocios y en sus casas realizaba trabajos de un día laborable. Las calles estaban vivas: había personas que transitaban a pie, en autos, en motocicleta y a caballos, a un lado de los azules como cualquier viernes cotidiano.

–En un principio a nosotros nos incomodaba que anduvieran por la calle con esas armas, no queríamos salir de la casa, pero conforme el tiempo fue pasando tuvimos que salir. Sabemos que están ahí pero hacemos como si no estuviera ahí con esas armas que todavía nos siguen asustando. Sabemos que no es lo correcto que uno ande por las calles de su pueblo donde uno andaba muy suelta porque todo mundo lo conocía a una y una conocía a todos, pero qué le vamos a hacer, ni modo que nos encerremos –platicó una mujer del lugar.

Desde los cerros, los árboles observaban con sus ojos de clorofila un pueblo tranquilo, limpio, bonito.

Nosotros recorrimos lo que los sesenta minutos nos permitieron y regresamos al auditorio para nuestra lectura.

Poesía para mujeres

Cuarenta minutos después de las doce inició nuestra lectura protegidos por las sombras de jóvenes laureles. Había dos o tres jóvenes y algunos niños acompañando a sus mamás. La mayor parte del público estaba constituido por amas de casa y ancianas que habían asistido al evento para solicitar algún servicio médico, oftalmológico. Todas tenían boletos para cambiarlos por una despensa.

Mientras daban lectura a nuestras fichas curriculares comenzamos a seleccionar los textos que leeríamos: algo sencillo, director, cotidiano; poesía amorosa…

Tadeus Argüello leyó algunos textos de su libro Los Días de la Noche (Fondo Editorial de Querétaro, 2013):

Nunca supe jugar fútbol./ Me entretenía/ en hacer largos dibujos/ que guardaba/ en lo más lejano de mi cuaderno./ Quería ser diferente/ como los personajes de mi serie favorita:/ algún lugar de California, dos rubias/ pidiendo aventón, un auto/ convertible estacionado donde todos lo vieran…

Siguió Ameth Rivera con una selección de Rosas i Spinettas:

Es que fastidia esta eternidad doliéndome el espejo/ esta caricia blanca/ que es para el pestañeo de tu sombra/ te quiero aquí sentada en mi erección inútil/ porque ya no hay más remedio para tu cuerpo que mi amor/ dolorcito a media tarde/ cinturita de abril/ cubil/ nido/ madriguera.

Rematé yo con algunos textos de Mar íntimo:

ESTA es la hora/ de la vastedad,/ del metal del mar abriendo al horizonte ensangrentado./ La hora del instante hecho cariño,/ de la reciprocidad de la piel,/ de la apretada oscuridad,/ de las palabras que vuelan por la habitación/ como blanquísimas aves.

¡Click click click! El fotógrafo Pedro Pardo pasó cerca de nosotros y documentó la lectura.

Las mujeres escucharon con atención y aplaudieron gustosas, después se fueron a hacer cola detrás de una camioneta cubierta por una lona en donde había despensas con paquetes de cartón y sin rótulo alguno.

Detrás de la mesa de lectura un grupo de niños con guitarras y violines seguían a un maestro de música que marcaba pautas con su voz y un instrumento acústico.

Cerca de ahí, veinte hombres habían instalado ya el equipo de sonido para el baile de la noche. Llevaron, incluso, los instrumentos, los subieron al templete y hacían pruebas de sonido: los curiosos comenzaron a juntarse frente el templete. Cuando sonaron los primeros compases de “Tiene espinas el rosal” y las animadoras en short comenzaron a bailar, acudimos los tres poetas. Era la primera vez que a Buenavista llegaba una orquesta de la talla de Cañaveral.

Queríamos quedarnos al baile pero no sabíamos en qué regresar y cómo a Iguala, que sería nuestro lugar de hospedaje, estos inconvenientes no tuvieron tanto peso como el recuerdo de los policías caminando cerca del auditorio con las armas en las manos y los videos, audios, imágenes y marchas por los 43 muchachos desaparecidos que cada mes transmiten en algunos medios de comunicación.

Después de almorzar decidimos que lo más conveniente era regresar a Iguala y, como premio de consolación, buscar una pozolería para hacer los honores a este pueblo donde en 1821, Agustín de Iturbide emitió el Plan de Iguala que reconocía por primera vez la Independencia de México de España, y que  fue la primera capital del estado de Guerrero en 1849.

Había camionetas azules patrullando la ciudad: federales y algunas camionetas Jeep con rótulas de la Gendarmería daban vueltas en el centro.

Fuimos con doña Mary, una pozolería de la calle Colón y después de una plática y unos tragos acabamos con la primera jornada de lectura. Al día siguiente a la misma hora leeríamos en otros municipios.

En el hotel Colonial Rivera, en donde nos hospedamos, había una gran cantidad de policías federales que trataban a la administradora con la cercanía que da la permanencia por varios meses allí.

Tepecoacuilco de Trujano

En veinte minutos de Iguala, en transporte particular, se llega a este pueblo caracterizado por sus calles limpias.

Allí desayunamos en una fonda, cerca del mercado municipal, junto con personas que nos transportaron en una camioneta y que trabajan para el gobierno estatal y para la Secretaría de Cultura.

Un poeta que decía que curaría sólo a 10 individuos con la panacea denominada “Cemento para güeso” se instaló en la plaza central con un aparato de sonido y arrojó el primer verso de su spitch: “Vengo de lejos, pero voy más lejos aún…” A sus pies tenía un fruto del árbol de pan o panapén o yaca del tamaño de una sandía, muy parecido, seguramente, al testículo de Hulk.

Después de comer nos trasladamos al auditorio municipal en donde leeríamos nuestros textos.

El lugar estaba lleno de mujeres, ancianos y personas con discapacidad. También había dos camiones de los cuales varios empleados extraían cajas con equipo de sonido y tubos con los que armarían un templete en la cancha de basquetbol techada.

Como en Buenavista, en Tepecoacuilco había perros callejeros como tiburones famélicos buscando comida entre los restos de basura.

Debajo de un enorme tamarindo esperamos a que nuestro público cautivo, que en ese momento se encontraba a un lado de nosotros, recibiendo una plática de recetas de cocina saludable se desocupara.

Las mujeres llegaron –muy frescas y con vestido de calle– y se sentaron en las sillas de metal que para ese objetivo se habían puesto debajo del árbol. Algunos hombres y niños las siguieron.

Entre comentarios a los poemas que se iban leyendo y pláticas con las mujeres concluimos la lectura. Hubo aplausos de las señoras.

¿En ese instante, ante esas gentes y en ese lugar qué función tuvo la poesía? ¿Habían curado algo o a alguien esas palabras que acabábamos de compartir? No pregunté a mis compañeros de mesa. Sólo dimos las gracias por escucharnos y fuimos a buscar unas combis que nos llevarían a Iguala

Salida

A las 14:00 horas regresamos al hotel de Iguala por nuestro equipaje y para cerrar con broche de oro nos reventamos un pozole verde en el restaurante Río Escondido ubicado en la Obregón, colonia Centro. Ameth Rivera y Tadeus Argüello regresarían a la Ciudad de México para después tomar su camión a Chiapas y a Querétaro, yo volvería a Cuernavaca.

Dejamos Guerrero y su rosario de verdes y cielos que duelen de tan limpios, con la esperanza de que nuestra lectura y nuestra charla hayan servido para sacar de la rutina a esos pueblos guerreros, sanar una herida tan honda con palabras hubiera sido algo muy pretencioso.

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Máximo Cerdio

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