Hay un templete con alfombra verde donde juegan unos niños y, al fondo, sobre la calle Mariano Matamoros, los vendedores de comida y fritangas sacan fierros de las camionetas y han comenzado a instalar los puestos.
Esta obra que fue inaugurada por el gobierno el miércoles aún no está concluida: así se puede observar en la calle Ricardo Linares, en donde hay agujeros con mangueras rotas sobre las banquetas y cables como tendederos de vecindad en el cielo. Algunos obreros aún acarrean cemento o tierra entre los comerciantes que siguen sacando trastos.
El escalón por donde se sube a dejar ofrendas a la Virgen no va a durar hasta mañana: las tejas no están bien pegadas.
La Virgen Morena está todavía llena de polvo pero ahora sí, rodeada de flores de nochebuena, que hacen pensar en el milagro guadalupano cuando María se apareció cuatro veces a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro del Tepeyac, y según el relato conocido como Nican mopohua, tras una cuarta aparición, la Virgen ordenó a Juan Diego que se presentara ante el primer obispo de México, Juan de Zumárraga. “Juan Diego llevó en su ayate unas rosas (flores que no son nativas de México y que tampoco prosperan en la aridez del territorio) que cortó en el Tepeyac, según la orden de la Virgen. Juan Diego desplegó su ayate ante el obispo Juan de Zumárraga, dejando al descubierto la imagen de la Virgen María, morena y con rasgos mestizos”.
Hay, en la placita, un árbol de laurel con unas muletas de polines y una varilla de acero evitando que se vaya al suelo de cabeza: está enfermo, aunque la jardinera sea nueva, de cemento gris.
Ayer a las 11 de la noche más de tres mil devotos se reunieron en este lugar, escucharon la misa y salieron a cantarle las mañanitas a la Virgen de Guadalupe, como una continuación del culto a la prehispánica y ancestral Madre Tonantzin.