En la cruz que forman la calle de Morrow y Matamoros, un hombre arrastra su cuerpo. Lleva en la mano izquierda una morraleta y en la derecha una pequeña bandera de México, que ondea. Ancla sus muletas de plata, se para en sus cuatro extremidades inferiores, toma aire, levanta la cara y grita con una voz poderosa: ¡Viva México! ¡Viva la Constitución! ¡Viva la Justicia! ¡Viva mi raza Azteca! ¡Viva el amorrrrrrrrrr! La poderosa voz se escucha en toda la manzana.
Juan sin Miedo
– ¿Cuál es su nombre?
– ¡Me llamo Juan sin Miedo; porque si tuviera miedo no me llamaría yo Juan! ¡Viva mi raza azteca!– contesta.
Excepto sábados, domingos y días festivos, Juan va a las siete de la mañana a la capilla de Tepetates, ubicada entre el callejón que lleva este mismo nombre y la calle Clavijero, al lado de Plaza Lido.
De regreso pasa por esa esquina en donde se localiza Banamex, una farmacia, una casa de cambio y un negocio de comida rápida china. Le gusta ese espacio porque está cerca la sede del Poder Legislativo, sobre Matamoros, al que también le echa vivas: ¡Viva el Congreso de Morelos!
A veces coincide con alguna ola de inconformes que con bastante frecuencia inundan la calle Matamoros rumbo a Plaza de Armas o al Palacio Legislativo y como los antiguos vates lanza sus gritos de guerra para alentar a los manifestantes.
Somos tiempo y formamos la historia
“En la noche del viernes 18 de marzo de 1938, el general Lázaro Cárdenas se presentó ante los medios de comunicación, principalmente prensa y radio, para anunciar uno de los hechos más trascendentes en la historia de los Estados Unidos Mexicanos: la expropiación petrolera. Yo nací el 22 de junio 1939, un año después de la expropiación petrolera”, afirma
“Sé muchas cosas, pero no es por tanto leer. En mi tiempo no había internet, ni teléfono, ni televisión, apenas comenzaba la radio. Todos observábamos, poníamos atención a las cosas, leíamos los hechos, las cosas y a las gentes. Entonces esto no es por tanta lectura, sino por observar y por una bendición de Dios. Observemos la historia, estamos en la historia y en el tiempo, somos tiempo y formamos la historia. Yo, por ejemplo, les digo, ya están viejos, ya no se les para. Esa pastilla, la ‘vriaga’ (viagra), esa como se llame; esa no tiene nada, es el propio cuerpo que reacciona… Se ríen, pero eso es bueno porque me entienden. Yo le busco, escojo mis palabras. Cuando pasaron los de la universidá, ai venían, los de la guaem; entonces grité. ¡Se ve, se siente, el conocimiento está presente! Y ellos comenzaron a echar vivas. Lo entendieron y de eso se trata”.
Gritador desde tiempos inmemoriales
–¿Desde cuándo comenzó usted echar esos gritos?
- Ira, cuando yo agarré esto de la hablada, había un solo camión que pasaba y llegaba hasta Las Palmas. No recuerdo en qué año fue, hace mucho. Iba en ese carro, a la mitad del carro, el carro lleno. Un joven subió y dijo ‘pues la cosa está dura’, y le daba folletos a los pasajeros. Entonces, como yo venía caliente, pues cuando terminó de hablar le dije: Habla como hombre, Ellos no saben ler ¿cómos se van a enterar? Y entonces todos los pasajeros se callaron y comenzaron a escuchar lo que le decía yo al joven. Y fue como el box o la lucha, querían saber quién ganaba. Le dije te voy a hacer dos preguntas, porque no sabemos ler, somos campesinos, pero nos orientamos. Le pregunté recio, con voz de hombre, para que aprendiera: ¿Dónde tiene el corazón la víbora? Y él me dijo quién sabe, la cosa es que haya víbora. Le dije ¿dónde nacen los ladrones? Y ya no me contestó, le dio miedo. Entonces yo le dije, la víbora tiene el corazón en los ladrones y los ladrones nacen de las víboras y lo impresioné y a las demás personas también. ¡Viva papá Dios!
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Padre, no los abandones
Lo encontré el 5 de mayo a las 7:30 de la mañana en la capilla. De rodillas, con sus muletas y su morraleta sobre el suelo; tenía los ojos cerrados y había tres mujeres silenciosas adentro. Hablaba con voz de párroco experimentado:
“Padre, no los abandones. Se los llevaron para callarlos, por el gobierno se los llevaron. Son 43 jovencitos. Se los llevaron como Poncio Pilatos mandó a que se llevaran a tu Hijo, el más amado, para acallar tu palabra, la poderosísima voz en el desierto. Padre mío, no abandones a estos muchachos, Señor, como no abandonaste a tu Hijo, Jesús el Cristo”.
Juan sin Miedo continuó con varios padres nuestros y aves marías. Concluyó, se persignó y salió del santuario, cargando su humanidad con sus extremidades inferiores artificiales.
Justo a la salida un hombre canoso de sombrero pasó y lo saludó. Él respondió:
“Ahí te está esperando, ve y abrázalo. Pídele que solucione lo de Jalisco, el enfrentamiento entre la delincuencia organizada y el gobierno”, y siguió su camino por Tepetates rumbo a la calle Guerrero.