Sociedad
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La sorpresa en el palo encebado

Los chavos del barrio se comenzaron a juntar alrededor del palo encebado en el callejón Jesús H. Preciado. Llegaron niños, mujeres, ancianos, que disfrutaban el cuarto día de la Feria de San Antón.

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 En lo alto del mástil de aproximadamente siete metros, untado de grasa se distinguían dos mochilas escolares, una chamarra, un vestido, un disfraz pequeño del hombre araña, un sombrero y otros artículos dentro de bolas de plástico.

Año con año se acostumbra poner una cantidad de dinero, que puede ser desde quinientos a mil quinientos pesos en billetes.

La banda de viento al fondo animaba el ambiente. Tocaban sones morelenses.

Había un grupo de siete muchachos de entre 18 y 25 años, algunos delgados y otros fuertes. Algunos se quitaron la playera. Sus familiares y amigos los animaban para que subieran.

Uno de ellos comenzó a retirar el exceso de grasa del poste, cuando hubo terminado sus amigos lo ayudaron a subir; dos más esperaban: uno subiría por él y un tercero se posicionaría encima del que tendría en sus hombros. La maniobra tendría que ser rápida para alcanzar la punta porque no había en el poste un espacio libre de grasa.

Cuando el segundo de ellos estuvo sobre el nudo que hicieron cuatro de sus compañeros, la base de cuatro jóvenes se soltó y todos resbalaron.
Los cerca de doscientos espectadores soltaron un ¡Ahhhhh! de frustración.

Los chicos se volvieron a juntar, definieron la estrategia y se acercaron al asta. En un segundo intento ayudaron dos jóvenes más en la base. Como experimentados primates, los tres jóvenes subieron y en poco más de un minuto el más flaco estuvo en la punta del palo encebado, saludando triunfante.
Las trompetas sonaron y la banda de viento se comenzó a reventar “Arriba Pichátaro”.

Debajo, los espectadores aplaudieron y gritaron vivas.

El primate mayor arrojaba el botín: un sombrero, una gorra, un vestido, perfumes, zapatos… sus amigos recibían los artículos y los dejaban a un lado. Cuando acabó se deslizó por el palo y los demás lo recibieron y lo saludaron como se saluda a los del barrio. Luego tomaron los premios y se apartaron para repartirlos.
Cinco minutos después, tres de ellos buscaron a uno de los organizadores frente a la parroquia de la capilla de San Antón y le reclamaron. En ese momento un grupo de niñas ejecutaba un baile hawaiano, la intensidad de la música no permitía escuchar lo que decían los chicos pero manoteaban.

Muy molesto, uno de ellos arrojó las dos mochilas al suelo y los tres se retiraron, el organizador les dio la espalda y se metió a la oficina parroquial. Un niño cogió las mochilas y se las llevó.

Iván, uno de los participantes explicó:

“Pues año con año ponen cosas buenas, y dinero; y eso es lo que anima a los chavos porque nadie quiere ensuciarse el pantalón y el cuerpo por una mochila. Ahora sí se pasaron, les reclamamos pero nos mandaron a la chingada. Deberían haber dicho antes que no había lana, pero dijeron que había quinientos varos, por eso mis compas dijeron ya de perdida pues quinientos pesos son buenos, y por eso nos animamos. No nos tocó lana, pero yo como le dije a los compas: nos divertimos y eso es lo que cuenta; ah, eso sí, para la próxima el comité va a tener que poner una buena lana en el palo encebado.

–¡Se los dije. Pura de árabe! Yo por eso no me vestí de chango este año porque el año pasado también me tocó pura de árabe–dijo Fidel, un vecino del barrio que tiene por oficio hacer mandados.

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Máximo Cerdio

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