Ya instalados, resulta inevitable no prestar atención a su gran colección de fotografías exhibidas en su lugar de trabajo –y donde incluso aparece junto a otros (ahora investigadores eméritos) astrofísicos durante su época de juventud, por ejemplo, el doctor Manuel Peimbert Sierra–, así como a las largas hileras de libros organizadas en un mueble ubicado a su espalda y a la música clásica que suena de fondo proveniente de la computadora de la científica.
Esos detalles, sumados a los rasgos físicos que denotan su ascendencia europea –su padre era bielorruso–, hacen posible imaginar a la doctora Dultzin Kessler como una mujer sumamente seria; no obstante, esa primera impresión se derrumba al escucharla hablar: emotiva, apasionada y, sobre todo, con una gran sonrisa al finalizar sus intervenciones, de esa que tienen aquellas personas satisfechas con el esfuerzo y los resultados de su larga trayectoria profesional.
A pregunta expresa sobre cómo nació su gusto por la ciencia, la doctora, que pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) con el nivel III, relata que fue desde muy pequeña, según le cuentan sus padres. “No sé cómo es que nací ya con la obsesión, pero dice mi mamá que desde muy chica yo me la pasaba viendo el cielo (…) Dice que un día alguien preguntó: ‘niñita, ¿qué vas a ser de grande?’ y que yo respondí que ‘estrellífera’”.
La doctora relata que con los años, el gusto por la astronomía se mantuvo; pero cuando supo que tenía que estudiar física surgieron muchas dudas respecto a su verdadera vocación. “(En la secundaria) tenía yo una maestra de física malísima, sangrona y me chocaba. Lo que me encantaba era matemáticas, ahí si era yo buena, así que en ese momento me dije: ‘lo voy a pensar’”, recuerda.
Cuenta que ya en el nivel preparatoria encontró cierto gusto por la física y mantuvo el que ya tenía por las matemáticas. “Recuerdo que durante mi paso como estudiante de la UNAM –en la carrera de Física– siempre tuve mis dudas y me quería cambiar a matemáticas, pero como me decían que para astronomía tenía que ser física, me mantuve”, dice.
Influencias positivas y determinantes en su vida
Al hacer un ejercicio de memoria, la doctora sonríe para después relatar: “A mi me influyó muchísimo el tema del Sputnik 1, el primer astronauta Yuri Gagarin a quien conocí en persona, incluso lo trajimos a la Facultad de Ciencias una vez. Asimismo, Valentina Tereshkova, quien también nos visitó en la universidad. En fin, esto me impactó mucho y me llamó la atención hacia Rusia”.
En un tono pícaro, la doctora revela que durante su época de formación universitaria se consideró siempre una mujer “antiyanqui” y que eso, combinado con la influencia del doctor Guillermo Haro – quien en ese entonces era director del Instituto de Física y un promotor aguerrido de que los alumnos mexicanos se doctoraran en el extranjero–, hizo que decidiera continuar sus estudios en Rusia.
“En ese momento vi que la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) ofrecía intercambios, y que también contaba con becas; la pedí, me la dieron y me fui. Se me hizo fácil pero obviamente no estuvo tanto; ni siquiera hablaba yo ruso, pero bueno, cuando uno tiene ganas todo se puede”, cuenta.
Regreso aún más complicado
La doctora manifiesta que por cuestiones personales no pudo terminar (titularse) su doctorado en aquel país y que, a su regreso, esa tarea se complicó por las características del sistema educativo que era muy rígido y no revalidaba estudios cursados en otros lados. Aun así, logró conseguir trabajo en la Facultad de Ciencias de la UNAM.
“Con el paso del tiempo, tras la creación del Sistema Nacional de Investigadores, el encargado de evaluarme para ser aceptada en él –Manuel Peimbert Sierra– me advirtió que si no me doctoraba no podría seguir (en el SNI) por mucho tiempo”, recuerda.
Pese a ello, relata que siguió trabajando y durante una estadía (año sabático) en París conoció una colaboradora que la motivó a elaborar una tesis a partir de los trabajos que ya había publicado, y presentar su examen doctoral en L’Université Paris-Sorbonne, donde finalmente obtuvo el grado.
Su labor como investigadora
La doctora cuenta que, previo a su regreso de Rusia, decidió estudiar relatividad general y que por suerte fue una época magnífica para hacerlo porque tenía poco tiempo –no más de cinco años– que se habían descubierto los quásares (objetos celestes que aparentan ser débiles estrellas pero cuya energía es la de una galaxia activa), y el que propuso la teoría de los hoyos negros como fuente de energía de estos fue precisamente su profesor Yákov Borísovich Zeldóvich.
No obstante, la catedrática reconoce que haber adquirido ese conocimiento de primer mundo también significaba una complicación. Entre risas, como las que salen de quien cuenta un chiste, asegura: “Llegue aquí y me di cuenta que podía hablar casi con la pared porque nadie sabía nada, ni remotamente, ni cercano. No había internet y pues me fue difícil, tuve que empezar picando piedra; lo que empecé a hacer entonces fue estudiar relatividad general”.
Relata que fue hasta que viajó a París cuando encontró su camino gracias a sus conocimientos en torno a los hoyos negros y las evidencias de que estos existen en los núcleos de galaxias activas. Asimismo, dice que identificar esa rama de estudio también le permitió encontrar las áreas de oportunidad a su regreso a México.
“Aún no había con quien hablar del tema, pero lo que sí logré identificar es que había un observatorio muy grande, que era bastante competitivo. El único problema era que yo no sabía observar, yo era teórica; pero bueno, me dispuse a aprender y lo hice, así que comencé trabajos de observación en San Pedro Mártir”, de dónde derivaron sus primeras publicaciones, relata.
Ya en la era de internet, el mundo de posibilidades se abrió más para la investigadora que poco a poco fue conformando una red de colaboradores, y ello le permitió ir construyendo una carrera. A la par, identificó su potencial para dar clases, actividad a la que dedica más tiempo hoy en día.
Actualmente mantiene sus trabajos en torno a dos líneas de estudio, pero lo hace apoyada en gran medida en sus estudiantes y colaboradores. “Yo tengo dos líneas de investigación fundamentales, una tiene que ver con las condiciones físicas del gas más cercano a los hoyos negros y la otra tiene que ver con el ambiente circundante a las galaxias activas, es decir, qué hay alrededor de la galaxia activa, está solita, se acompaña de otras en pares, en grupos y cómo es que dicha cercanía influye en la actividad del hoyo negro”, describe.
Su vida fuera del mundo de la investigación
A pregunta expresa de quién es Deborah Dultzin Kessler, la persona, la mujer y no la investigadora, revela que le gusta mucho cantar y que incluso pertenece, desde su formación (hace 7 años) al Coro Filarmónico Universitario, y que comparte esa pasión con otros investigadores del Instituto de Astronomía.
“Cantamos obras corales con orquesta y no sabes, para mí ese sí es un gran reto; para mí escribir un artículo científico ya no representa dificultad, leerlo tampoco, pero leer una partitura sí es un gran desafío. Aun así, me encanta esta actividad, me siento soñada. Cuando salimos al escenario y nos aplauden me siento artista”, finaliza notablemente emocionada.
Sección a cargo del doctor Enrique Galindo Fentanes