Sociedad
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NUESTRA VEJEZ

TXT FRANCISCO MORENO
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Ella duerme sola, y a pesar de que su voluntad de vivir es fuerte, la sé cansada, su cuerpo está agotado. Los años, historias y anécdotas que ha vivido colmarían miles de páginas, debe tener cientos de libros en los muros de su memoria, pero está sola. Y no es consuelo saber que ha sido feliz, pues esa felicidad es liviana, efímera, no es suficiente. La falta de compañía se siente más cuando no recibes un abrazo, un beso, un cariño, porque cuando no está el otro el corazón se agrieta, se seca, y en la aridez no crece la vida, no somos ángeles ni seres iluminados para saciar nuestras necesidades afectivas con elevadas convicciones ontológicas o místicas, somos de carne y hueso y nos necesitamos.

Este confinamiento golpea más a nuestros viejos, pues sabemos que, como los niños, paradójicamente, a su edad traslapan su vejez en infancia. Se que sabe estar sola, eso no le incomoda, pero estoy convencido que la compañía de sus nietos y sus hijos la llenan de vitalidad, riegan su tierra y esta florece. Ella es afortunada, pues vive rodeada de objetos, muebles, fotografías, plantas y hace de comer todos los días. Hoy no es posible departir con nadie.

Hay viejos que por razones diversas viven aislados en su propia casa, no abandonados, pero no los visitan sus seres queridos, su familia; también hay quienes viven bajo un techo comunitario con otros ancianos, con personas extrañas, enfermeras, cuidadores que se esmeran por alejar de su territorio el ingreso del letal virus. Pero son trabajadores que se ganan el sustento, no está en sus obligaciones dar afecto, menos cariño. Al final nadie es responsable del destino de los otros, ese siempre es inesperado. Esta inevitable y perturbadora situación me hace ver que la vejez puede ser dura, casi cruel. No sé si esperan la muerte, no lo creo, si acaso, saben que llegará más pronto que para nosotros, pero eso no los exime de sentir ganas de unas palabras cercanas, un beso, una caricia y un abrazo.

Llevo algunos años tratando y conversando con mujeres y hombres que podrían llamarse “viejos”, calificativo que suena despectivo, o no, pues sin ser totalmente cierto, éste se ciñe más al deterioro físico que a la realidad. Las personas que alcanzan más de 70 poseen un corazón que late pausado, y si se les ve directo a los ojos, la más de las veces se puede ver un alma tranquila, serena.

Los viejos no son viejos, son sabios y niños, son sensibles y valientes, son seres que si te sientas a su lado y logras escucharlos, aprenderás mil cosas, pero lo más valioso e importante, descubrirás que esa abuela, abuelo, madre, padre, amigo o familiar porta una maleta única de experiencias, sueños, anhelos, vivencias, historias y sapiencia que pocos avistamos; yo hoy amo, respeto y admiro a mis viejos: mi madre, ciertos grandes amigos, mis tías y tíos, mis vecinos, y los que por fortuna se cruzan o me cruzo en su camino.

Tratarlos implica paciencia, tolerancia, amor, cariño e interés, pues si bien no siempre comparten su sentir verdadero, estos dejan ver por el rabillo de sus ojos el espectáculo de una vida. Amemos y cuidemos a nuestros viejos, ya que su comportamiento muchas veces se convierte en necedad, reiteraciones, olvido, ambigüedades y palabras difusas, recordemos que ellos son una montaña que debemos explorar para descubrir hermosas pepitas de oro. Y si nuestro cuerpo lo permite, su figura nos refleja lo que algún día seremos. 

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