Desde antes de las 8 de la mañana los policías llegaron a Plaza de Armas para realizar los ensayos, correspondientes a la ceremonia de izamiento y honores a la Bandera, para conmemorar a los guardianes del orden en la que participaron 290 elementos de la Comisión Estatal de Seguridad Pública y diez servidores, entre otros, Matías Quiroz Medina, secretario de Gobierno; y Jesús Alberto Capella Ibarra, comisionado estatal de Seguridad Pública.

También había representantes de otras corporaciones como la Policía Federal y del Ejército mexicano que tiene fama de respetar y exigir respeto a símbolos nacionales, pero sobre todo a la puntualidad en las ceremonias cívicas.

En las calles cercanas al zócalo se podía ver a los oficiales arreglándose y sacándole brillo a sus placas, escarapelas y a sus zapatos.

A las 8:15 de la mañana uno de los empleados de logística, se dio cuenta que el motor para subir la bandera monumental no arrancaba. De inmediato se comunicó con otras personas y en poco tiempo había en el asta un grupo de hombres que trataban de hacer funcionar el mecanismo. Al tiempo, que por ser lunes se arrastraba como gusano, le salieron patas de guepardo y comenzó a correr.

Hubo gran movilización para componer el aparato que hace funcionar unas poleas y los cables de acero. Dieron las 8:30 y el tiempo alcanzó al inicio de la ceremonia que se dejó atrapar con un conejo. Pero los trabajadores siguieron intentando, a pesar de ser día lunes, en el que según el dicho “ni las gallinas ponen”. Se dieron por vencidos a las 8:45, al aparato se le había fundido un fusible que jamás se pudo localizar.

La bandera grande quedó dentro del Palacio de Gobierno, durmiendo. A las 8:46 no la despertó el sonido de la trompeta y los tambores de la banda de guerra de la Policía estatal, tampoco la marcha de la escolta que portaba la benderita; ni los cantos del Himno Nacional Mexicano. En su caja de madera y cristal ella soñaba sueños de tela y aire.