Francisco Javier Velázquez Domínguez tiene mucho miedo de perder a su esposa e hijos. Su temor es real, tiene una funeraria familiar, y con el manejo de cadáveres infectados por covid-19 todos los días está con el alma en un hilo:
“La funeraria es un negocio familiar, lo fundó mi padre hace más de cuarenta años. Trabajamos aquí mi esposa, yo, y tres de mis cuatro hijos, muy jóvenes, si se infecta uno nos infectamos todos; por eso a todos los cadáveres, estén o no contagiados de coronavirus, aplicamos el protocolo de sanitización y traslado de cuerpos infectados. Los que más han contribuido a las muertes son los familiares de los infectados; ya sea que los atiendan en casa o en el hospital insisten en estar con ellos, incluso en hacer funerales con multitud. En las clínicas, cuando van a recibir el cadáver no se cuidan y se infectan”, asegura.
LOS MUCHACHOS Y LA MUERTE
“No he dormido en dos días, tres muertos ayer y tres hoy, pero hay trabajo y debemos hacerlo, de estos vivimos, además de que es mucha la competencia y nosotros no somos la única funeraria en Morelos. Hay otras que son más baratas, pero nosotros no podemos castigar tanto nuestros precios porque aplicamos los protocolos y compramos productos de calidad; todo es caro, los costos subieron con la pandemia. Por ejemplo, hay empresas que usan varias veces los trajes protectores que son desechables, nosotros no los volvemos a utilizar, no podemos porque es una empresa familiar y si se infecta uno nos infectamos todos; también hay funerarias que permiten aglomeración de personas, cortejos para el entierro, que incluso embalsaman cuerpos contaminados por coronavirus. Nosotros no hacemos eso”.
Esto relata Javier Alejandro Velázquez García, un muchacho de 18 años que estudio hasta secundaria, que quiere tener su propio negocio y trabaja con su papá en la Funeraria La Paz, localizada en Tlahuapan, en Jiutepec, mientras conduce la carroza por el Paseo Cuauhnáhuac, rumbo al fraccionamiento Residencial La Palma, a unos metros de la funeraria; ahí los espera la muerte en el cuerpo de una mujer de la tercera edad; lo acompaña Cristian Eduardo Méndez Salgado, de 18 años. Son las 00:03 del 2 de febrero de 2021.
La camioneta es cómoda. El espacio es pequeño. Al lado de Javier va Cristian, como copiloto, atrás hay un espacio amplio donde se introducirá el ataúd con el cuerpo infectado.
Cientos de muertos y familiares con covid han estado allí; los chicos van confiados, ellos mismos esterilizan perfectamente el vehículo antes y después de cualquier servicio.
Una vez que llegan a la casa donde los familiares tienen al difunto, bajan del automotor y hablan con ellos, les dicen que van a proceder con el levantamiento del cuerpo, regresan a la camioneta y se ponen unos trajes blancos, máscaras especiales y doble guante; luego sacan de la carroza un cilindro dispensador con líquido para desinfectar.
Entran al domicilio. Al pie del portón grande de madera hay ocho personas con cubrebocas. La luz enferma de ámbar apenas ilumina sus rostros, platican en silencio. Más allá, en la entrada de la casa, se distingue un féretro de madera rodeado de flores muy vivas.
Los muchachos llegan a donde está el ataúd sellado con doble plástico, descontaminan toda el área y luego cargan con la caja hasta la carroza, lo introducen y cierran la parte posterior del vehículo. Algunos dolientes sólo bajan la cabeza y se toman la muñeca de su propia mano.
Los chicos proceden a desinfectar a los deudos, uno por uno; por último, ellos mismos se rocían con líquido sanitizante, se suben a la carroza, con todo y equipo, y a las 00:20 horas se enfilan rumbo a Mundo Celestial, un crematorio localizado en el Antiguo Camino Ex Hacienda de Dolores, en el municipio de Emiliano Zapata, a poco menos de una hora de allí. Un auto con cuatro deudos la sigue, llevan la breve urna donde depositarán los restos últimos de la mujer.
MUERE MUJER POR COVID EN UN TAXI
Durante el trayecto, Javier Alejandro relata que hace unas horas, a eso de las 9:40 de la noche, su papá recibió una solicitud. Había una persona fallecida por covid frente a Bomberos de Civac (Centro de Control de Emergencias CIVAC, localizado en bulevar Paseo Cuauhnáhuac, en Jiutepec) y una vez que se hizo el arreglo de los servicios funerarios fue a levantar el cuerpo.
Era una mujer adulta, acostada en el asiento trasero de un taxi. La persona estaba en su casa, infectada, se comenzó a poner mal y sus familiares la llevaron en el coche buscando un lugar en donde atendieran a la enferma; llegaron a la estación de bomberos para que los paramédicos le dieran los primeros auxilios, pero cuando el chofer paró el vehículo la persona ya no tenía signos vitales. En el sitio había algunos curiosos, una mujer llorando sobre los brazos de otra de mayor edad, el chofer abrazándose a sí mismo, asustado tal vez, y una patrulla.
En este caso procedemos de una manera más estricta: con nuestro equipo puesto, desinfectamos la canastilla, el cadáver y el coche, luego metemos el cuerpo en dos bolsas de plástico selladas y la introducimos a la carroza, hay una especial que podemos usar si creemos necesario, adentro tiene un prisma grande, de metal, como si fuera un refrigerador, pero horizontal.
EL CAMINO DE OSCURIDAD
De calles en muy mal estado, los autos cambian a avenidas amplias en donde transitan pocos coches; se observan algunos perros aculebrados frente a la entrada de las casas pobres; pandillas de gatos con ojos amarillos rompen la luz de los autos.
En otras partes el trayecto es oscuro y algunas esquinas del municipio de Emiliano Zapata recuerdan asesinatos muy sonados en los periódicos amarillistas, que sorprendieron en su momento a los dos muchachos:
“A pesar de haber sido sangrientos no se comparan con lo que estamos viviendo con el coronavirus. Lo más triste es ver los cadáveres de los jóvenes que murieron infectados, porque eran muchachos, algunos como de mi edad; por ahí de noviembre a los jóvenes les estaba pegando mucho. Yo recogía los cuerpos y la mayoría eran de jóvenes de diecinueve, veinte, veinticinco años. Desde diciembre, que hay semáforo rojo, casi la totalidad de cuerpos son de personas adultas ya y de la tercera edad”.
Javier Alejandro comenta que no tiene miedo a la muerte ni a los muertos, desde muy pequeños corrían por entre los cadáveres con sus hermanos, unos de sus juegos eran las “escondidillas” y el lugar preferido eran las cajas de difuntos.
Explica que es un trabajo como todos, en el que se debe tener respeto por los restos humanos y por el dolor de las familias.
Lo más complicado es ir por algún cuerpo a lugares de difícil acceso, adonde llegan por escaleras interminables y si el cuerpo es muy pesado, la operación se dificulta aún más.
No todos los rostros de los muertos son igual, los que murieron por covid son distintos, quedan como abriendo la boca, como si quisieron con sus últimas fuerzas alcanzar el aire y no pudieron, asegura.
“Mi papá es muy estricto con nosotros, más ahorita con la pandemia. Nos obliga a que hagamos las cosas bien y que desinfectemos todo; todo debe estar muy limpio y bien sanitizado. Nos insiste en que el negocio es de todos, de aquí comemos, nos vestimos, y que cuando mi mamá y él ya no estén, mis hermanos y yo vamos a ser los responsables de la funeraria. Siempre nos están recordando que el virus es mortal, y que si se infecta uno de la familia nos infecta a todos”.
PÉRDIDAS CERCANAS
Días antes, en la sucursal de Tlahuapan, Francisco Javier Velázquez, dueño de la Funeraria La Paz, en entrevista, relató que sobre todo en los últimos meses han llegado por cuerpos a algunas clínicas y la sala de cadáveres está saturada. Los trabajadores de las funerarias tienen que acceder al área donde están los cuerpos, bajarlos de los estantes o de las gavetas, recogerlos y trasladarlos a la carroza; de allí se van directo al crematorio. Antes del covid no se veían carrozas haciendo cola para entregar los cuerpos, pero en algunos meses, en Mundo Celestial se llegó a ver cinco o seis carrozas en fila y el crematorio incineraba hasta treinta cuerpos diarios.
Francisco Javier explicó que es muy frecuente, sobre todo cuando el fallecimiento ocurre en casas particulares, que el médico extienda un certificado de defunción por muerte natural o por paro cardiaco, aunque éstas no sean las verdaderas razones por las que murió la persona. Con tal de velar y enterrar a sus difuntos, mucha gente soborna a los médicos.
Funeraria La Paz levanta un breve cuestionario con algunas preguntas sobre la sintomatología del difunto previa a su muerte, y en la mayoría de los casos hay una o varias señales de coronavirus.
Francisco Javier y su esposa Bárbara V. García Celis, revelaron que como familia han tenido que padecer pérdidas:
“Mi prima, de treinta y ocho años, trabajaba en una fábrica, en Puebla, vino a visitar a la abuelita y me infectó a toda la familia; están en cuarentena ahorita todos. Entonces regresó a la fábrica y murió allá...”
Lo más terrible que ha visto en esta pandemia fue la muerte, uno tras otro, de familaires: hace como 20 días, en Tejalpa, murió un hombre, al día siguiente su esposa y luego la hija.
De acuerdo con los cálculos de este empresario, en enero la cantidad de fallecidos aumento 70 u 80 porciento:
“Yo mandé como cincuenta presupuestos; de esos sólo pude hacer como veinte, porque los dolientes me piden cosas que yo no hago y que ponen en riesgo a mi familia y mi trabajo, como una velación sin sana distancia o un cortejo de multitudes o hasta embalsamar. El servicio de inhumación sencillo lo tenemos en cuatro mil 800, si es covid en seis mil 800, la cremación normal nueve mil 800 y con covid en 11,800; esto por el equipo que utilizamos. En el Seguro están cobrando ocho mil, nueve mil pesos, pero nosotros aplicamos los protocolos y evitamos cualquier tipo de infección”, apuntó.
EL SIGUIENTE CADÁVER
A la 1:15 de la madrugada la carroza y los deudos llegan al portón del crematorio: es amplísimo, parece una entrada de fraccionamiento para gente rica. Unos perros negros, criollos y sin collar salen ladrantes. Un empleado abre el portón, otro arriba con una bomba a la espalda y pide a los ocupantes que se bajen para desinfectarlos: todos pasan por este proceso.
En seguida, una chica delgada vestida de azul con careta y guantes pide permiso para tomar la temperatura de todos y anota nombres, hecho lo cual, se suben a sus automóviles y acceden al lugar.
Veinte minutos después sale la carroza, Javier Alejandro y Cristian regresan por el mismo camino a la funeraria de Tlahuapan, porque a las tres de la madrugada deberán estar en la puerta de este crematorio para entregar otro cadáver, justamente el de la mujer que falleció en el taxi, frente a la estación de bomberos de Civac.
LAS NECESARIAS CIFRAS
Según un conteo de la Universidad Johns Hopkins, en el mundo, hasta el 1 de febrero se habían registrado un total de 103 millones 514 mil 983 casos confirmados y dos millones 241 mil 62 muertes.
En México, a la misma fecha había dos millones 64 mil 109 casos estimados y 159 mil 100 muertes.
Al 1 de febrero de 2021, de acuerdo con la Secretaria de Salud de Morelos, en la entidad se habían estudiado 52 mil 995 personas, de las cuales se habían confirmado 18 mil 941 con coronavirus covid-19; dos mil 836 activas, descartado 32 mil 484 y como sospechosas mil 570; se habían registrado mil 987 defunciones.
El 29 de enero de este año, la Secretaría de Salud federal dio a conocer el panorama epidemiológico en el que muestra que la entidad morelense permanecerá en semáforo epidemiológico rojo otros 15 días más, debido a que los contagios por covid-19 se mantienen altos.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Salud federal, de julio a diciembre de 2020 hubo un incremento de infecciones por coronavirus en los adolescentes de 15 a 19 años: se registró un aumentó 64 por ciento, al pasar de 1.6 a 2.6 por ciento respecto de la totalidad de personas afectadas en el país.
En el grupo de 20 a 24 años, el incremento de infecciones en ese mismo periodo fue de 64 por ciento, pues subió de 4.7 a 6.6 por ciento, mientras entre los 25 y 29 años aumentó 11 por ciento. Representaban 9.5 por ciento y avanzaron a 10.5.